La influencia de la antigua Checoslovaquia

A finales de 1992 se produjo la disolución de Checoslovaquia, que quedó dividida entre las actuales República Checa y Eslovaquia, una escisión que si bien tenía apoyos y rechazos, nunca se llegó a concretar en un referéndum para conocer la opinión de la ciudadanía.

Hoy ambos países hacen vidas separadas. Eslovaquia mira hacia Europa central y oriental, teniendo mayores relaciones con Polonia o Hungría. Su modelo económico, de corte más industrial, pesa en este pivote. Por su parte, la República Checa continúa con su vocación de relacionarse especialmente con Alemania y Austria, dos entes con los que la antigua Bohemia siempre ha tenido más relación.

La República Socialista que duró 12 días

El discurso del 16 de abril de 1961 en el que Fidel Castro proclamó oficialmente el carácter socialista de la Revolución Cubana es bastante conocido.

“Lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es (…) ¡que hayamos hecho una revolución socialista en las propias narices de los Estados Unidos!”, dijo ese día un desafiante Castro, después del entierro de las primeras víctimas de la invasión de Bahía de Cochinos.

El momento todavía es conmemorado todos los años en la isla caribeña. Y Cuba sigue siendo el único país oficialmente socialista de América Latina, a pesar de los vínculos de varios gobiernos de la región con el denominado “socialismo del siglo XXI”.

Pero, contrario a lo que muchos creen, Cuba no fue el primer país de la región en adoptar formalmente el apelativo, pues casi tres décadas antes una “república socialista” ya también había sido proclamada en Chile.

Ocurrió en junio de 1932, casi 40 años antes de que el Salvador Allende resultara electo con un programa de “transición al socialismo” que fue truncado por el golpe de Estado de 1973.

Y aunque para algunos historiadores la República Socialista de Chile se extendió del 4 de junio al 13 de septiembre de 1932 (es decir, por un período de poco más de tres meses), para la mayoría su vida fue todavía más efímera.

12 días

“En sentido estricto fueron sólo 12 días. Luego hubo un gobierno -el de Carlos Dávila– que reivindicó esa República Socialista, pero en la práctica aplicó políticas bastante regresivas”, dice el historiador Sergio Grez.

Y, como destaca el profesor de la Universidad de Chile, en ese corto período de tiempo el gobierno socialista chileno no tuvo tiempo de impulsar cambios significativos, siendo mejor recordado por medidas como una amnistía para los luchadores sociales, la prohibición de los desahucios y por obligar a que la Caja de Crédito Popular devolviera los instrumentos de trabajo empeñados.

“Las medidas que adoptó la República Socialista no fueron medidas socialistas: no se puede en nada más 12 días. Se tomaron algunas medidas populares, pero que no significaban un cambio del modelo económico”, explica Grez.

“Así que lo que quedó de la República Socialista fue básicamente el recuerdo, el mito. Pero el mito en la historia es fuerza de movilización”, destaca el historiador, para quien una de las principales consecuencias de los eventos de julio de 1932 fue, de hecho, el nacimiento al año siguiente del Partido Socialista de Chile.

Efectivamente, Chile tuvo una república socialista antes de tener un partido con ese nombre, si bien Grez destaca que este tipo de ideas habían empezado a encontrar arraigo en varias zonas del país a partir de la década de 1890.

Y las mismas adquirieron más fuerza luego de la Gran Depresión de 1929, la que fue vista por muchos como evidente expresión de la crisis del capitalismo.

Una Gran Depresión que, como destaca el historiador, tuvo efectos particularmente desastrosos para un país que económicamente dependía casi exclusivamente de un único producto: el salitre.

“Chile fue, en términos proporcionales, el país más golpeado del mundo”, afirma Grez.

“Y eso generó también una profunda crisis social y política”, dice del convulso contexto en el que el socialismo se oficializó en el país sudamericano.

De hecho, una de las principales víctimas locales de la Gran Depresión fue el gobierno de Carlos Ibáñez -descrito por el historiador como un “dictador de facto”-, el que fue derrocado en julio de 1931 en el primero de una serie de alzamientos que continuarían sucediéndose hasta octubre del año siguiente.

Y fue uno de esos complots, encabezado por el entonces jefe de la Fuerza Aérea, el comodoro del aire Marmaduke Grove, el que llevó a la proclamación de la República Socialista de Chile el 4 de junio de 1932.

Sin base social

Curiosamente, Dávila también fue parte de ese complot, un “golpe suave” que derrocó al entonces presidente Juan Esteban Montero.

Y el antiguo embajador del gobierno de Ibáñez en Washington fue uno de los tres integrantes de la junta de gobierno “socialista” junto a Eugenio Matte y el general en retiro Arturo Puga, su presidente.

La República, sin embargo, era una coalición bastante heterogénea “que no tenía el apoyo de una base social organizada”, destaca Grez.

Y tampoco pudo contar con el apoyo del Partido Comunista de Chile, nacido una década antes, el que -fiel a los lineamientos del VI Congreso de la Internacional Comunista– consideraba a los socialistas que acataban los dictados de la democracia burguesa como sus principales enemigos.

Según el historiador, los comunistas chilenos tuvieron una actitud bastante hostil hacia la República Socialista, exigiéndole condiciones muy difíciles de cumplir a cambio de su apoyo.

Y el propio Dávila no tardó mucho en complotar contra sus aliados, haciéndose con el control pleno del gobierno desde el 16 de junio de 1932, cuando Grove y Matte fueron arrestados, hasta su derrocamiento por un golpe militar, el 13 de septiembre.

“Dávila predicaba un programa moderadamente socialista, pero no demostró mayor capacidad de implementarlo”, es el análisis de la revista Foreign Affairs en un artículo sobre esos convulsos años publicado en 1939.

“Y después de tres meses fue remplazado por la fuerza, primero por un gobierno militar y luego por un gobierno civil hasta que se celebraron nuevas elecciones presidenciales en octubre de 1932”, continúa el reportaje, titulado “Chile se mueve a la izquierda”.

Herencia

La pieza de Foreign Affairs se centra en unas elecciones celebradas seis años más tarde: las que se saldaron con la victoria de Pedro Aguirre Cerda, el candidato de un Frente Popular conformado por los partidos Democrático, Radical, Socialista y Comunista, además de la Confederación de Trabajadores de Chile.

Y, por lo que cuenta Grez, el Frente Popular retomó en su programa algunos de los principales postulados de la desaparecida República Socialista.

Efectivamente, los principales objetivos declarados de la República Socialista eran alimentar al pueblo, domiciliar al pueblo y vestir al pueblo, lo que en 1938 se tradujo en la consigna “Pan, techo y abrigo”.

Pero, para entonces, el VII Congreso de la Internacional Comunista ya había reconsiderado su actitud hacia los socialistas y más bien propugnaba por una política de alianzas vía esos “frentes populares”.

Y en Chile ya existía un Partido Socialista, en el que recalaron varios de los líderes de la efímera república y en cuya fundación también participó un tal Salvador Allende.

“Definitivamente, la experiencia de la República Socialista debe haber pesado mucho en Salvador Allende”, valora Grez.

Pero esa, ya es otra historia.


Artículo de Arturo Wallace – BBC Mundo (24 junio 2018)

Cinco historiadoras ante la ola feminista

Un quinteto de académicas e investigadoras chilenas responden tres preguntas referidas al movimiento que ha irrumpido en la agenda noticiosa, al machismo en el mundo de los historiadores y al Premio Nacional de Historia, que se vuelve a entregar en 2018 y que nunca ha reconocido a una mujer. No piensan lo mismo, ni tendrían por qué, pero aportan miradas que quiebran inercias propias de un ámbito donde tradicionalmente se ha impuesto la masculinidad.

Tres preguntas

  1. ¿Cómo inscribiría la actual “ola feminista” en el contexto de los movimientos de mujeres en Chile? ¿Qué hay de inédito esta vez?
  2. ¿Qué tan difícil ha sido para las historiadoras hacerse un lugar en la disciplina? ¿Qué tanto ha pesado el machismo?
  3. Ante el Premio Nacional de Historia, nunca recibido por una mujer, ¿piensa que una “justicia de género” debería primar este año?
Rosario Rodríguez Lewald, Profesora de Historia de la U. Católica: “Hay un debate encaminado a que se reconozcan los derechos de las mujeres”
1. Las banderas de lucha han ido cambiando. A lo largo del siglo XX, las mujeres fueron conquistando esferas dominadas por hombres, lo que permitió una lenta inserción laboral y política, que a su vez redundó en redefiniciones del rol femenino. Y si bien fueron decisivas en la vuelta a la democracia, fueron secundarias en la toma posterior de decisiones y en la implementación de estrategias dirigidas a ellas: aún hoy, las senadoras y diputadas chilenas tienen menos representación que sus pares afganas.
2. En el ambiente actual, el término “ola” forma parte de un debate encaminado a que la sociedad reconozca y respete los plenos derechos de las mujeres, quienes buscan la igualdad de facto. Las estudiantes han logrado que la agenda país priorice temas propios de la cultura patriarcal. Cuando estudié historia en la UC tuve muy pocas profesoras: tres o cuatro, durante toda la carrera. En la actualidad, la planta académica y adjunta del Instituto de Historia tiene 39 docentes, de los cuales 17 son mujeres.
3. La carrera académica es difícil, como cualquier otra, pero está muy normada. Hay concursos para los cargos y existe igualdad de sueldos -cosa rara en Chile-, según qué grado desempeñas en el espacio universitario, sin distinción de sexo. No creo que deba existir “una justicia de género” por el movimiento actual. Sin embargo, hay mujeres destacadas en diversas áreas, que han realizado aportes significativos. Por ello, creo que los premios nacionales tienen una deuda con las mujeres de la Academia.
María Eugenia Albornoz, editora de Revista Historia y Justicia: “Las mujeres, si han estado en lo ‘público’, es por ser casi hombres”
1. Lo diferente es que se trata de un movimiento transversal a los espacios educativos (liceos, universidades, institutos), que ataca el sexismo en la educación, en los espacios laborales, en la cultura y en la vida cotidiana. Por un lado, ocurre como demanda social en una población que se ha ido formando desde hace cinco lustros vía entidades públicas (Sernam, Prodemu), ONGs y múltiples colectivos feministas no institucionales; que se ha ido instruyendo en derechos ciudadanos (divorcio, aborto en tres causales, adopción) y que se ha levantado para protestar ante injusticias de todo tipo hacia las mujeres. Por otro, es indispensable reconocer el contexto mundial. En una sociedad dominada por las redes sociales y la industria audiovisual, el efecto feroz de #MeToo es serio. También han jugado un rol las campañas de ONU Mujer.
2. La historia se manipula como discurso oficial de la República. Se orienta desde la política: gestión del Estado, padres de la Patria, guerras, progreso, etc. Lo “público” es donde las mujeres, si han estado, ha sido porque son casi hombres o porque adornan. Lo narrado es el quehacer de hombres, reflexionado y estudiado por mujeres. Y esos hombres, durante décadas, han sido machistas, misóginos y homofóbicos. Las mujeres siempre hemos sido miradas en menos, desacreditadas, descalificadas, despreciadas, desconsideradas e infantilizadas, con gestos sutiles y silencios que no dejan de ser potentes.
3. No me gusta la expresión “justicia de género”. La historia la construyen las personas en función de contextos, herramientas y cuotas de poder a las que acceden, y eso implica luchas, peticiones, negociaciones. El Premio Nacional debería ser otorgado por las cualidades de la historiadora, pero el horno en Chile no está para bollos: no existe verdadera disposición de los colegas varones para actuar distinto de como siempre lo han hecho. Ocurre igual que con las cuotas en los partidos y en los cargos privados: si no se obliga a escoger entre las mujeres, muchos varones, felices con sus privilegios, seguirán cerrando el camino. Ahora, si hay que votar, mi candidata es María Angélica Illanes.
Pía Montalva, Presidenta de la Asociación Chilena de Historiadores (ACHHI): “Este movimiento apunta a un cambio radical en las relaciones de género”
1. Este movimiento feminista tiene componentes inéditos, porque a partir de una creciente exposición de los reiterados casos de abuso y acoso que tienen lugar en la esfera pública, reclama protocolos específicos para abordarlos y una agenda legislativa destinada a reducir la inequidad que afecta a las mujeres en general. Es decir, como las demandas son más globales, apunta a un cambio radical en las relaciones de género.
2. Ha sido muy difícil, particularmente cuando no se dedican a los temas clásicos (historia política, económica o social) y sus enfoques son de carácter culturalista, ligados a la vida cotidiana o a la historia de las mujeres. El machismo pesa siempre, porque el intercambio intelectual y los códigos de la disciplina han sido construidos por hombres, y las mujeres están obligadas a entrar en esa dinámica para ingresar al debate. Absolutamente. Soy partidaria de la discriminación positiva cuando existen méritos equivalentes.
3. Pienso que marcaría un precedente en la disciplina respecto de las capacidades de las mujeres y del reconocimiento público, que es en último término el que las legitima y sitúa en un lugar análogo al de sus pares hombres. Además, hay muchas historiadoras con gran trayectoria que son merecedoras de este premio.
Alejandra Araya, Directora del Archivo Andrés Bello de la Universidad de Chile: “No corresponde la discriminación positiva en el Premio Nacional”
1. En tanto movimiento de mujeres, suma la experiencia de los movimientos sociales de fines del siglo XX, que en América Latina se articulan desde la interseccionalidad de las luchas y el uso intensivo de nuevas tecnologías. Hace un uso deliberado de los símbolos públicos que sustentan al poder para torcer el sentido común y forzar la toma de conciencia respecto de la naturalización del patriarcado. Usa la subversión y la ironía como herramientas de acción, y pone al propio cuerpo en riesgo para producir una apropiación pública: una mujer a quien no se ha reconocido soberanía sobre su propio territorio. Y quiere tener, al igual que el control de la reproducción en su cuerpo, el control de la producción de sentido.
2. Estudiar historia es diferente a ser reconocida como “historiadora” o “historiador”: los criterios de autoridad siguen el canon del reconocimiento de una voz autorizada en tanto voz masculina. Una voz que encarna la figura del padre, pues norma, disciplina y habla en nombre de “la verdad”. Ha sido muy recurrente la invisibilización de las “ayudantes”, que han sido historiadoras “pares” de sus colegas, sus parejas muchas veces, en los trabajos publicados o en la divulgación de resultados y tesis de interpretación.
3. El premio fue creado en 1974, lo que señala el lugar de la historia en la ideología del Estado nacional en su vertiente más patriarcal: una dictadura militar. Dicho esto, no me parece que se deba aplicar discriminación positiva, menos aún como respuesta a la coyuntura política. Otorgarlo hoy a una mujer puede ser leído por el público general como una “concesión”, más que como un reconocimiento a su trayectoria.
María Soledad Zárate, Académica de Historia de la Universidad Alberto Hurtado: “La violencia contra las mujeres pasó a ser un problema público”
1. No puedo hacer un juicio riguroso, pues es un proceso en pleno desarrollo: se requiere un análisis pormenorizado de sus líderes y de sus demandas. Lo interesante es que es un movimiento de mujeres que, con base en grupos universitarios, capta la empatía y la confianza de una población femenina mucho más amplia. Sus demandas de visibilizar y contener la violencia contra las mujeres, más allá de la exigencia de protocolos institucionales, cuentan con amplio apoyo en un contexto de gran cobertura de prensa. Así, un asunto privado pasó a ser un problema público. Esto me parece inédito, como también el que cada vez haya más mujeres que no temen usar el término “feminista”, y que cada vez haya más mujeres y hombres que entienden que el feminismo no apunta a una guerra entre los sexos, sino a la posibilidad de un nuevo pacto social, ventajoso para ambas partes.
2. Cada vez menos. Sin duda, para las primeras mujeres dedicadas profesionalmente a la investigación entre los ’70 y los ’80, no fue fácil, como no lo fue en otras disciplinas con minoría femenina. Junto a la falta de apoyo y de entusiasmo en algunos profesores por formar historiadoras, es más preocupante que algunos de ellos establecieran que los temas verdaderamente relevantes eran, por ejemplo, la historia de la política partidaria, la historia militar o de los modelos económicos, en desmedro de la historia social de la familia, de la salud o del arte, que algunos solían asociar con preocupaciones de mujeres.
3. No. Creo que lo que debería primar es el apoyo a historiadoras e historiadores con trayectorias investigativas sólidas, que trabajen con rigor, que hayan formado a nuevas generaciones. Y que los evaluadores pongan esos méritos por encima del hecho de que sean mujeres u hombres. Entre quienes deberían recibirlo por estas razones, identifico a Isabel Cruz, María Angélica Illanes, Sol Serrano y Ana María Stuven, por nombrar a las que más destaco, académicamente hablando.

Artículo de Pablo Marín (2 junio 2018) – Culto La Tercera