La Guerra de los Treinta Años

Las convulsiones del Sacro Imperio Romano Germánico abrieron la caja de Pandora en la Europa de la primera mitad del siglo XVII. Al final de la contienda se saldó con una nueva correlación de fuerzas que sepultó la hegemonía de los Habsburgo.

La crítica situación del Imperio germánico a finales del siglo XVI, dividido como estaba por cuestiones religiosas, constitucionales, políticas y económicas, derivó -a inicios del siglo XVII-, en un conflicto europeo más significativo: la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). El fin de la contienda significó un nuevo reparto de poderes en Europa y la consagración de un marco jurídico de relaciones internacionales donde se impuso la idea de la igualdad política entre todos los Estados, frente a la antigua concepción de universalidad del Sacro Imperio Romano Germánico. Francia y Suecia, convertidos en garantes del nuevo orden, pasaron a convertirse en potencias hegemónicas en el continente, a expensas de los Habsburgo.

El rompecabezas alemán

Entre los Estados imperiales alemanes, el problema religioso, teóricamente solucionado en 1555 por el emperador Carlos V en la Paz de Augsburgo, encubría una pugna política que afectaba a la esencia misma del Imperio: el enfrentamiento entre los príncipes y el poder central. La compleja constitución jurídica imperial sólo era viable si el emperador respetaba las esferas de poder de los diversos estamentos (Cámara, Consejo, Dieta y círculos imperiales) y si los numerosos estados, príncipes electorados o ciudades libres reconocían, a su vez, el régimen jurídico vigente.

Compleja situación se revelaría imposible ante el aluvión de acontecimientos que tuvieron lugar en un tiempo relativamente corto. La paralización de la Dieta, durante siglos la instancia suprema de la estructura estatal y ciudadana del Imperio, motivada por la retirada de los príncipes protestantes; la formación de la Unión Evangélica (1608) por una serie de príncipes y ciudades alemanas, y sus posteriores relaciones con Francia, Inglaterra y los Países Bajos; la reacción de los católicos con la fundación, a instancias de Maximiliano de Baviera, de la Liga Católica (1609), integrada por los príncipes-abades y los obispos de la Alemania meridional, con el respaldo de España; y la posterior creación de grupos armados en ambas facciones confesionales, convirtieron al Imperio de los Habsburgo en un polvorín susceptible de estallar en cualquier momento.

Situación religiosa del Sacro Imperio Romano Germánico en 1618.

La situación hizo finalmente crisis en Bohemia (actual República Checa), un reino de mayoría protestante que pertenecía a los Habsburgo austríacos. El emperador Rodolfo II, ejerció como verdadero rey de Bohemia, descuidando los asuntos imperiales y concediendo privilegios religiosos y políticos a los protestantes locales. El emperador fue forzado a abdicar a favor de Matías, quien cortó de raíz la política de su antecesor, generando inquietud entre los protestantes y nacionalistas checos.

La sucesión de Matías recayó en Fernando II, quien profundizó en sus políticas de corte contrarreformista. El conflicto estalló en 1618 y terminó con la derrota de los protestantes en la batalla de la Montaña Blanca (1620) a manos del conde de Tilly, jefe de las fuerzas imperiales. Federico V, elegido rey de Bohemia, huyó a Países Bajos, y sus seguidores fueron fuertemente reprimidos, siendo sus bienes confiscados a los grandes terratenientes leales al Imperio. En 1627, el emperador dictó una constitución que convierte a Bohemia en posesión hereditaria de los Habsburgo.

La guerra con Dinamarca

Pero el avance de las fuerzas católicas inquietó a los príncipes luteranos del norte de Alemania. En 1625 buscaron alianza con Christian IV, rey de Dinamarca y duque de Holstein, que se convirtió en jefe de las fuerzas sajona-danesas. La victoria de las fuerzas imperiales, comandadas por el general Albrecht von Wallenstein, truncó las esperanzas de los protestantes. La Paz de Lübeck (1629) significa el retorno al statu quo anterior al conflicto.

La derrota de los protestantes alemanes hizo que el emperador, fortalecido y respaldado por los mercenarios de Wallenstein, dispusiera a su antojo de electorados y principados, ahondando en su política contrarreformista. En 1629 promulgó el Edicto de Restitución, que imponía la devolución a la Iglesia católica de los territorios entregados a los protestantes desde 1555. Esta medida generó entre los príncipes católicos preocupación por el creciente poder absolutista del emperador. Comprendieron la amenaza que ello significaba para sus intereses y, con el apoyo de los protestantes y el respaldo de Francia, se lo manifestaron al emperador en la Dieta de Ratisbona (1630). Como respuesta, el emperador destituye a Wallenstein como jefe del ejército imperial.

La expansión del conflicto

La caída en desgracia de Wallenstein vino en el peor momento: en 1630, el rey Gustavo Adolfo de Suecia -que consideraba al mar Báltico como su zona de influencia-, interviene en el conflicto al sentirse amenazado con la presencia de las tropas imperiales en Alemania septentrional. Suecia entra por la desembocadura del río Oder, mientras que Francia -que sostiene económicamente a Suecia- inicia una política de desestabilización en los territorios italianos controlados por España.

Las fuerzas imperiales, con el apoyo de los tercios españoles, derrotaron a los suecos en Nördlingen (1634), quienes perdieron sus conquistas en Alemania meridional. Esta victoria posibilitó la paz con los electorados de Sajonia y Brandeburgo, el cual se firma en la Paz de Praga (1635), con la adhesión de todos los estados protestantes alemanes. Además, dejaba en suspenso el Edicto de Restitución. La paz en el Imperio parecía acercarse, pero Francia no estaba dispuesta a aceptar el dominio de los Habsburgo y establece una alianza con Suecia, el cual prolongó el conflicto. Esta alianza entre protestantes y católicos reveló el verdadero alcance de la guerra: la lucha por el dominio de Europa, que enfrentaba a Francia y Suecia contra los Habsburgo. Ese mismo año, Francia declaró la guerra a España y concluyó un pacto de ayuda con los Países Bajos, el cual le permite alcanzar la independencia. Ese mismo año Francia se alía con Saboya, Mantua y Parma contra el Milanesado español, dio más dinero a los suecos y atrajo a su bando al landgrave de Hesse-Kassel y al duque Bernardo de Weimar. La entrada de Francia en el conflicto llevó la guerra a varios frentes: España, acosada y mal gobernada, retrocedió en los Países Bajos, en Italia y en los Pirineos; tuvo que hacer frente a rebeliones en Portugal y Cataluña, y fue derrotada en la batalla de Rocroi (1643).

Firma de la Paz de Westfalia (1648).

División del Sacro Imperio Romano Germánico tras la Paz de Westfalia.

Los tratados de Westfalia de 1648, alcanzados tras años de negociaciones, restableció la paz entre el Imperio, Francia y Suecia, con resultados territoriales mínimos pero ventajosos para los vencedores. En el interior, los príncipes alemanes del norte impusieron sus exigencias territoriales sobre algunos obispados, mientras que el sur y el oeste continuaron siendo católicos. La paz contempló una amnistía general y el derecho al ejercicio privado y público de la religión. Este debilitamiento de la posición confesional y política del emperador aceleró la formación de pequeños Estados regidos bajo el prisma del absolutismo.


Fuente: Historia Universal: El mundo bajo el signo del absolutismo (2004).

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