La ruptura de la unidad religiosa en Europa

Durante el siglo XVI, la Iglesia vivió un período de transformación y ruptura que perturbó y condicionó la historia europea. Surgieron nuevas iglesias que, dominadas por su integrismo dogmático, se acusaron mutuamente de heréticas.

La crisis religiosa del siglo XVI fue uno más de los problemas que surgieron como consecuencia del cambio estructural y de mentalidad acontecido en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna.

Católicos, luteranos, calvinistas y anglicanos, entre otros, en sus luchas por imponer sus dogmas, reclamaron el apoyo del poder secular, ayudando con ello a la configuración de las Iglesias nacionales, una de las bases sobre las que se levantaron los nuevos Estados durante la Edad Moderna.

La Iglesia se hallaba, a finales de la Edad Media, sumida en una profunda crisis espiritual, consecuencia no de un debilitamiento del sentimiento religioso, sino de su incapacidad para dar respuesta a la exigencia de una original religiosidad planteada por el “nuevo hombre” del Renacimiento.

Pero no sólo fue ése el motivo de la crisis que desembocaría en la ruptura de la unidad del cristianismo: la Iglesia como institución, “desde su cabeza hasta sus pies”, vivía un largo período de decadencia y corrupción generalizada.

Los antecedentes

El período anterior a la Reforma se caracterizó por la aparición de nuevos pensadores religiosos que, en demanda de una vuelta de la Iglesia a su pureza primitiva, propusieron cambios en su dogma y en su organización. En muchos casos, en torno a pensadores críticos -John Wycliff, Jan Hus, Lorenzo Valla y Girolamo Savonarola-, considerados herejes por la Iglesia, surgieron movimientos populares revolucionarios que cuestionaron el orden social establecido.

La Reforma, cuyos hitos decisivos tuvieron lugar entre 1517 y 1555, se inició con la aparición de un conjunto de nuevos pensadores religiosos que reclamaron una profunda renovación de la Iglesia, que hiciese posible la desaparición de la corrupción y permitiese el perfeccionamiento de la vida cristiana. Sus nuevas doctrinas implicaron cambios profundos y radicales, que llevaron a la ruptura con Roma y al nacimiento de nuevas comunidades religiosas que se llamaron a sí mismas “reformadas” o evangélicas.

El apoyo que dispensaron a las nuevas iglesias las clases dominantes en las sociedades donde triunfó la Reforma, fue una de las causas de su afianzamiento. Con la Reforma, los príncipes y la nobleza obtuvieron beneficios políticos -mayor control sobre las nuevas confesiones y mayor independencia- y económicos -pasó a sus manos gran parte de los bienes expropiados a la Iglesia-.

Pero la principal fuerza impulsora de la Reforma fue la burguesía, que encabezaba en esos momentos el largo proceso de transformación social, económica y política que finalizaría con la consolidación del capitalismo. En el ámbito de las mentalidades, el triunfo del capitalismo se vería respaldado por la nueva concepción ética del trabajo y del enriquecimiento, consecuencia del giro dado por el dogma protestante.

En la primavera de 1517, el dominico Johann Tetzel, que “vendía” indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro de Roma, llegó a la ciudad alemana de Wittenberg. Este hecho fue el que determinó a Martín Lutero, prior de un convento agustino, a polemizar con Tetzel con motivo de las indulgencias. Lutero clavó en las puertas de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, el primer documento de la Reforma y en el que presentaba su programa. En ese momento, no obstante, Lutero no tenía intención de romper con Roma, sino de evitar los abusos del papado. En su doctrina trataba de dar respuesta a su principal preocupación religiosa: ¿cómo alcanzar la salvación eterna? Halló en la Biblia la fuente para la solución de sus incertidumbres. De su análisis surgió un nuevo dogma, basado en la predestinación divina, en la negación del papel y del valor del libre albedrío para alcanzar la salvación, y en la sola justificación de esta gracia por la fe. Según Lutero, Dios rige el mundo de dos maneras:

  • por el gobierno espiritual de la Iglesia, basado en la Escritura y en los sacramentos -tan sólo reconoció el bautismo y la eucaristía-, de modo que el creyente se une directamente con Dios, al margen de la jerarquía eclesiástica;
  • por el gobierno profano a través de la autoridad política que salvaguarda el orden en nombre de Dios.

Las teorías de Lutero se difundieron rápidamente en el sur, este y norte de Alemania. Al movimiento reformista se unieron Livonia (1522), Suecia y Finlandia (1527), Dinamarca y Noruega (1536), Hungría y Transilvania -de manera temporal- (1545) y Eslovenia (1561).

El radicalismo protestante

Lutero estableció los principios básicos de la Reforma pero, transcurridos unos años, otros pensadores se basaron en sus ideas e hicieron propuestas mucho más radicales. El más importante de ellos fue Juan Calvino, sin duda la segunda figura en importancia. Calvino desarrolló su labor pastoral en Ginebra (Suiza), tras recibir una esmerada formación en humanidades y derecho. Tomó las órdenes eclesiásticas, pero fue ganado por la Reforma al conocer los escritos de Lutero. Fue perseguido por ello y tuvo que exiliarse en repetidas veces. Durante los años de persecución, Calvino maduró su pensamiento religioso y concibió un proyecto sistemático de Iglesia reformada distinta del luteranismo. Radicalizó el dogma luterano de la predestinación y sobre él edificó su posición: Dios dispone que todo hombre se salve o se condene, sin tener en cuenta en absoluto el valor de sus actos.

Para evitar el terror del creyente ante la incertidumbre de estar o no entre los elegidos, Calvino estableció que si obtiene el éxito en su actividad terrena y pertenece a su Iglesia, el hombre puede estar seguro de su salvación. En 1541 regresó a Ginebra, donde fundó su Iglesia, la cual ejerció un control férreo tanto en el sector público como en la sociedad local. En contraposición a Lutero, Calvino defendió el derecho de resistencia al poder político, tesis de gran importancia en relación con los hugonotes franceses, con las guerras de religión y con la liberación de los Países Bajos.

Lejos de inspirar terror, la rigidez calvinista fue su principal activo e impulsó su rápida difusión en Europa entre 1550 y 1570. El calvinismo se propagó por Alemania, Francia, Escocia, Países Bajos, Inglaterra, Polonia y Hungría.

Ulrico Zwinglio fue otra figura destacada del protestantismo. En 1525, implantó la Reforma en Zúrich (Suiza) con el apoyo del Concejo de la ciudad, en donde ejerció su autoridad eclesiástica:

  • prohibió todas las manifestaciones religiosas que no estuviesen basadas en la Biblia;
  • se destruyeron las imágenes, se redujeron los sacramentos, se prohibió el canto y se limitaron las fiestas;
  • negó la presencia real de Cristo en el sacramento de la comunión;
  • radicalizó en extremo el concepto de predestinación, sin dejar espacio alguno a la redención por las obras, y
  • sus iglesias tendieron a inmiscuirse en el gobierno civil, el cual llegó a confundirse con el religioso.

Zwinglio trató de imponer su reforma por toda Suiza, pero murió en 1531 en la batalla de Kappel, donde se enfrentó contra los cantones católicos.

Otra de las iglesias reformadas que logró consolidarse en ese período fue la Iglesia anglicana de Inglaterra. Si las otras iglesias habían sido fundadas por pastores-teólogos, la anglicana fue creada por un rey -Enrique VIII-, enfrentado con el papado por su deseo de divorciarse de su mujer, Catalina de Aragón. Apoyado por el Parlamento, decretó la separación de la Iglesia de Roma y se proclamó jefe de la iglesia nacional.


Fuente: Historia Universal: Los inicios de la Edad Moderna (2004)