El PS: El verbo flamígero

El 28 de agosto, con el paro gremial abultándose día por día, Allende tomó juramento a un nuevo gabinete, orientado al diálogo con el PDC, con el socialista Carlos Briones en el Ministerio del Interior. Allende se lo había anunciado a Aylwin en la casa del cardenal Silva Henríquez. Briones debía asumir el lunes 20, pero la dirección del Partido Socialista comunicó al Presidente su tajante rechazo. El nombramiento se paralizó, hasta que el senador de la Izquierda Cristiana Alberto Jerez le notificó al comité político de la UP que él y “otros tres senadores” abandonarían la coalición si no se nombraba a Briones. El Presidente confirmó a su ministro, mientras Altamirano declaraba que Briones “no es socialista”.

Las relaciones entre Allende y el PS podrían llenar una enciclopedia, aunque siempre se llegaría a la conclusión de que su partido no facilitó la tarea del Presidente.

El PS ya acumulaba una larga historia de facciones y arrebatos izquierdistas. Fue fundado en abril de 1933. Irónicamente, su antecedente inmediato era una asonada militar iniciada en la base aérea El Bosque, desde donde el comodoro Marmaduque Grove encabezó una columna para ocupar La Moneda y declarar la “República Socialista”. La aventura duró, según el punto de vista que se escoja, sólo 12 días o algo menos de cinco meses, y dejó a la deriva a numerosos grupos que reconocían filas en el socialismo mundial. Su declaración de principios adoptó el marxismo “como método de interpretación de la realidad” y pronto entró con especial ímpetu en la arena electoral. En menos de 10 años ya tenía el 17% del electorado. Fue parte esencial del Frente Popular en los 30 y del Frap en los 50. El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 vino a cambiar las cosas. No hubo ningún sector más sacudido en Chile por la gesta de Fidel Castro que el PS.

Para 1964 se había formado una facción trotskista, que se identificaba con la IV Internacional, la organización creada por Trotski en contra de Stalin y la jerarquía de la URSS. El líder indiscutido del PS, Raúl Ampuero, que llevaba dos décadas a su cabeza, expulsó a los trotskistas y se embarcó en su siguiente disputa, ahora contra su archienemigo Salvador Allende, que era nada menos que el candidato presidencial de 1964. La derrota de aquel año lo convenció de que Allende nunca llegaría a La Moneda.

Para el XXI Congreso del PS, celebrado en Linares en junio de 1965, Ampuero ya estaba aislado y no repostuló a la secretaría general, que quedó en manos de uno de sus seguidores, Aniceto Rodríguez. Dos años después, Ampuero fue expulsado y se dio a la tarea inútil de dividir al partido creando la Unión Socialista Popular (Usopo), que años después, bajo la conducción del apacible Ramón Silva Ulloa, apoyó desde fuera a la UP.

Rodríguez presidía el PS para el famoso XXII Congreso de Chillán de 1967, donde se declaró marxista-leninista y proclamó que “la violencia revolucionaria es inevitable y legítima”. Seguía en esto al pie de la letra a Lenin: “Sólo destruyendo el aparato burocrático y militar del Estado burgués puede consolidarse la revolución socialista”. Como ha recordado con sutileza el ex miembro del comité central Luis Jerez, aquella declaración estuvo fuertemente influida por la muerte, unas semanas antes, del “Che” en Bolivia, aunque ninguna práctica orgánica del PS apuntaba en la dirección de su flamígero voto político. Su redacción había estado en manos del antiguo médico trotskista Jorge McGinty y su revisión, a cargo de Clodomiro Almeyda. Era un acuerdo que “no tenía músculo, pero expresaba indefinibles estados de ánimo”, escribió Jerez.

Para 1969, el PS se vio enfrentado a la obligación de presentar un candidato competitivo dentro de la recién nacida Unidad Popular. Aniceto Rodríguez creía tener la mayoría del comité central, pero Allende concitaba el respaldo de quien había participado en tres elecciones presidenciales; unos terceros promovían una candidatura “testimonial”, con Carlos Altamirano. Allende maniobró con destreza y fue dejando atrás a sus rivales, hasta que en enero de 1970 consiguió su proclamación como candidato de la UP.

El PS se puso a disposición de la estrategia gradualista del Presidente durante el primer año de gobierno, sin que cesaran sus querellas internas y sus reproches al PC y al PR por sus posiciones moderadas, que interpretaban como “burocráticas”. Mientras afirmaba con fiereza su tesis del “Frente de Trabajadores”, excluyente de otros segmentos sociales, reconocía la necesidad del eje socialista-comunista como conductor del proceso.

Lo que no se sabía en el congreso de Chillán es que ya entonces alojaba en el PS una fracción clandestina, organizada como la sección chilena del Ejército de Liberación Nacional (ELN) del “Che” Guevara en el inicio de sus operaciones en Ñancahuazú. Su gestor, el periodista Elmo Catalán, reclutó a un grupo de militantes socialistas, incluyendo a una hija de Allende, Beatriz, para dar apoyo logístico al “Che”. Adherían al “foquismo”, la tesis del foco revolucionario desde donde se expande la revolución, y contrariaban la política de masas que propiciaba el PS. En 1970, con el triunfo de Allende, los miembros de ELN aceptaron sumarse a la lógica electoral de la UP y fueron claves para organizar el Dispositivo de Seguridad Presidencial, que la oposición bautizó como Grupo de Amigos Personales (GAP) del Presidente.

Pero su presencia no vino a hacerse pública hasta 1971, en el XXIII Congreso del PS celebrado en La Serena, donde el partido radicalizó sus tesis revolucionarias previas. Más importante que eso fue el hecho de que los “elenos”, en alianza con los trotskistas y los allendistas -y en contra de los anicetistas- consiguieron 37 de los 47 asientos del comité central, un 78,7%, y designaron secretario general a Carlos Altamirano, que se proponía como intermediario entre la “tendencia insurreccional” y el propio gobierno, un oxímoron que mes a mes se volvería inviable. Como subsecretario general asumió Adonis Sepúlveda, un vehemente líder del trotskismo que se quedó con la mayoría real del comité central.

Tras el “ensayo” de la Asamblea Popular de Concepción, y sobre todo después del paro de octubre de 1972, la dirección del PS se embarcó en la idea de crear un “polo revolucionario”, con el MIR, el Mapu y la IC. Cuando Allende quiso declarar al MIR fuera de la ley, Altamirano se opuso y hasta insinuó que el partido podría irse del gobierno.

A partir de entonces, los socialistas más cercanos a Allende y el grupo de Clodomiro Almeyda se propusieron reordenar la UP con acuerdo al programa, la realidad política y los deseos del Presidente. Tenían el consentimiento de los comunistas. El objetivo inicial fue el Mapu, al que lograron dividir en marzo de 1973. La operación falló porque los dos segmentos mapucistas siguieron en la UP, pero sobre todo porque mostró que inducir el quiebre del PS produciría la destrucción irremediable de la coalición… y no en términos pacíficos. A lo más, habría que postergar esta definición para 1976, cuando, si las cosas iban bien, se discutiría la sucesión de Allende. La siempre bien informada CIA anotaba en marzo de 1973 que los favoritos de Allende eran sus ministros Almeyda y Tohá (“formidables candidatos”) e incluso su amigo Letelier.

Durante 1973, Altamirano insistió ante Allende en la necesidad de intervenir sobre los mandos de las Fuerzas Armadas, que estarían en manos poco fiables. Se enfrentó, una y otra vez, con el terco rechazo del Presidente. Cuando Altamirano le planteó sus dudas sobre el nombramiento de Pinochet en el Ejército, Allende replicó con un argumento irrebatible:

Mira, ¿a quién le voy a creer más? ¿A tus informantes o a Prats, que me dice que mete las manos al fuego por Pinochet?.

El 5 de septiembre, sintiéndose inmovilizado, Allende planteó al comité político de la UP, que presidía Adonis Sepúlveda, que se pronunciara sobre tres medidas posibles y combinables: plebiscito; diálogo con la DC; o gabinete enteramente militar. De no lograr acuerdo, el Presidente pedía un período de libertad de acción.

Al día siguiente, mientras el comité aún no respondía, el senador socialista Erich Schnake pidió una reunión de urgencia con el Presidente, que esa noche lo invitó a cenar en su casa junto a Altamirano y los comunistas Luis Corvalán y Orlando Millas. Schnake contó que había sido convocado a Viña del Mar por el contraalmirante Sergio Huidobro, jefe de la Infantería de Marina, para alertarlo acerca de un inminente golpe de Estado. La solución, según Huidobro, sería pasar a retiro a Merino y nombrarlo a él, junto con destituir a Leigh en la FACh, a Yovane en Carabineros y al menos a cuatro generales de Ejército: Arellano, Bonilla, Nuño y Torres de la Cruz, además, quizás, de Washington Carrasco.

Allende escuchó sin mucho interés. El PS insistía en interferir en su política hacia las Fuerzas Armadas. Parecía no entender que su gobierno había logrado que los militares no sólo fueran prescindentes, sino que incluso respaldaran al gobierno (“sus ejemplos predilectos” eran Prats y Montero). Un descabezamiento de los altos mandos precipitaría el golpe de Estado en lugar de contenerlo.

Los contertulios se fueron desalentados a eso de las 3 de la madrugada, con la sensación de que un desenlace violento se acercaba y el Presidente no confiaba en sus partidos. El sábado 8 se realizó en La Moneda una reunión de emergencia de la UP, a la que asistieron de nuevo Altamirano con Schnake, y Corvalán con Volodia Teitelboim, donde el ministro Letelier expuso la situación de las Fuerzas Armadas y se planteó el anuncio del plebiscito como forma de frenar a los conspiradores. Aunque el plebiscito no sería acerca de su permanencia en el gobierno, sino sobre la propiedad social de las empresas, Allende entendía que si lo perdía debía renunciar. En forma sorpresiva, Altamirano replicó:

Si perdemos el plebiscito, claro que hay que renunciar… Quiere decir que eso es lo que quiere la mayoría.

Altamirano restituía el papel que se atribuía sin que ya nadie se lo reconociera: el de mediador entre el partido y el Presidente. Salía por un instante de la lógica del ultraizquierdismo al que solían empujarlo el dirigente Nicolás García y, de manera más comedida, Adonis Sepúlveda. Pero esa noche, Allende, envió a su médico Danilo Bartulín a buscar la respuesta redactada por Sepúlveda: todo rechazado, incluyendo el plebiscito.

El domingo 9, Altamirano se encaminó hacia el Estadio Chile con un discurso que debía ser pronunciado por Adonis Sepúlveda, pero que el secretario general tuvo que asumir ante la renuencia de sus compañeros. El público estaba enardecido y las consignas del “poder popular” remecían las galerías. Testigos recuerdan que Altamirano comenzó con un lenguaje moderado, respaldando vagamente la idea del plebiscito, pero ante las rechiflas cambió de tono, dejó de lado el texto y se lanzó a una proclama incendiaria en la que desafió a la Armada y a los militares, afirmando que se reuniría con todos los oficiales y suboficiales que quisieran denunciar la sedición.

El discurso tiene hoy un estatuto legendario, aunque parece cierto que no tuvo ninguna influencia -salvo emocional- en la decisión de los jefes militares que ya habían resuelto el día y la hora del golpe de Estado.

En la noche del lunes 10 de septiembre de 1973, toda la dirigencia del PS durmió crispada y dividida. “Si pasamos la semana”, había dicho Allende, “las cosas pueden cambiar en nuestro favor”. Prats le había sugerido que la fecha límite era el viernes 14. Después vendría un largo feriado de Fiestas Patrias y el Presidente volvería a encabezar, con la solemnidad del jefe supremo, la siempre animosa Parada Militar.

El despertar de aquella noche sería una pesadilla.


Fuente. Chile 50, los 22 días que sacudieron a Chile – La Tercera

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