Plebiscito: la última hoguera

Con fuentes de primera mano, el sábado 8 de septiembre la CIA informó a Washington que “varios acontecimientos” podrían frenar el golpe previsto para el lunes 10. Por el prestigio que tenía entre sus subordinados, Merino era capaz de convencer a los golpistas que esperaran algunos días si Allende llamaba a un plebiscito o anunciaba la formación de un gabinete integrado únicamente por uniformados. Para desactivar la amenaza de intervención militar, el Presidente tendría que adoptar medidas el sábado o domingo, porque después podría ser muy tarde e incluso era posible que las concesiones que hubiese querido hacer carecieran de importancia.

El Presidente no tenía respaldo en los partidos de la UP para un gabinete militar, porque equivalía a un “golpe blanco”. Allende ni siquiera podía saber si contaría con generales dispuestos a sumarse a una iniciativa de ese tipo.

Sólo le quedaba una carta, a la que apostó todo: convocar un plebiscito. Era una jugada digna de su proverbial muñeca, que podría abrir un nuevo escenario. Llamar a un referendo, consideraba Allende, facilitaría que la DC dejara de lado la petición de inhabilidad en su contra que quería presentar en el Congreso, daría piso para el diálogo y sobre todo, tiempo. No perdía el optimismo: “Allende tenía mucha fe en ganar el plebiscito”, recuerda el ex senador radical Hugo Miranda, que el lunes 10 redactó una página para el discurso. El Presidente quería hacer el anuncio el lunes 10 por cadena nacional y el ministro del Interior, Carlos Briones, trabajaba hace días puliendo el borrador. Pero el sábado, en un almuerzo en El Cañaveral al que también asistió el ministro Fernando Flores, Allende le contó su plan a Prats y este lo encontró irrealizable:

Perdone, Presidente, usted está nadando en un mar de ilusiones. ¿Cómo puede hablar de un plebiscito, que demorará 30 o 60 días en implementarse, si tiene que afrontar un pronunciamiento militar antes de 10 días?

Allende llevaba semanas trabajando en la idea. Incluso dos años antes, en 1971, cuando su gobierno tenía mucho más respaldo que en vísperas del golpe, había advertido que podía llamar a un referéndum para reemplazar el Congreso por una asamblea popular de cámara única. En una entrevista a la revista Chile Hoy, Altamirano sostuvo entonces que el mayor error político de la UP fue no haber llamado a plebiscito “planteando la disolución del Congreso al día siguiente de la elección municipal, lo que habría permitido un cambio cualitativo en las fuerzas que hoy se expresan a través del Congreso”.

Pero en 1973 esto no era posible. Allende quería conocer a qué tipo de términos para un plebiscito adherirían personalidades universitarias cercanas a Frei. Sondeó a Fernando Castillo, pero un infarto lo dejó al margen. Después le pidió a Orlando Millas que operara con su primo, el ex rector de la Universidad de Chile Juan Gómez Millas, para conocer la exigencia mínima de Frei. Millas y Gómez Millas tuvieron cuatro encuentros. Gómez Millas quería que incluyera un llamado a asamblea constituyente, paralela al Congreso, que se elegiría en elecciones. Si al anunciar el plebiscito Allende incorporaba esta convocatoria, un grupo de personalidades de alto nivel declararía que la crisis estaba resuelta y Frei daría su respaldo. Millas relata en sus Memorias que informaba a diario de estas gestiones al PC y que recibía el respaldo de la comisión política. También Allende lo iba conociendo a diario, y “nos anunció que formularía en estos términos su mensaje al país”. Al conocer la propuesta Allende comentó con frialdad que eso llevaba al problema del poder y, en lugar de los tres años y meses que le restaban a su mandato, quedarían dos años para la asamblea. El desafío era ganarla y, si la perdían, “seremos momentáneamente derrotados democráticamente y no en golpe de Estado sangriento”.

Pero varios de los partidos de la UP pensaban distinto. El PS, el Mapu y la IC respondieron en principio en forma negativa a la solicitud de respaldo de Allende en los términos que él quisiera, a diferencia del PC, el Mapu-OC, el PR y el API, que la apoyaron. Trenzados en este debate, los partidos se reunieron en La Moneda tres días antes del golpe, el sábado 8, buscando dar la resolución unánime. No la hubo.

Millas informó al Presidente que la mayoría de los partidos lo apoyaba, que era muy peligroso atrasar el anuncio de plebiscito y le pidió una reunión con la directiva del PC. Allende la difirió para el domingo 9, porque el sábado debía atender a Adonis Sepúlveda, “que me tiene hasta la coronilla”, y luego reunirse con Prats para repasar en qué estaba el Ejército tras los cambios hechos por Pinochet. El domingo, en esta última reunión entre Allende y la directiva del PC quedó claro que en ese momento era el partido más cercano al Presidente. Ante la insistencia del PC para llamar cuanto antes a plebiscito, el Presidente replicó que no podía ser desleal con el partido de toda su vida y que Letelier realizaría una última gestión para conseguir el apoyo del PS. Les contó que informaría a los comandantes en jefe de la salida plebiscitaria, lo que el PC no consideró prudente, porque podría anticipar el golpe.

En La Moneda, el lunes 10, los acontecimientos eran vertiginosos. Almeyda llegó desde la Cumbre de Argel de los Países no Alineados y le dio una cuenta al Presidente. Al terminar la reunión, Hugo Miranda recordó unas declaraciones de Aylwin sobre la aceptación de un procedimiento pacífico para superar la situación, y Allende le pidió que redactara un memorando sobre eso. Con los recortes de prensa, Miranda escribió una página para el discurso de Allende que todavía permanece inédito. Luego Allende presidió un consejo de gabinete que se extendió hasta las 13. Uno de los presentes en esa reunión, el ministro de Vivienda Pedro Felipe Ramírez, cuenta que el consejo no fue deliberativo, sólo habló Allende. Por lo estructurado de sus palabras, “más que una intervención, fue un discurso”. El Presidente se dirigió sobre todo a los militares que eran ministros, explicándoles que el programa de la UP era patriótico e iba a modernizar el país. Al final del discurso dijo que “si intentan sacarme de acá, no crean que voy a ser como otros presidentes que han salido del país en un avioncito. No, yo voy a estar acá y me voy a defender hasta la última bala. Perdón, hasta la penúltima. Yo sé lo que voy a hacer con la última”, recuerda Ramírez. El Presidente no se refirió al plebiscito.

Después del consejo, Allende almorzó en La Moneda con varios de sus más cercanos: Garcés, Letelier, Bitar, Briones. El Presidente confiaba en que la DC aceptaría la vía plebiscitaria. “Aunque no haya borradores del texto, me consta que estaba fijada la fecha, la hora y el día” del anuncio y que Allende partió a terminar la redacción en su residencia de Tomás Moro, acompañado por Augusto Olivares y Letelier, relata Sergio Bitar. El plebiscito era “para discernir de una vez la posición de los chilenos respecto del área de propiedad social, que era el fenómeno que producía la mayor tensión con la DC”, dice.

Llegaron a La Moneda el líder del Mapu OC, Jaime Gazmuri, y el ex subsecretario de Justicia José Antonio Viera-Gallo. Querían hablar con Allende. Después de esperar, le pidieron al edecán militar, Sergio Badiola, que les diera hora con el Presidente para el 11. Al volver del despacho, Badiola les dijo que se quedaran. La espera se prolongó largo rato y Viera-Gallo debió partir. Cuando fue recibido, Gazmuri le dijo a Allende: “Hay que descabezar la Armada”. “Eso es el golpe”, respondió el Presidente. Gazmuri contestó: “El golpe viene igual”. Bromeando, Allende replicó: “¿Ah, sí? ¿Acaso quiere que le preste el sillón presidencial?…”.

Allende había resuelto anunciar el plebiscito el martes 11, en la Universidad Técnica del Estado. En Tomás Moro siguieron trabajando el discurso. Esa noche, por fin, consiguió la esquiva aprobación del PS. Después se fueron todos a dormir.


Fuente. Chile 50, los 22 días que sacudieron a Chile – La Tercera

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