Que se jodan

Esas tres palabras son el mejor reflejo del naufragio del proceso constituyente y, en verdad, de la política chilena. Bajo ese lema, la campaña del “A Favor” pasa revista a una serie de agravios. La violencia del estallido, la inflación, la delincuencia, la inmigración descontrolada, los casos de corrupción. Nos informan que esos agravios tienen culpables, contra quienes se debe usar el voto como forma de revancha.

Como es habitual en ambas franjas, esta campaña está repleta de mentiras y distorsiones. Se habla de “los que quemaron un país entero para tener una nueva Constitución” como si los vándalos que atacaban iglesias y locales comerciales hubieran tenido ese propósito o hubieran respaldado el acuerdo constituyente. Se culpa a “los que indultaron criminales” mientras se muestran imágenes de violencia protagonizada por inmigrantes, sin relación alguna con los indultos.

Pero qué importa la verdad. Lo que importa es escenificar la política de la venganza. La Constitución, no como una casa compartida entre todos los chilenos, sino como un método expedito para expulsar a algunos de esa convivencia.

Los proponentes de una nueva Constitución, en vez de hacer campaña destacando sus virtudes, intentan crear un plebiscito negativo. El discurso ha sido constante. Desde la alusión a los “verdaderos chilenos”, hasta los diarios reclamos sobre que votar A Favor en verdad es votar en contra o “derrotar” al Presidente Boric y al gobierno.

Convocar en torno a emociones positivas como la unidad y la esperanza parece cada vez más difícil. Las elecciones son ganadas indefectiblemente por la oposición, como ha ocurrido en Chile en cada votación los últimos 15 años.

Y así llegamos al absurdo: para que la gente vote A Favor de algo, se les trata de convencer de que en verdad es un voto en contra de otra cosa. Es la renuncia a la esperanza de llevar adelante proyectos constructivos. Es el triunfo de la política de la revancha.

El filósofo alemán Peter Sloterdijk advierte que hoy la política tiene como tarea “administrar la ira” de sociedades capturadas por un “nerviosismo crónico”.

A partir de ello, la filósofa chilena Diana Aurenque advierte que esta “forma especialmente enferma de capitalizar y acumular el descontento” liga a la comunidad no en búsqueda de la prosperidad, sino de la venganza.

Este modo “enfermo” de expresar descontento no es nuevo, pero cobra especial fuerza en momentos de crisis. El escritor Peter Hamill dice de Richard Nixon que “por 20 años, empleó la política del resentimiento cultivando a los rencorosos, los resentidos, los paranoicos. Se valió de los peores instintos del estadounidense en su ascenso al poder”. Ello no tuvo efecto mientras primaba el optimismo social. Pero en el turbulento 1968, en medio de los disturbios raciales, la guerra de Vietnam y los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, el electorado estuvo listo para premiar esa “retórica ponzoñosa e irresponsable”, según Hamill.

En nuestros días, la izquierda radical ha sido muchas veces la primera en explotar esta política de la venganza. Con ello, solo ha pavimentado el camino para que la derecha extrema use esa misma herramienta. La izquierda cosecha, la derecha siembra.

Hoy tenemos un ejemplo claro en Argentina, donde el kirchnerismo profundizó la “grieta”, pretendiendo dividir la sociedad entre victimarios y víctimas. Javier Milei ahora usa esa misma grieta para replicar ese discurso, pero en esteroides: ellos contra nosotros, en un duelo a muerte. Maduro, Trump, Bolsonaro y otros líderes populistas son también maestros del insulto y la venganza contra supuestos “traidores”.

En Chile, el estallido escenificó una larga serie de agravios. A veces desde propuestas de cambios, pero a menudo también desde la división de la sociedad entre víctimas y victimarios. Los personajes simbólicos eran víctimas, reales o ficticias (como Rojas Vade), y justicieros que vendrían a cobrar venganza, con una estética cargada de superhéroes.

Los agravios se multiplicaron y se volvieron inabarcables. La venganza debía ejecutarse contra todos los que no comulgaran con una pureza absoluta. “Sangre por sangre, watón Boric”, fue el mensaje en las redes sociales de la Lista del Pueblo cuando el entonces diputado fue agredido en una visita a los presos del estallido.

La ultraizquierda es el aprendiz de brujo. Desata fuerzas que se vuelven en su contra. Porque los maestros de esta técnica están en la derecha autoritaria. El recurso tiene amplia historia. Tras la Primera Guerra Mundial, la propaganda nazi usó la Dolchstosslegende, la leyenda de la “puñalada por la espalda”, como palanca para su ascenso. A una ciudadanía humillada por la derrota en la guerra y por los estragos de la crisis, le entregaba culpables: judíos, comunistas e internacionalistas, que habían traicionado a Alemania, conspirando para su derrota y traicionando a los patriotas, a los -otra expresión que los nazis solían usar- “verdaderos alemanes”.

En la crisis de las sociedades contemporáneas, los agravios a vengar son interminables. Las cosas ya no son como eran antes, y los culpables que apuntar con el dedo son infinitos. Los inmigrantes, las minorías raciales o sexuales, las feministas (“¡feminazis!”), artistas, intelectuales, políticos… y los vengadores son, a su vez, apuntados como traidores, en un juego sin fin. Ya hay un sector de la ultraderecha acusando a la nueva Constitución de “socialista”, “onunista” y parte de la conspiración de la Agenda 2030.

Incapaces de movilizar al electorado desde la bondad de un proyecto, los políticos han decidido arrancar votos hurgando en los instintos más oscuros del ser humano.

Nos prometieron una Constitución que, escrita “con amor” sería “una que nos una”. Este proyecto ha sido oficialmente abandonado por sus propios impulsores. Ahora, promueven la Constitución simplemente como una excusa para cobrarse venganza.

Es resignarse a la degradación total, el fracaso más radical de la política.

Y al que no le guste, que se joda.


Columna de Opinión de Daniel Matamala (25 noviembre 2023) – La Tercera

¿Qué piensan realmente los chilenos de los inmigrantes?

La última versión de la encuesta CEP reveló que siete de cada 10 chilenos, más allá de su ideología política, “está muy de acuerdo” en que los inmigrantes elevan la criminalidad. Al mismo tiempo, el 37% de los mayores de 60 años se inclina porque los migrantes abandonen sus tradiciones y adopten las chilenas.

Las percepciones de los chilenos respecto de la población migrante han sufrido un cambio explosivo en la última década. Si en público muchos chilenos no se atreven necesariamente a expresar lo que piensan de los inmigrantes, sí lo reconocen en privado. Eso fue lo que buscó el Centro de Estudios Públicos (CEP) en la versión 90 de su encuesta, que incluyó preguntas específicas respecto de las opiniones de los chilenos sobre la inmigración.

Los resultados fueron dados a conocer en medio de los cuestionamientos cruzados entre el gobierno y la oposición respecto al tema migratorio y en momentos en que La Moneda busca contener la presión pública por la percepción de inseguridad.

¿Qué piensan los chilenos de la migración? ¿Cuántos empatizan con ello? o ¿cuántos los sienten como una competencia?

A juicio de Aldo Mascareño, investigador senior del CEP, en términos generales existen dos visiones reveladas en la encuesta. Por un lado, persevera la idea de que “mucha migración está asociada a la criminalidad”. “Pero también hay otros indicadores que te hacen ver que la gente está diferenciando entre ese tipo de migración y otra que tiene objetivos más de trabajo, que llega acá porque su país está en crisis”, dice.

La perspectiva de los chilenos

Las respuestas entregadas en la encuesta CEP 90 fueron catalogadas, entre otras formas, desde “muy de acuerdo” a “muy en desacuerdo”. La que más se destacó de la publicación fue que el 70% de los encuestados está “muy de acuerdo o de acuerdo” en que “los inmigrantes elevan los índices de criminalidad”.

Mascareño sostiene que esa posición es transversal y “se puede encontrar sin importar el sexo, edad, nivel socioeconómico o de educación”. El investigador agrega que tanto en la izquierda como en la derecha hay quienes coinciden con la idea de que los inmigrantes elevan los índice de criminalidad. “Esa opinión está concentrada en el norte y en la RM”, explica.

Desde el CEP señalan que existen algunas preguntas que revelan de mayor forma la opinión generalizada que tienen los chilenos de los migrantes. Una de estas es sobre la afirmación de que “la llegada de inmigrantes a Chile perjudica más a las personas como yo”, donde el 41% dijo estar “muy en desacuerdo”. Sin embargo, en aquellos que sí están de acuerdo con que los migrantes afectan a personas como ellos, el 38% de las mujeres apunta a aquello, 42% de las personas mayores de 60 años y 42% de los que dicen no tener una tendencia política. A su vez, el 36% son de la Macrozona Norte.

Otra de las preguntas realizadas por el CEP es sobre si la persona encuestada considera que “los inmigrantes les quitan los trabajos a las personas nacidas en Chile”. En ese caso, el 44% de los encuestados señaló no estar de acuerdo con esa afirmación. Entre quienes defienden esa posición están los hombres, personas con educación superior, aquellos que se identifican de izquierda y principalmente quienes viven en la Macrozona Sur Austral.

Entre quienes sí consideran que los migrantes quitan el trabajo (34%), el 39% de las mujeres se mostró a favor de esa idea. En este caso, la mayoría vive en zonas rurales y aquellas que tienen más de 60 años.

Lorena Oyarzún, directora de la Escuela de Gobierno y Gestión Pública de la Universidad de Chile, apunta a que esto podría explicarse con que actualmente “nos encontramos con una alta tasa de desempleo. Efectivamente, después de la pandemia uno de los factores que mayormente fueron afectados son los empleos de mujeres, particularmente porque eran los más informales”.

En cuando a la idea de que “los inmigrantes contribuyen a la sociedad chilena con nuevas ideas y cultura”, separados por sexo, entre la mayoría que apoya esa premisa el 51% son hombres, de zonas urbanas, y entre 30 y 44 años. También los que se consideran de izquierda y viven en la zona centro (regiones de Valparaíso, O’Higgins y Maule).

El investigador del CEP resume que la mayoría de los jóvenes “tienen una visión más positiva de la migración, por tanto los mayores tienen una visión más negativa”. Así como también aquellos que “tienen una tendencia más política de izquierda”. Por el contrario, afirma, “las visiones más críticas respecto de la migración están en la Macrozona Norte y en la Región Metropolitana”.

De lo crítico al apoyo transversal

La encuesta CEP también realizó consultas respecto de la perspectiva que tienen los chilenos de aquellos migrantes que han llegado recientemente en comparación respecto a los que llegaron en la última media década, siendo el 74% el que los califica como “peor”. En ese sentido, el 82% de las personas mayores de 60 años es la que más apoya aquello y el 81% de las personas que dice no tener una posición política.

A juicio de Oyarzún, esa respuesta podría estar relacionada con la masividad de la migración desde 2017. En ese sentido, afirma que por las condiciones en las que llegan los migrantes “no tienen las mismas facilidades de acceso para integrarse a la sociedad de acogida, y además porque esto va relacionado con la situación país, (…) la sociedad chilena se siente más vulnerable, con más incertidumbre”.

La encuesta del CEP también buscaba conocer el tipo de sistema migratorio que apoyan los chilenos. Así, el 84% se inclina por el cierre total de fronteras, siendo las personas mayores de 60 las que apoyan más esa posición. Esto también es respaldado por el 48% que vive en la RM.

Para Francisca Vargas, directora de la Clínica Jurídica de Migrantes y Refugiados de la UDP, el sistema “es uno muy cerrado, porque para migrar a Chile la ley entiende que tú tienes un proyecto migratorio previamente trazado (…) y lo mínimo que te va a pedir es un vínculo familiar con residencia definitiva o tener un contrato de trabajo”.

Donde existe una posición transversal es en preguntas como la que plantea que “los migrantes regulares deberían tener el mismo acceso a la educación pública que los ciudadanos chilenos”, donde el 76% de los encuestados está “muy de acuerdo”. En detalle, quienes más apoyan dicha afirmación son las personas que viven en zonas urbanas, el 81% de las personas entre 18 y 29 años y el 77% de las personas que pertenecen al segmento económico C2 y C3.

Oyarzún afirma que en este caso tiene que ver con que también “la sociedad chilena entiende como derechos; en el tema de la educación sabemos que los niños independiente de su situación regular o irregular tienen derecho a la educación”.

Otra de las preguntas planteadas por la encuesta es sobre qué tanto agrado o molestia sentirían los chilenos en instancias como que la pareja de un familiar sea migrante, el tener vecinos inmigrantes y trabajar junto con extranjeros.

En las tres opciones la gran mayoría se inclina porque “no me agradaría ni me molestaría”. Para Mascareño, “esas son personas que son indiferentes en un buen sentido, en el sentido de que la nacionalidad del vecino, de la persona con la cual mi hija se case o de una persona con la cual yo trabajo no importa, no tiene un prejuicio sobre eso”.

En esa línea, la mayoría de las personas mayores de 60 años, el 37%, se inclina porque los inmigrantes deben abandonar sus tradiciones y adoptar las chilenas, posición que también es apoyada, en un 30%, por las personas de los segmentos económicos D y E, y las personas sin interés en la política.

Una variable que ha cambiado en el tiempo, explica el investigador del CEP, es sobre la visión que tienen los chilenos sobre las razones que tienen los migrantes para llegar a Chile. En ese sentido, el 54% considera que es porque en sus países de origen están “en crisis”.


Artículo de José Carvajal Vera – La Tercera (25 noviembre 2023)