Sebastián Piñera (1949-2024): “No haber logrado un acuerdo constitucional que fuera aprobable debilitó a la derecha”

“No me arrepiento”, dice el ex-Presidente Sebastián Piñera al recordársele que fue durante su segundo mandato -en 2019-, y para encauzar el estallido social, que se abrió el proceso constitucional, que tuvo dos tiempos -la Convención (2021) y el Consejo (2023)– fallidos. “¿Qué opciones tenía nuestro gobierno el 12 de noviembre del año 2019?”, replica. Y sentencia: “Seguimos el camino del diálogo y no el de la fuerza. Fue una muy buena decisión”. Eso sí, lamenta lo que denomina la pérdida de construir una Constitución en democracia.

¿Lo sorprendió el resultado del plebiscito constitucional de diciembre?

No. Todas las encuestas públicas conocidas marcaban con mucha claridad una ventaja del “En contra” por sobre el “A favor”. Pero además era lo que uno intuía. Y creo que nos perdimos una gran oportunidad. Tuvimos una segunda oportunidad y la perdimos.

¿Por qué cree que se dio ese resultado?

Hubo algunos factores claves. La propuesta de los expertos es una buena propuesta. Pero se confundió, en parte, lo que es un programa de gobierno con lo que es una Constitución. Un programa de gobierno es un plan que una coalición le propone al país para un gobierno, una Constitución es un marco de unidad que debe durar décadas y décadas. Los dos principales errores de nuestro sector fueron, en primer lugar, poner en duda la Ley de Aborto en tres causales, porque eso alienó a las mujeres. Si usted ve los resultados, la gran derrota se produjo entre las mujeres y entre los jóvenes. Y, en segundo lugar, hubo cosas absurdas como, por ejemplo, el tema de las contribuciones, que no es un tema constitucional. Es un tema de política pública. Hubo dos errores, entre otros, que nos hicieron perder una gran oportunidad y volvimos, después de cuatro años, a fojas cero.

Los dos factores que usted marca son enmiendas que impulsó el Partido Republicano. ¿Atribuye esos errores a los republicanos en particular o fue Chile Vamos que no supo neutralizar la hegemonía de una derecha más radical?

La principal responsabilidad la tiene quien era mayoría en el Consejo Constitucional, que era el Partido Republicano. Pero también es cierto que Chile Vamos tenía los votos suficientes para haber podido lograr un acuerdo para una Constitución que fuera aprobable por la opinión pública y que eliminara estos gustitos, errores y excesos.

¿Un acuerdo con la centroizquierda dice usted?

No bastaba un acuerdo de Chile Vamos con la izquierda porque se requerían tres quintos de los votos. Era fundamental que concurriera el Partido Republicano. Era lograr un buen acuerdo con Republicanos y no permitir excesos, errores o gustitos que finalmente terminaron significando la derrota.

¿Por qué usted cree que Chile Vamos no hizo ese esfuerzo?

Creo que faltó conducción, liderazgo. Los consejeros de Chile Vamos actuaron en forma cada uno bastante autónomo e independiente, no hubo una conducción o una visión estratégica, porque el gran objetivo era una buena Constitución, una nueva Constitución, pero una Constitución que pudiera ser aprobada en el plebiscito.

¿Esa responsabilidad de conducción era de las directivas?

Creo que ahí hubo una falla de estrategia, de planificación, de coordinación, de visión.

¿De las directivas o los propios consejeros?

Ambos. Ambos.

Dice usted que se volvió a fojas cero después de estos dos fracasos. ¿No cree que se ganó estabilidad luego de que la izquierda diera por cerrado el proceso y validara la actual Constitución?

Creo que hubiera sido mejor haber aprovechado esta magnífica oportunidad en democracia de aprobar una nueva, buena Constitución. Eso habría dado mucho mayor estabilidad y fuerza al marco institucional y permitirnos dejar de discutir permanentemente en torno a ese marco y concentrarnos en las grandes prioridades de los chilenos. Seguridad, crecimiento… empleo, inversión, salud, educación, etc. Además nos permitía levantar la vista de este pantano y ver las maravillosas oportunidades que ofrece el mundo moderno, que estamos mirando de lado y en cierta forma dejando pasar. Hubiera sido mejor aprobar una nueva Constitución que simplemente volver a fojas cero con la misma Constitución actual.

Pero usted mismo dice que había ripios, que la propuesta tenía más de programa de gobierno que de nueva Constitución. ¿Cuál era la ventaja de aprobar esa propuesta del Consejo?

Digo que perdimos la gran oportunidad de haber logrado un buen acuerdo constitucional. Que incorporando valores básicos como la unidad del país, el respeto a una democracia verdadera, con Estado de Derecho, con separación de poderes, más derechos sociales, haber garantizado mejor valores esenciales como la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades, la igualdad entre hombres y mujeres, la protección del medio ambiente. Todas cosas que pudimos haber incorporado a la Constitución y que hubieran requerido un mejor acuerdo entre Chile Vamos y Republicanos. El oficialismo desde el primer día acordó rechazarlo todo, no era ese el camino, se intentó, pero no se logró. El camino era habernos puesto de acuerdo entre nosotros, de presentarle al país una buena Constitución que pudiera ser aprobada por la opinión pública. Y eso no lo logramos.

¿Le cree a la izquierda cuando señala que no va a abrir un nuevo proceso constitucional?

La actual Constitución es la misma, pero con quorums más bajos de reforma. Por tanto, se pueden reformar leyes orgánicas como, por ejemplo, Banco Central, Fuerzas Armadas, Fiscalía, Sistema Electoral, simplemente con la mayoría absoluta de los miembros en ejercicio. Por tanto, es una Constitución que tiene menos garantías de estabilidad. Creo que la izquierda va a seguir insistiendo en revivir su visión constitucional, como lo hizo cuando tuvo poder en la Convención y planteó una propuesta aberrante. Yo creo que eso va a volver a ocurrir en el futuro.

Es decir, ¿usted no cree que ganamos en certidumbre?

Ganamos en certidumbre, pero no hemos conquistado la verdadera estabilidad y seguridad que da un acuerdo en democracia. Un gran acuerdo para que todos entiendan que la Constitución es respetable y debe ser respetada por todos. Y no esta situación actual en que algunos sienten que pueden pasar por encima de la Constitución cada vez que quieran.

En algún minuto la clase política se convenció de que el cambio de la Constitución resolvía los problemas de Chile, a propósito del estallido social. Usted también pareciera que se convenció de eso cuando dio luz verde al proceso constitucional. ¿Cómo lo mira ahora con cierta perspectiva y cómo se convenció de ello en su minuto?

Aquí hay una pregunta y una afirmación.

Despéjelas usted mismo…

En algún momento la izquierda planteó que la culpa de todos los males de Chile era el sistema neoliberal. Signifique lo que signifique. Y agregó que todas las soluciones a estos males estarían en una nueva Constitución, que fue la que ellos propusieron en la Convención. Eso es un error garrafal. Los países requieren una Constitución que sea aprobada y respetada por todos, pero las constituciones no resuelven todos los problemas como pretendía la izquierda. Ese fue un ejercicio de populismo y demagogia pura. Las constituciones son el marco, pero a partir de eso hay que construir las soluciones que el país necesita. Nunca creí que la Constitución era la solución a todos los problemas.

Esa era la afirmación. Ahora, la pregunta.

Efectivamente nosotros el 12 de noviembre de 2019, después del estallido brutal de violencia, sin límites, sin piedad, que no respetaba nada y nadie, propusimos al país ese triple acuerdo que era por la paz, una mayor justicia social y por una nueva Constitución. Quiero recordar que el día que hicimos la propuesta, toda la oposición, desde la DC al PC, publicó una carta esa mañana del 12 de noviembre, en que decía que el proceso constitucional estaba lanzado, que lo había resuelto la calle, y por tanto que era un hecho consumado. Cuando leí esa carta en la mañana no lo podía creer. Esa carta fue un grave error. Porque la soberanía reside en la gente, no en la calle, y mucho menos en los violentistas.

Aun así usted dio su visto bueno a la apertura de un proceso constitucional…

Por supuesto que sí, porque creía y sigo creyendo que los países sabios no se pasan toda su vida y toda su historia dividiendo y confrontándose en torno a la Constitución, sino que esta es el gran marco, le da unidad, proyección y estabilidad a la legítima diferencia y discrepancia dentro de una democracia. Y por eso sí creía que era necesario lograr, después de 40 años de discusión y debate, un buen acuerdo sobre una nueva Constitución en democracia.

¿No fue una decisión que tomó presionado por la clase política?

Por supuesto que eran tiempos muy especiales y había muchas presiones. Había mucha violencia y había mucha angustia, mucha incertidumbre. Y un Presidente tiene que buscar una salida a esa crisis política y de violencia que estaba viviendo el país. Había dos grandes caminos, no había más. Uno era el camino de la fuerza, de sacar a los militares a la calle, el camino de los estados de excepción constitucional. Y el otro camino era el camino del diálogo, de los acuerdos, que es el camino de la democracia. Y nosotros, frente a esa disyuntiva, optamos por el camino del diálogo, los acuerdos y la democracia. Y me alegro de haberlo hecho porque pienso que era definitivamente el mejor camino. El otro pudo haber conducido a una crisis total, incluso a una guerra civil. Ahora, que el camino de los acuerdos no llegó a buen puerto, lo lamento mucho porque, como le decía antes, perdimos una gran oportunidad.

Una parte de la derecha siempre ha señalado que usted “entregó” la Constitución para permitir la continuidad del gobierno y ha tenido una visión muy crítica por abrir ese proceso…

Esa derecha dura y crítica, a veces habla desde el limbo, como si estuviéramos viviendo en Narnia. ¿Qué opciones tenía nuestro gobierno el 12 de noviembre del año 2019? Después del estallido social, el 12 de noviembre fue uno de los días más violentos en la historia de nuestro país. Se produjeron hechos de violencia impresionantes y desconocidos en Chile. Además, gran parte de la izquierda validaba la violencia como un instrumento legítimo en la lucha política. Adicionalmente, se dedicaban a denostar, desprestigiar y criticar a Carabineros de Chile y a Investigaciones, que eran las fuerzas de orden y seguridad que tenemos en democracia. Eran tiempos muy difíciles. Nosotros seguimos el camino del diálogo y no el camino de la fuerza. Y creo que fue una muy buena decisión. Le diría a esa gente que critica, qué opción ofrecían ellos. Una cosa es la política teórica desde la comodidad, de nuestras propias posiciones, y otra cosa es la política real, que es cuando uno enfrenta opciones reales, en que ninguna es buena, en que todas tienen costo y beneficio. Ese día, después de una discusión muy fuerte y muy apasionada en mi oficina, les pedí a todos que se retiraran para poder reflexionar con tranquilidad y en paz. Y ahí tomé la decisión del camino del diálogo. Y no me arrepiento.

¿La derecha resigna algo de su posibilidad de llegar a un nuevo gobierno con este ejercicio fallido del Consejo Constitucional?

Los principios, los valores y las ideas de la derecha reflejan mucho mejor los principios, los valores y la idea del pueblo chileno, que las propuestas de izquierda. Las ideas de libertad, de mérito, de respeto, de disciplina, de responsabilidad fiscal, de libertad de elección, no solamente para elegir presidente o elegir constitucionales, sino también para elegir la salud de nuestras familias, la educación de nuestros hijos, o poder elegir en temas tan delicados y tan importantes como los temas de conciencia, la religión, el culto, la libertad de expresión, son ideas muy adentradas en el alma de los chilenos, y eso se demostró en los últimos tiempos. Obviamente que para lograr ganar la próxima elección presidencial se va a requerir hacer las cosas mucho mejor de como las estamos haciendo.

¿No comprometió la derecha parte de sus opciones teniendo un desempeño fallido en el Consejo?

No haber logrado aprovechar con sabiduría, con prudencia y con inteligencia la tremenda oportunidad de haber logrado un buen acuerdo constitucional, pero al mismo tiempo que fuera aprobable por la opinión pública, debilitó a la derecha.

¿Cuál es su propuesta para la oposición?

La gran misión de la oposición es sacar a Chile de este pantano. Ponerlo en marcha. Hacer que Chile recupere el rumbo, el ritmo y se ponga en marcha hacia lo que todos queremos. Un país más libre, más próspero, más justo. Para eso la propuesta que hago es muy simple. Primero, que dentro de la oposición, y en esto incluyo desde el centro, Chile Vamos y Partido Republicano, logremos un acuerdo con las bases esenciales de una alianza política al igual que lo hizo la centroizquierda para recuperar la democracia.

¿Qué se requiere para ese camino?

Se requieren cuatro pasos. Primero, un gran acuerdo sobre las bases esenciales de ese proyecto de país que a mi juicio debe ser un compromiso claro y categórico con la democracia, el estado de derecho, los derechos humanos; un compromiso con la economía social de mercado libre, abierta, competitiva, y además con responsabilidad fiscal; un compromiso con la derrota a la pobreza y por una mayor igualdad de oportunidades; un compromiso con igualdades básicas, como la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, como la libertad de conciencia, de culto, de expresión, de reunión, de emprendimiento y de elección, y un compromiso también con algunos principios básicos como la protección del medio ambiente y el aprovechamiento de las oportunidades futuras. Esa sería nuestra guía y carta de navegación. Segundo, fijar con mucha claridad las prioridades del próximo gobierno: seguridad ciudadana, crecimiento, empleo, salarios, educación y salud, modernización del Estado y sobre todo desatar las fuerzas de la libertad, de la imaginación, de la creatividad, del emprendimiento, que hoy día están totalmente ahogadas. Tercer criterio, un acuerdo para enfrentar unidos las elecciones unipersonales, gobernadores, alcaldes y presidenciales. Acuerdos de acción o acuerdos de omisión. Y en cuarto lugar, acordar un proceso democrático para elegir el candidato a presidente de esta futura alianza, que podría ser por primarias o por acuerdos y pactos de apoyo de segunda vuelta.

¿No peca de optimismo? Las derechas salieron peleadas tras el Consejo y José Antonio Kast, por ejemplo, ya dijo que no va a participar en primarias…

Digo primaria o pacto de segunda vuelta. Mire, sin optimismo, sin voluntad, sin decisión, sin compromiso, sin pasión, Chile no va a salir de este pantano de mediocridad y estancamiento en que estamos.

Hay veces en que el optimismo es solo voluntarismo… la derecha ha abierto un debate respecto de su futuro y hay una parte importante de esa derecha que no quiere saber nada de republicanos. El centro, Demócratas y Amarillos también han planteado un punto sobre republicanos…

Este no es un camino que esté pavimentado y con alfombra y cubierto de arcos de rosas. Este es un camino duro, difícil, pero urgente y necesario. Estoy consciente de todas esas dificultades, pero mientras más grandes son las dificultades y mientras más grande es el valor y la misión de esa gran alianza, más fuerte tiene que ser nuestro compromiso y nuestra voluntad de lograrlo.

¿Qué rol va a cumplir usted para que se cumplan estos pasos?

Quiero colaborar como ex-Presidente a que la oposición logre unirse en torno a esta gran misión, a este gran proyecto, a esta gran tarea, que es grande, que es noble, que es urgente, que es necesaria. Y que es sacar a Chile de esta situación de pantano, mediocridad, estancamiento, frustración, en que estamos.

¿Ha sido proactivo en esa misión que se autoimpone?

Estoy trabajando en esta misión desde hace algún tiempo.

¿Qué rol tienen que jugar las figuras mejor posicionadas del sector, como José Antonio Kast y Evelyn Matthei?

Sin duda que ellos son hoy día las dos figuras mejor posicionadas y por tanto tienen una responsabilidad muy especial en no dejar que los árboles les impidan ver el bosque. Esta es una tarea no solamente de un partido ni de Chile Vamos. Esta es una tarea tan grande, tan difícil, tan noble, tan necesaria, tan desafiante, que requiere una gran alianza para tener mayoría política en el Congreso, para tener mayoría social y cultural en la gente, para poder hacer estas grandes transformaciones.

¿Y cree que Matthei y Kast tienen ese liderazgo con estos rasgos que usted plantea?

Creo que tienen las condiciones para ejercer ese liderazgo. Y creo que Chile Vamos, además, no debe actuar al ritmo o a la música que pone Republicanos. Debe actuar al ritmo y a la música de lo que demanda el país. Esta propuesta de una gran alianza para una gran misión es lo que Chile hoy día necesita.

¿Usted no es de los que creen que Republicanos quieren reemplazar a Chile Vamos, así como el Frente Amplio intentó en su minuto reemplazar al eje de la centroizquierda más tradicional?

Una cosa pueden ser las intenciones de algunos, pero hoy día no estamos para ese tipo de motivaciones o intenciones. Hoy día Chile vive un momento tan delicado, tan crítico, que exige y requiere conductas mucho más grandes que las que hoy día en cierta forma en Chile se ubican. Lo he dicho otras veces, sobran izquierdas y derechas, y lo que falta es más profundidad y más altura. Desde mi cargo de único ex-Presidente de nuestro sector, quiero colaborar a que nuestro sector no se agote en pelea y rencilla interna y pequeña entre los partidos, sino que asuma su gran responsabilidad histórica de sacar a este país, a nuestro país, al único país que tenemos, de este pantano y ponerlo nuevamente en marcha.

¿No se siente a veces un poco solo en ese ímpetu? Uno ve que la derecha más bien está en un ánimo todavía de reacomodo, lamiéndose las heridas…

Hay tiempos y tiempos. Ya pasó el tiempo de lamentarse las heridas. Ahora es el tiempo de asumir nuestra gran responsabilidad histórica. Y por supuesto que a veces uno se siente solo; pero yo soy, por naturaleza, optimista, perseverante y apasionado con las cosas que creo que son buenas para Chile.

Dijo que el fracaso del proceso constitucional debilitó a la derecha. ¿Cree todavía que su sector tiene la primera opción de ser gobierno en la próxima elección?

Sí, definitivamente sí. Por todo lo que le acabo de decir. Porque el actual gobierno no lo ha hecho bien. Hoy día tenemos un país, un país más dividido, más estancado, más empobrecido, más inseguro. Y eso no es lo que el país quiere y aspira y lo pide a gritos todos los días.

¿Usted valora los giros que ha dado el gobierno respecto de sus propias convicciones en el último tiempo? Los temas son muchos: seguridad, Araucanía, el diálogo con el mundo privado. El Presidente Boric ha sido explícito, y en estas páginas el fin de semana pasado el alcalde Tomás Vodanovic (RD) decía que fueron una oposición sumamente mezquina con usted…

Leí la entrevista del alcalde Vodanovic y, por supuesto, siento que la oposición que tuvo nuestro gobierno fue muy pequeña, muy mezquina, muy partisana, con poca grandeza y poca generosidad. Y eso le hizo mucho daño a nuestro país. Por supuesto que valoro los cambios de posición o los reconocimientos que ha hecho el actual gobierno, incluyendo al Presidente Boric. Lo que estoy diciendo es que cuando uno durante mucho tiempo se opone majaderamente a una agenda de seguridad que el país necesitaba con urgencia, cuando durante mucho tiempo valida, valora, justifica, incluso apoya la violencia, cuando durante mucho tiempo cae en el populismo y la demagogia de prometer lo que sabe que no es bueno para el país y que no se puede cumplir, genera un daño muy grande. Y, por tanto, cuando uno se arrepiente y cambia, no elimina el daño causado.

Parte de los cambios del gobierno respecto de su postura fue el acuerdo de SQM y Codelco por el litio, ¿no? ¿Le pareció una buena resolución del problema?

Chile está en una posición absolutamente espectacular. Tenemos sol, cobre, litio, cobalto, tierras raras, tenemos hidrógeno verde. Tenemos un tremendo potencial para resolver y contribuir a resolver, no solamente en Chile, sino que a nivel mundial, el problema del calentamiento global. Y por eso nosotros quisimos aprovechar la enorme oportunidad del litio en el momento oportuno. Licitamos cinco derechos a explotar litio que fueron ganados en una competencia limpia y transparente por cinco empresas. Ninguna de ellas, de las existentes en Chile, que eran Albemarle y Soquimich, que si bien participaron, no ganaron porque las otras ofertas fueron mejores. Y eso nos habría permitido a nosotros haber ganado participación y haber recuperado el lugar que nos corresponde en la industria del litio. Chile dejó de ser el primer productor. Hoy día es Australia. Y tal como vamos, vamos a ser superados prontamente por Argentina. Esa licitación la botó el actual gobierno. Y ahí perdimos dos años. Finalmente se recurrió a un camino más corto, que era en vez de crear una empresa nacional del litio buscar esta asociación entre Codelco y Soquimich. Mire, yo no conozco los detalles exactos de… pero pienso que en general es un acuerdo razonable.

¿Razonable? Usted hubiera preferido una licitación por lo que se entiende.

Efectivamente. Pero había problemas con la licitación. Usted sabe que era la continuidad.

El gobierno fue muy crítico de todo el tema de las platas políticas en el que estuvo involucrado SQM y cuyo principal accionista es Julio Ponce. Queda claro que usted no habría optado por un acuerdo directo con SQM, pero su gobierno ¿podría haber suscrito un acuerdo con SQM y que no se desatara la polémica?

Son preguntas tan hipotéticas… La verdadera diferencia es que creo que nosotros como oposición tenemos una actitud mucho más seria, mucho más responsable, mucho más patriótica que la que tuvo la oposición que tuvimos que enfrentar nosotros durante nuestro gobierno.

¿En su mandato los ministros tenían reuniones como las que se han conocido ahora de miembros del gabinete de Boric en la casa de Zalaquett?

Naturalmente que el Presidente y los ministros tienen como parte de sus funciones escuchar, reunirse, compartir, informar, recibir sugerencias, comentarios. No toda reunión privada es una reunión que requiera ser regulada por el lobby. Sin embargo, cuando se reúnen ministros de un área, por ejemplo Economía y Medio Ambiente, con empresarios de un sector, la salmonicultura, para discutir temas no generales, sino que específicos de ese sector, creo que eso sí requiere estar regulado por la Ley de Lobby.

Le pregunto si sus ministros tenían este tipo de actividades o no…

Mire, reuniones con gremios por supuesto que sí. Este tipo de reuniones, no. Está muy bien generar diálogo con el mundo privado. Y por eso nosotros muchas veces invitábamos a La Moneda a las organizaciones gremiales, las organizaciones sindicales, las organizaciones empresariales, a conversar y discutir, pero transparentemente, arriba de la mesa. Estas malas prácticas dañan mucho el buen propósito, que es que debe haber un diálogo fluido, transparente y permanente entre el sector público y, cierto, los distintos sectores de la sociedad. Pero hay que hacerlo siempre en forma transparente.

¿Usted mantendría al general director de Carabineros, Ricardo Yáñez, una vez formalizado en una causa?

Creo en la independencia y autonomía de las instituciones para cumplir su función. Y, por tanto, no pretendo interferir con eso, y dejar que las instituciones funcionen. Sin perjuicio, las instituciones tienen que funcionar en forma oportuna. Este es un caso que ya lleva más de cuatro años. Y creo que no es prudente tener casos de esta naturaleza y de esta magnitud, abiertos, desformalizadamente, cierto, sin información durante tanto tiempo. Así que yo espero que estos casos se resuelvan. En nuestro gobierno sí teníamos una definición sobre eso. Quiero decir que cuando nos tocó enfrentar las brutales consecuencias de violencia y destrucción del mal llamado estallido social, fijamos como criterio para enfrentar esa situación un doble objetivo, resguardar el orden público y proteger a los ciudadanos y al mismo tiempo respetar los derechos humanos y proteger la libertad de las personas. Y en ese doble objetivo, tanto el general Yáñez como el general Rozas siempre colaboraron.

Usted me decía que en su gobierno tenía un principio. ¿Y cuál era ese principio?

Era analizar cada caso en su mérito.

La ex-Presidenta Michelle Bachelet retomó protagonismo político. ¿Cuánto compromete sus planes que ella eventualmente decida repostular a La Moneda?

Mi decisión es independiente de la decisión de la ex-Presidenta Bachelet.


Entrevista realizada a Sebastián Piñera el 24 de enero de 2024 – La Tercera

Sebastián Piñera Echenique (1949-2024): “Nuestra democracia estaba profundamente enferma”

El 11 de septiembre de 1973 era su primer día de clases en Harvard. Hoy el Mandatario asegura que -a 45 años del Golpe- todos los sectores han aprendido lecciones y que si se repitiera la historia, la mayoría de los chilenos actuaría con “más prudencia y grandeza”.

Había dejado Chile pocas semanas antes del 11 de septiembre del 73 para ir a estudiar un doctorado en el Departamento de Economía de la Universidad de Harvard. El 11 de septiembre era mi primer día de clases. Llegué muy temprano y el profesor Kenneth Arrow -premio Nobel de Economía- me miró y me dijo: ‘Tú eres el chileno -porque yo era el único chileno en mi clase-; hubo un Golpe de Estado en tu país, así que lo eximo de clases para que pueda tomar conocimiento y contacto con su familia en Chile’. Volví a mi departamento, puse la televisión y empecé a llamar por teléfono a mi familia y a mi entonces polola, Cecilia Morel.

Lo que vi en televisión me mostró como un presagio lo que iba a venir en Chile, porque lo que vi fue los aviones de nuestra Fuerza Aérea bombardeando el Palacio de La Moneda. Vi también y, nunca se me olvidó, un tanque que avanzaba frente a La Moneda y había mucha gente de guata en el suelo y nunca quedó claro hasta dónde llegó el tanque. Vi también los primeros bandos y, en consecuencia, mi primera reflexión fue que el Golpe de Estado y el quiebre de la democracia iban a ser largos e iban a generar más divisiones, más odiosidades, más enfrentamientos entre los chilenos.

No logré hablar con mi familia hasta muy tarde esa noche, a la 1 AM, y logré hablar con mi polola, Cecilia Morel, y recuerdo que mi primera reacción fue decirle casémonos y ella aceptó. Así que ese 11 de septiembre para mí tiene una doble significación y, de hecho, tres meses después vine a Chile, nos casamos y volvimos a Cambridge, Massachusetts.

Cuando dejé Chile la situación era absolutamente caótica, era una crisis total, política, económica, social, de unidad, de amistad cívica. Lo más grave era la profunda división que existía entre los chilenos, que en lugar de mirarnos como compatriotas con ideas distintas, nos mirábamos como enemigos.

Quiero dejar muy en claro, sin que esto signifique justificar bajo ninguna circunstancia los atropellos a los derechos humanos, que no se justifican nunca, en ningún tiempo, en ningún lugar, bajo ningún contexto, pero evidentemente que nuestra democracia estaba profundamente enferma antes del 11 de septiembre de 1973, producto de muchos factores. Primero, que la izquierda, y particularmente el Partido Socialista, declaraba que la democracia era una democracia burguesa sin ningún valor, que había que destruirla con los votos o con las balas; que legitimaba el uso de la violencia como un instrumento legítimo en la lucha política. La democracia estaba muy enferma, no fue una muerte súbita el 11 de septiembre. El debilitamiento de las bases de nuestra democracia se empezó a gestar en la década de los 60 y se acentúo en la década de los 70 y, por supuesto, se profundizó en la década de los 80.

Tenía plena conciencia de que la situación era absolutamente insostenible y, por tanto, que algo iba a pasar; los más optimistas todavía creíamos que podría haber una salida democrática a la crisis y se hablaba en esos tiempos de un posible plebiscito o de la renuncia de todos los parlamentarios para una nueva elección, pero ese camino no prosperó. Esto lo conversé en varias ocasiones con el Presidente Aylwin, porque él tuvo un rol muy protagónico en esas conversaciones como presidente de la DC en la época. Los más pesimistas pensaban que ese camino ya estaba cerrado hace mucho tiempo. Que el grado de crisis moral, política, económica, social, el odio, la división eran de tal magnitud, de tal profundidad, que la democracia ya había fallado. Y pensaban que la solución iba a ser más violenta: una guerra civil, un autogolpe o un Golpe de Estado. Pero la verdad de las cosas es que nadie sabía lo que iba a pasar, pero todos sabíamos que algo iba a pasar.

Es bueno aprender lecciones de los errores del pasado. Estoy absolutamente seguro y convencido de que la década de los 60, 70 y de los 80, lo que pasó en Chile fue que ciertos grupos quisieron refundar nuestro país a partir de cero, excluyendo a todos los que pensaban distinto. Partió con la revolución en libertad del Presidente Frei, la reforma agraria, siguió con la revolución marxista del Presidente Allende y continúo naturalmente con el período militar.

Hay una cosa curiosa, porque algunos son muy majaderos, que no se puede hablar nada de la historia de Chile, porque significa que indirecta o implícitamente estaría justificando atropellos a los derechos humanos. Yo no justifico ningún atropello a los derechos humanos, bajo ninguna circunstancia, pero todos tenemos derecho a recordar nuestra historia, no para escarbar y seguir profundizando una herida hasta transformarla en una gangrena, sino que para aprender de los errores del pasado. Porque las sociedades que no aprenden de sus errores del pasado están condenadas a repetirlos. Sin duda que hubo muchas cosas que empezaron a debilitar y terminaron enfermando gravemente nuestra convivencia, nuestra amistad cívica, nuestra unidad nacional y nuestra democracia, antes del 11 de septiembre del 73.

Estoy absolutamente convencido de que si tuviésemos la oportunidad de repetir la historia, la inmensa mayoría de los chilenos actuaríamos con mucha mayor sabiduría, grandeza, generosidad y prudencia. Estoy seguro de que la izquierda aprendió la lección respecto de lo importante que es cuidar la unidad, la amistad cívica, la democracia, las instituciones. Estoy seguro de que la centroderecha también aprendió la lección de lo importante que es el compromiso total y absoluto con el respeto a los derechos humanos. También estoy seguro de que muchas instituciones chilenas también aprendieron la lección. Por ejemplo, la Corte Suprema, que sin duda no estuvo a la altura de los desafíos que exigían los tiempos, porque la Corte Suprema estaba llamada a defender los derechos básicos de las personas y no cumplió con esa obligación, cosa que fue reconocida por su pleno en un autoacordado en que reconoce los errores que se cometieron durante el período militar, cuando se rechazaban los amparos sin siquiera analizarlos, cuando no se apersonaban en los lugares de detención clandestina, donde se presumía que había todo tipo de torturas y muertes.

También creo que todos hemos aprendido la importancia de encontrar un mejor equilibrio entre el necesario sentido de unidad nacional con la necesaria divergencia y pluralismo de ideas que se confrontan para enriquecerse. Igual como hemos aprendido del necesario equilibrio que debe haber entre crecimiento económico y justicia social. Todas esas son lecciones que hemos aprendido de las últimas cuatro o cinco décadas en nuestro país.

Nunca he dicho que la derecha sea esto o esto otro. Lo que he dicho es que todos tenemos responsabilidades en lo que pasó. En el debilitamiento de la democracia, en el quiebre de la democracia y en los atropellos a los derechos humanos. No de la misma naturaleza ni de la misma magnitud, pero todos. Estoy convencido de que muchos civiles que tenían poder e influencia tampoco la ejercieron en plenitud para haber evitado los atropellos a los derechos humanos. Y, por tanto, esta (cómplices pasivos) es una reflexión muy profunda que hice cuando se cumplían 40 años del Golpe Militar, no para apuntar con el dedo a los culpables y a los responsables, sino todo lo contrario, para sacar y extraer lecciones. E incluso yo me autoincluí en ese mea culpa, porque dije “todos, incluyéndome a mí, pudimos haber hecho más”.

¿Conoció al expresidente Salvador Allende?

Bueno, yo estuve en algunas ceremonias con el Presidente Allende, pero nunca tuve una conversación con él.

¿Conoció al exgeneral Augusto Pinochet en estos mismos años?

Tampoco.

¿Cuál fue el hecho que más lo marcó durante este período?

En primer lugar, la magnitud de la crisis múltiple política, económica y social que significó la Unidad Popular en Chile. Cuando una minoría intentó establecer en Chile, contra la voluntad de la mayoría, un modelo marxista que tenía como ejemplo o guía el modelo cubano. Segundo, nunca se me va a olvidar el 11 de septiembre y especialmente esas imágenes que se me quedaron grabadas en la retina del bombardeo a La Moneda por aviones de la Fuerza Aérea. Los tanques que se paseaban frente a La Moneda. El suicidio del Presidente Allende. Los bandos militares, con esas capas y esos anteojos oscuros. Tampoco se me va a olvidar nunca en ese periodo las graves y sistemáticas e inaceptables violaciones a los derechos humanos que ocurrieron durante el período militar. También quiero rescatar las modernizaciones de la economía chilena que ocurrieron durante el gobierno militar, en materia de establecer una economía social de mercado.

Pero tal vez lo que más se me va a quedar grabado en la memoria es lo positiva que fue la manera ejemplar, sabia, generosa, con grandeza, en que supimos recuperar nuestra democracia. Porque normalmente el tránsito de gobiernos militares a gobiernos democráticos ocurre en medio de crisis políticas, caos, violencia social. Y aquí eso no fue así. Gracias a un acuerdo.


Fuente. Reportajes La Tercera (8 septiembre 2018)

Sebastián Piñera Echenique (1949-2024): “Hubo muchos que fueron cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber”

“El 11 de septiembre de 1973 coincidió con mi primer día de clases en Harvard y lo recuerdo como si fuera hoy. Llegué a clases y un profesor me dijo que había ocurrido un golpe en Chile. Volví a mi departamento de estudiante y vi por televisión cosas que no podía creer: aviones de la FACh bombardeando La Moneda, los tanques paseando por las calles, patrullas militares con ametralladoras recorriendo la ciudad. Pensé que mi país se había vuelto loco e intuí de inmediato que la recuperación de la democracia sería difícil, larga y exigente”, señala el Presidente.

Coincidencias del destino, 40 años más tarde le tocaría rememorar ese momento, pero ahora desde el interior de Palacio y como el primer Mandatario de la centroderecha en alcanzar la Presidencia desde el retorno de la democracia. Y su plan es recordarlo como “un momento histórico y muy importante para nuestro país”, a través de un “acto republicano y sobrio”, como él lo califica.

“Es malo olvidarlo, ignorarlo o pretender barrer bajo la alfombra todos los errores que se cometieron. Pero la cuestión es recordar para qué: para reincidir en los mismos errores que nos llevaron a la destrucción de la democracia o, por el contrario, para aprender de esos errores y no repetirlos más. Y eso está todavía por verse, porque veo que hay algunos que quieren seguir el primer camino y otros que queremos seguir el segundo camino”.

¿En el marco de esta conmemoración la derecha tiene que pedir perdón como hizo el senador Hernán Larraín?

El perdón es un tema personal. Si alguien tiene pecados, culpas, ya sea de acción u omisión, está arrepentido y siente que tiene que pedir perdón, que lo haga. Pero no creo lógico que empecemos unos a otros a exigirnos actos de perdón. El perdón es un acto libre e individual, que surge de la iniciativa y conciencia de cada uno y, por lo tanto, yo respeto a los que piden perdón y a los que sienten que no tienen necesidad de pedirlo. Pero sí es muy importante en este aniversario que entendamos que el quiebre de la democracia, el gran fracaso de una generación, no fue una muerte súbita, sino el desenlace predecible, aunque no inevitable, de una lenta y sistemática agonía de nuestra democracia, de nuestra convivencia, de los valores republicanos y del estado de derecho. Poco a poco todos fueron contribuyendo a debilitar la democracia y el estado de derecho…

¿Quiere decir que no fue culpa exclusiva de los militares, sino que hubo responsabilidades compartidas?

Definitivamente no es que los militares enloquecieron el 11 de septiembre y decidieron súbitamente tomarse La Moneda. Es evidente que el proceso se venía acumulando porque el gobierno de la Unidad Popular intentó establecer una sociedad inspirada en los valores del socialismo marxista que no representaba a la inmensa mayoría de los chilenos. Tras eso, la sensatez fue dejando lugar a las pasiones; el respeto, a la intolerancia; el diálogo, a la violencia; la amistad cívica, al odio de clases. Todo eso se fue acumulando desde la década del 60, llegó a su clímax en los 70 y culminó con el golpe de Estado. Algunos introdujeron la violencia como medio legítimo de lucha y despreciaron la democracia. Pero no significa que estas circunstancias históricas, previas al golpe de Estado, justifiquen en nada lo que ocurrió después y, particularmente, los graves, reiterados e inaceptables atropellos a los derechos humanos.

Por eso que algunos sectores piden un gesto por parte de quienes apoyaron el gobierno de Pinochet, incluyendo a la candidata presidencial del oficialismo.

Sin duda que el gobierno militar tuvo sombras muy profundas, como el atropello reiterado, permanente y sistemático de los derechos humanos por parte de agentes del Estado o la pérdida de libertad y la supresión de los derechos esenciales. Pero también hubo algunas luces, como el programa de modernización de nuestra sociedad, de nuestra economía e instituciones, la apertura al exterior, la incorporación de la economía social de mercado y las oportunidades para la iniciativa individual. Todo ello fue positivo y se anticipó a los tiempos. Pero si buscamos responsables de lo ocurrido durante el gobierno militar y, particularmente, de los atropellos a los derechos humanos y la dignidad de las personas, por supuesto que hay muchos. Por de pronto, las máximas autoridades del gobierno militar, que sabían o debían saber lo que estaba ocurriendo. Pero no solamente ellos. Hubo muchos que fueron cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber y tampoco hicieron nada. También hubo jueces que se dejaron someter y que negaron recursos de amparo que habrían permitido salvar tantas vidas. También periodistas, que titularon sabiendo que lo publicado no correspondía a la verdad.

¿Hay cómplices pasivos trabajando en su gobierno?

En este gobierno no hay ningún ministro ni ha habido ministro que haya sido ministro del gobierno militar.

Pero sí autoridades.

Sí, pero quiero decirlo con mucha claridad: el hecho de haber trabajado en el gobierno militar, de buena fe, con buena voluntad y el mejor interés por Chile, no constituye una descalificación ni prohibición para seguir ejerciendo cargos de servicio público. No creo que el día del juicio final queden a un lado los que fueron partidarios del gobierno militar y al otro lado, sus opositores. Pero sí creo que los que tenían las máximas responsabilidades del gobierno militar sabían o debían saber y, por lo tanto, debieron haber evitado lo que ocurrió en materia de derechos humanos y abusos.

¿No cree que un acto como el que organizan pone en problemas a su candidata?

Se trata de una conmemoración, de reconocer que el 11 de septiembre existió y que el país no puede ignorarlo. Y a este Mandatario le toca ser Presidente de todos los chilenos en momentos en que recordamos estos 40 años. Se trata de hacer un acto republicano, sobrio, donde el Presidente pueda hacer una reflexión lo más honesta, sincera y profunda sobre qué pasó y por qué. No con el propósito de reabrir las heridas y revivir odios y pasiones, sino todo lo contrario: aprender de lo que ahí pasó para nunca más repetir los mismos errores. Evidentemente, también haré una reflexión respecto de lo que pasó después del 11 y de los muchos errores que se cometieron. Desde ese punto de vista, vamos a invitar a las autoridades actuales y anteriores.

¿También a los candidatos?

Lo estamos pensando.

¿A la ex Presidenta Bachelet?

Posiblemente sí. Por mí, que vengan todos.

Haber votado por el No en el plebiscito del 88 es considerado por los analistas como uno de los elementos que ayudaron a su posicionamiento como candidato presidencial. ¿Considera un retroceso que ahora su sector sea representado por la hija de uno de los integrantes de la Junta de Gobierno y que apoyó el Sí?

No.

Pero no parece la mejor carta para conquistar el voto de centro.

En primer lugar, Evelyn Matthei es ella, con sus valores, sus principios y acciones, por las cuales tiene que asumir responsabilidad. No tiene por qué hacerse responsable de lo que hizo o no hizo su padre, tíos o abuelos. Pero es verdad, yo fui un tenaz opositor al gobierno de la Unidad Popular, porque pensaba que desde el punto de vista doctrinario atentaba contra valores esenciales, como la libertad y dignidad del ser humano. También fui opositor del gobierno militar desde el primer día, porque no me gustó la forma en que empezó. Para qué decir cuando empezamos a conocer los atropellos a los derechos humanos. Así que no es sólo que voté No en el 88. Voté No en el 78 y en el 80. Sin embargo, una cosa es recuperar la democracia, que era mi gran motivación, y otra muy distinta es qué quería para el futuro de mi país. Y por eso, cuando finalmente se recuperó la democracia, tomé el camino que todos conocen.

Que incluyó trabajar con quienes apoyaron el Sí.

Casi toda la centroderecha se inclinó en esa época por el Sí. Yo lo discutí mucho, porque sentía que era un profundo error. Extender el período militar por ocho años más era no entender que el país estaba preparado y necesitaba recuperar la democracia tanto como el aire que respiramos. Pero todos tenemos derecho a equivocarnos. No me importa que la gente cometa errores, lo que me preocupa es que después de tener más información y tiempo para razonar, insista en los mismos errores. Y estoy absolutamente convencido de que la inmensa mayoría de la centroderecha, si pudiese volver atrás, se la jugaría por recuperar la democracia por el camino más corto y directo posible que en ese momento era la opción No.

Entonces no debería haber ningún drama en reconocer el error.

Muchos lo han hecho.

Lo digo por la candidata.

No sé si Evelyn Matthei no lo ha dicho. Esta semana dijo algo distinto: que tenía 20 años en 1973 y no tenía de qué pedir perdón. La verdad, es un poco engañoso, porque no estamos hablando sólo de ese momento sino de todo lo que pasó después. Pero yo tengo la impresión, y se lo pueden preguntar a ella, que si pudiese, con toda la información de hoy, la inmensa mayoría de nuestro sector estaría con el camino del No.


Fuente. Reportajes La Tercera (30 agosto 2013)

Sacarocracia y esclavitud: Entrevista a Jesús Sanjurjo

El gusto por endulzar el café y el té en Europa prolongó durante décadas la práctica de la esclavitud en los últimos territorios de América.

Si bien en 1820 la Corona española reconoció que debía ponerse fin al comercio de esclavos, no fue hasta 1870 que los barcos dejaron de cruzar desde África a América con personas secuestradas para el trabajo forzado.

En esos 50 años de diferencia entre los dichos y los hechos es donde juega un papel crucial el azúcar. Y una colonia en concreto: Cuba.

El gran negocio de la producción de azúcar hizo que España fuera el último país europeo en abolir la esclavitud.

Ese negocio y las familias que lo controlaban era la llamada sacarocracia, que el español Jesús Sanjurjo, de 32 años y doctor en historia por la Universidad de Leeds, en Reino Unido, estudia en su libro “Con la sangre de nuestros hermanos” sobre la abolición española.

Las familias que controlaban el cultivo de la caña de azúcar en la isla se convirtieron en las más ricas de todo el mundo atlántico y retrasaron el fin de la esclavitud, gran motor de su riqueza.

Por ello, Cuba fue el último bastión de la esclavitud española.

¿Por qué España fue el último país europeo en poner fin al comercio de esclavos?

Tienen que ver mucho con el papel de la economía cubana en el contexto imperial español y la emergencia de una nueva producción que tiene un peso fundamental en la segunda mitad del siglo XIX: el azúcar.

Los trabajadores de la nueva industria pesada y de la industria textil del norte de Inglaterra, de Francia y Países Bajos, empiezan a consumir mucho café y té, y surge entonces la necesidad de edulcorarlos.

Los medios de edulcorar tradicionales en Europa -la miel o el azúcar de remolacha- eran bastante caros y aparece como alternativa barata el azúcar de caña que se producía en los climas más cálidos del Caribe y el norte brasileño.

Es en ese contexto que tiene lugar el fenómeno de la importación de mano de obra esclava africana a estas nuevas economías.

Y surge lo que se conoce como sacarocracia. ¿Qué fue exactamente?

Fue una élite económica y política que se consolidó en Cuba vinculada a la producción del azúcar.

Eran los dueños de los esclavos y las plantaciones, los encargados de financiar y de proveer las expediciones para el secuestro y el traslado de mano de obra esclava, y de manejar las empresas de seguros que garantizaban la sostenibilidad del sistema.

Son una serie de familias que se convierten en las más ricas de todo el mundo atlántico, unos auténticos potentados que compran voluntades, que sobornan a quien haga falta para garantizar que, aunque el comercio de esclavos es una actividad técnicamente ilegal a partir de 1820, no solamente continúa, sino que florece.

Es una red perfectamente tejida entre el poder político, administrativo, militar, religioso y económico que acuerda matrimonios para garantizar que la riqueza quede concentrada en el menor número de manos posibles.

¿Qué tan inmersa estaba la esclavitud en el entramado social cubano?

Aunque los dueños de las plantaciones y de esclavos se reducen a unas pocas familias, la esclavitud es absolutamente central para entender la Cuba del siglo XIX y el mundo habanero.

Hay una anécdota sobre un oficial de la embajada británica al que un compañero denuncia por haber contratado mano de obra esclava para lavarle la ropa.

Y en una correspondencia con el ministro de Asuntos Exteriores británico, él se justifica diciendo que es imposible encontrar en La Habana a una mujer libre que quiera hacer ese trabajo.

Pero no solo eso. Se utilizaba un sistema de subasta por acciones, como el de una empresa moderna.

Así se repartía el riesgo de las expediciones que podían fracasar por fenómenos metereológicos, o porque los africanos a bordo se rebelaran y autoliberaran, o los británicos -que habían tenido una actividad militar muy intensa contra el tráfico- capturasen la nave y liberasen a los esclavos.

Esas acciones se vendían con gran éxito entre la población cubana, entre personas que no asumiríamos que eran grandes traficantes ni grandes dueños de esclavos, sino gente con un pequeño acceso a dinero o a crédito que se incorporaba porque era un negocio enormemente rentable.

¿Se puede decir entonces que el sostén de España como una nación imperial está vinculado entonces a la esclavitud?

En el caso de la Cuba de los años 1830 y 1840, sin ninguna duda.

Desde principios del siglo XIX, lo que le queda al imperio español son Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y de esas tres, la principal colonia es Cuba.

Y la esclavitud, y en concreto la producción de azúcar, es el elemento fundamental sobre el que orbitan todas las economías secundarias de la isla.

Había un interés del gobierno británico en que España acabara con la esclavitud. ¿Por qué?

Por un lado, el mundo cuáquero -surgido en Inglaterra a mediados del siglo XVI- tiene una posición absolutamente radical contra el comercio de esclavos y contra la esclavitud, desde posturas éticas, humanistas y casi doctrinarias religiosas.

Por otro, una visión más pragmática de las autoridades británicas que dicen: “Si ponemos fin al comercio de esclavos en nuestras colonias de Jamaica y de Barbados, tenemos que conseguir que nuestros aliados militares y políticos hagan lo mismo, porque si no, vamos a competir con una enorme desventaja”.

Y a España le interesa lograr préstamos.

Los británicos habían luchado con los españoles y los portugueses en la guerra contra los ejércitos napoleónicos en España, y durante ese tiempo no solamente surge una relación política y militar muy estrecha, sino que también los británicos entran a conocer perfectamente las finanzas y las penurias del Tesoro español y se generan dinámicas de superioridad imperial.

Si tú me debes dinero, yo voy a tener mayor peso en fijar tu política doméstica, y en función de lo bien que te portes, exigiré que el pago de la deuda se haga más rápido o más lento, o que te diga: “No te preocupes, no hace falta que me lo devuelvas”.

Son mecánicas tan reales y presentes en el mundo actual, y ya operaban en el siglo XIX.

En el primer acuerdo internacional para poner fin al comercio de esclavos con los británicos en 1817, por ejemplo, el rey Fernando VII acepta que es una actividad inmoral, que es contraria a la religión cristiana y que hay que ponerle fin, pero también entiende que hasta entonces había sido un negocio legítimo y que la corona debía apoyar a aquellos que lo habían llevado a cabo.

Ese es el argumento por el que los británicos aceptan darles una compensación de 400.000 libras esterlinas, que se suponía iba a ir a apoyar la economía cubana y de los traficantes.

Pero tan pronto le llega el dinero, lo utiliza para comprar barcos de guerra al zar ruso Alejandro I con el objetivo de reconquistar México.

Los británicos atacaban barcos de esclavos. ¿Por qué no lo hacían con los barcos negreros de España?

El prestigio imperial es importante.

A los ojos del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, Brasil no era una nación equiparable a su imperio.

En la lógica absolutamente colonialista, racista e imperialista del siglo XIX, carecía de la legitimidad moral, de la potencia militar y de un prestigio histórico que le permitiese sentarse a la mesa de “los mayores”.

Hay una frase del ministro de Asuntos Exteriores británico que dice que las repúblicas latinoamericanas deben sentir la fuerza del palo en sus espaldas y que hay que desvestirlas de vez en cuando para que sepan quién manda.

En cambio, las autoridades británicas sí mantenían una deferencia con el imperio español.

Hay un absoluto desprecio por las autoridades españolas, una panoplia de discurso racista en referencia a los españoles, pero no es equiparable al tono ni al desprecio que tienen por los Estados latinoamericanos.

Haberse arriesgado a una declaración de guerra con el imperio español por el evidente incumplimiento de los acuerdos internacionales fue un paso que los británicos no estuvieron dispuestos a dar.

Como añadido de esto está la situación geográfica de Cuba, que está muy cerca de Estados Unidos, y la idea de una intervención norteamericana había estado presente desde principios del siglo XIX.

El temor de que un conflicto abierto con España generase un estado de crisis en la isla que permitiese la anexión de Cuba a Estados Unidos, o una segunda revolución haitiana o un segundo levantamiento masivo de la población africana y afrodescendiente en Cuba, paralizaba a los británicos.

También hubo en Cuba ideas abolicionistas argumentadas desde el racismo. ¿En qué consistieron?

Es difícil de explicar que en los años 1830 y 1840 el modelo de abolicionismo más exitoso que operaba en Madrid y en los espacios de poder del imperio británico era un modelo que legitimaba el fin del comercio de esclavos como la mejor manera de “blanquear” la isla de Cuba.

Es decir, debemos frenar la llegada de nuevos africanos, porque los africanos están contaminando la esencia española, la esencia castellana de Cuba.

El principal impulsor de esta tesis es José Antonio Saco, un intelectual cubano que vivió gran parte de su vida en el exilio en París, amenazado por la sacarocracia.

Él defiende la necesidad de proteger la superioridad de los blancos frente a los negros, frente a la barbarie que, dice, introducen los africanos en la sociedad.

Y genera toda una serie de discursos para legitimar esa estrategia, con insultos que siguen incorporados en sociedades latinoamericanas y europeas, como la idea de los africanos como personas hipersexualizadas, vagos, maleantes, agresivos y peligrosos.

¿Y cuánto influyó esa forma de pensar?

Sus ideas tienen cierta atracción y dan inicio a una serie de programas de blanqueo, por ejemplo, la incorporación de mano de obra pseudoesclava de trabajadores chinos, los llamados culíes.

También hay una expedición relevante en términos ideológicos y políticos, pero pequeña demográficamente, de trabajadores gallegos, aunque cuando llegan a Cuba ninguno de los dueños de las plantaciones los quiere, porque la idea de esclavizar blancos es algo que no encaja en su esquema ideológico racista.

¿Cómo termina finalmente el comercio de esclavos?

No hay un gran mecanismo histórico que determine que el comercio de esclavos iba a terminar en 1870.

Para llegar al fin pesa, por un lado, la acción coordinada una vez producida la victoria del norte sobre el sur en la Guerra de Secesión de Estados Unidos.

Ahí se firma un tratado internacional que permite operaciones militares conjuntas entre la Armada Real británica y el ejército estadounidense para frenar a los traficantes de esclavos y desmantelar las redes de tráfico que se habían establecido en las costas norteamericanas y que operaban con enorme fluidez entre Cuba y Estados Unidos.

Por otro lado, emerge un movimiento abolicionista en España, institucionalizado a partir de 1865 y encabezado por el puertorriqueño Julio Vizcarrondo, un periodista que se exilia de la colonia española y llega a Madrid imbuido del movimiento abolicionista estadounidense.

Se establece entonces una sociedad abolicionista que empieza a presionar a las autoridades españolas para que pongan fin primero al comercio de esclavos, y luego a la esclavitud.


Fuente. Entrevista a Jesús Sanjurjo – BBC Mundo (27 enero 2024)