Brasil: la conexión secreta

En los últimos días de agosto de 1973, el vicealmirante Merino encargó a un hombre de confianza, el excapitán de navío Roberto Kelly, que viajara a São Paulo para realizar un contacto secreto con el gobierno de Brasil. Merino ya asumía que habría un golpe de Estado en Chile, pero aún no sabía cuál sería la situación del Ejército. Temía que en el caso de una sublevación no unitaria, que tomaría un cierto período para imponerse, el gobierno peruano del general Juan Velasco Alvarado -con un doble sesgo, izquierdista y antichileno- quisiera aprovechar la conmoción interna para movilizar tropas al sur de la Línea de la Concordia, satisfaciendo el irredentismo sobre la provincia de Tarapacá.

Kelly fue contactado en São Paulo por personas que le exigieron desplazarse a Brasilia, donde fue interrogado por otros individuos a los que nunca vio. Al final de una larga sesión de verificación, pudo plantear la inquietud que era el motivo de su viaje. Horas después le dijeron por teléfono: “No deben preocuparse. Perú no va a ir”. Y luego le exigieron regresar de inmediato a Chile. Merino culminaba en ese momento su control externo del golpe.

El interés de Brasil por Chile era histórico y tenía sus orígenes en el interés geopolítico brasileño de contener la eventual hegemonía de Argentina. Pero a partir de la asunción de la Unidad Popular, se agregó una nueva preocupación: la insurgencia de izquierda en el continente.

Lo más duro de ese desafío le tocó al tercer dictador del régimen iniciado en 1964, Emilio Garrastazu Médici, que además de desterrar a guerrilleros brasileños hacia Chile, se ofreció ante Estados Unidos como un punto de triangulación en las operaciones contra la UP. El exembajador de Washington en Santiago, Edward Korry, un “duro” de la administración Nixon según la UP, declaró ante el Senado estadounidense en 1977 que “tenía motivos para creer que los brasileños aconsejaron a los militares chilenos”. Su sucesor, Nathaniel Davis, escribió en sus memorias: “La conexión brasileña ha sido confirmada por muchas fuentes”.

Los archivos desclasificados de la CIA publicados en agosto de 2009 confirman que Nixon discutió con el general Médici la necesidad de intervenir en Chile para desestabilizar al gobierno socialista. “Hay muchas cosas que Brasil como país sudamericano puede hacer y que Estados Unidos, no”, dice un memorando fechado el 9 de diciembre de 1971 y que refiere una reunión realizada en el Salón Oval de la Casa Blanca.

“En el escenario de la Guerra Fría, de contactos entre Estados Unidos y sus aliados latinoamericanos que ya se conocen, estos documentos revelan un nivel de colaboración mucho mayor al que se creía”, dijo a The New York Times el presidente del Diálogo Interamericano, Michael Shifter, cuando se conoció esta información.

A través de estos archivos no es posible constatar si Brasil ayudó o no como Estados Unidos quería, pero de la conversación entre Nixon y Médici se infiere la importancia de la relación con Chile. En un momento de la reunión, Nixon le preguntó al general si los militares chilenos se encontraban trabajando para destituir a Allende. “El Presidente Médici contestó que sí, que Brasil estaba ofreciendo un intercambio con oficiales chilenos, y dejó claro que Brasil estaba trabajando para lograr el mismo objetivo”. Nixon respondió: “Si lo que necesita es dinero u otra ayuda discreta, quizás podemos ofrecerla”.

Los primeros contactos fueron los empresarios chilenos, que en 1971 comenzaron a recibir de sus pares en Brasil dinero y consejos sobre cómo construir una oposición efectiva. Ellos ya habían pasado la prueba con el golpe de 1964 y su experiencia podía ser valiosa. En un reportaje de The Washington Post publicado en 1974, el ingeniero Glycon de Paiva dijo que “luego de la asunción de Allende al gobierno, hombres de negocios de Chile vinieron aquí y pidieron consejo y yo les expliqué que ellos, civiles, tenían que preparar el terreno para que los militares se moviesen”.

Orlando Sáenz coincide. En 1971 se realizó el encuentro de la Asociación de Industriales Latinoamericanos (Aila), cuya presidencia rotativa debía asumir Chile. Debido a la situación política, los empresarios brasileños sugirieron que Argentina estaba en mejores condiciones de tomar esa responsabilidad. “Nosotros nos negamos. Era importante en ese momento tener a todas las empresas latinoamericanas aquí. Por eso viajamos a Río”. En una reunión con dirigentes de la Confederación Nacional de la Industria de Brasil, Sáenz y Hernán Errázuriz, secretario general de la Sofofa, hablaron sobre la situación de Chile y la necesidad de contar con el apoyo de la Aila. Mientras estaban en la reunión, recuerda Sáenz, el presidente del gremio se comunicó telefónicamente con el ministro de Hacienda brasileño, Antônio Delfim Netto, para repetirle con asombro lo que le iban diciendo los chilenos. “Querido colega”, dijo al terminar, “nosotros los vamos a apoyar con todo. No hay límites”. Al congreso de Aila en Santiago llegó una voluminosa delegación brasileña, casi mayor que la del país anfitrión.

Según De Paiva, la receta que entregaron a los chilenos incluía la creación del caos económico, el fomento del descontento, el bloqueo legislativo, la organización de movilizaciones y actos de terrorismo si fuese necesario. De Paiva también “se vanaglorió de haber enseñado a los chilenos cómo usar a las mujeres ‘contra los marxistas’, como había hecho en Brasil con la creación de la campaña de las Mujeres por la Democracia”. Pero según el historiador Luis Alberto Moniz, en realidad esta idea venía de la CIA.

Los chilenos sí aprendieron de Brasil la importancia de contar con un servicio de inteligencia. De Paiva lo hizo con la creación, a comienzos de los 60, del Instituto de Investigaciones Sociales que sirvió de fachada para otras actividades. “El Ipes tenía datos archivados sobre 40 mil personas”.

Patria y Libertad fue el otro de los receptores de ayuda de Brasil. El Movimiento Anti Comunista (MAC) envió a dos periodistas, Aristóteles Drummond y Faustino Porto, con dinero para la organización dirigida por Pablo Rodríguez. Drummond desmintió estas afirmaciones (publicadas por The Washington Post), pero Porto nunca rechazó lo que declaró al diario estadounidense: “El dinero venía desde São Paulo y era muchísimo”.

En el otoño de 1973, el MAC también ofreció hombres. Drummond dijo a su gente en Río que “se van a deshacer de Allende y nosotros vamos a poner 500 hombres a su disposición”. A comienzos de junio, en una reunión en Antofagasta a la que asistió Pablo Rodríguez, un oficial retirado del Ejército chileno -llamado Jorge Marshall- que decía actuar en nombre de “los amigos brasileños”, ofreció ocho millones de dólares.

Roberto Thieme asegura: “John Schaeffer, que fue secretario general [de Patria y Libertad] y mi gran amigo, tenía a través de su padre en Brasil contacto con las Fuerzas Armadas de ese país. El viajó con Eduardo Díaz Herrera a contactarse con militares que estaban tan interesados en el golpe como la CIA. No alcanzaron a llegar antes del 11, pero aterrizaron en Chile el 12 en un avión de la Fuerza Aérea Brasileña. Nuestro contacto allá era el coronel [João Baptista] Figueiredo”, que sería el último presidente de la dictadura.

Sólo el MIR detectó la conexión: su secretario general, Miguel Enríquez, denunció en el invierno de 1973 que se habrían producido reuniones “sediciosas” entre oficiales de las marinas chilena, brasileña y estadounidense, precisando que fueron en Arica, en el acorazado Prat, el 24 de mayo, a la 1,30 de la madrugada. Los marinos eran su fuente.

Para septiembre de 1973, António da Câmara Canto, el embajador de Brasil nombrado en 1969, era el diplomático mejor relacionado con los militares chilenos. Muchos años después (el 7 de septiembre de 2001), el alcalde de Río de Janeiro, César Maia, denunció en el diario Jornal do Brasil que el golpe chileno se fraguó en un cóctel de la embajada de Brasil el día 7, fiesta de la independencia brasileña. Aunque esto no parece ajustado a los hechos, Maia recordó que el 11 (otros dicen el 13), Câmara Canto entró al Club de la Unión de Santiago y gritó “¡Ganamos!”.

Hoy, una calle lleva su nombre en la comuna de Pedro Aguirre Cerda.


Fuente. Chile 50, los 22 días que sacudieron a Chile – La Tercera