¿Por qué el libertarismo y el autoritarismo se están fusionando en algunos movimientos si son ideologías opuestas?

Lógicamente, autoritarismo y libertarismo son contradictorios. Los partidarios de líderes autoritarios comparten un estado mental en el que reciben la dirección de una figura decorativa idealizada y se identifican estrechamente con el grupo que ese líder representa.

Ser libertario es ver la libertad del individuo como el principio supremo de la política. Es fundamental para la economía y la política del neoliberalismo, así como para algunas contraculturas bohemias.

Como estado mental, el libertarismo es superficialmente lo opuesto al autoritarismo.

La identificación con el líder o grupo es anatema y todas las formas de autoridad se miran con sospecha. En cambio, lo ideal es experimentarse a uno mismo como un agente libre y autónomo.

Sin embargo, hay una historia en la que estas dos perspectivas se entrelazan.

Pensemos en Donald Trump, cuya reelección en 2024 sería vista por muchos como un factor que contribuye al ascenso internacional del autoritarismo.

Otros podrían considerar que él no logra concentrarse lo suficiente como para ser un líder autoritario eficaz, pero no es difícil imaginarlo gobernando por orden ejecutiva, y ha buscado con éxito una relación autoritaria con sus seguidores.

Es un objeto de idealización y una fuente de “verdad” para la comunidad de seguidores que dice representar.

Sin embargo, al mismo tiempo, en su retórica y su personalidad de depredador despreocupado, en su riqueza e indiferencia hacia los demás, Trump ofrece un hiperentendimiento de cierto tipo de libertad individualista.

La fusión de lo autoritario y lo libertario en el trumpismo se encarnó en el asalto del 6 de enero en Washington DC.

Los insurgentes que irrumpieron en el Capitolio ese día querían apasionadamente instalar a Trump como líder autocrático. Después de todo, no había ganado unas elecciones democráticas.

Pero estas personas también estaban llevando a cabo una afirmación carnavalesca de sus derechos individuales, tal como los definían, para atacar al Estado estadounidense.

Entre ellos se encontraban los seguidores de la extraña teoría de la conspiración QAnon, que ensalzaba a Trump como la heroica figura de autoridad que lideraba en secreto la lucha contra una camarilla de élites que torturaban niños.

Junto a ellos estaban los Proud Boys, cuyo vago libertarismo se combina con un compromiso protoautoritario con la política como violencia.

La nueva era se encuentra con los antivacunas

Las teorías de la conspiración también están involucradas en otros ejemplos recientes de hibridación autoritario-libertaria.

La creencia de que las vacunas contra la covid-19 (o los confinamientos, o el propio virus) eran intentos de un poder malévolo de atacarnos o controlarnos fueron alimentadas por un creciente ejército de creyentes en teorías de la conspiración.

Pero también fueron facilitados por ideologías libertarias que racionalizan la sospecha y la antipatía hacia la autoridad de todo tipo y apoyan la negativa a cumplir con las medidas de salud pública.

En Reino Unido, algunas ciudades pequeñas y zonas rurales han visto una afluencia de personas involucradas en una variedad de actividades: artes y oficios, medicina alternativa y otras prácticas de “bienestar”, espiritualidad y misticismo.

Faltan investigaciones, pero un estudio reciente de la BBC en la ciudad inglesa de Totnes mostró cómo esto puede crear un fuerte espíritu “alternativo” en el que formas suaves de libertarismo estilo hippie son prominentes, y muy acogedoras de las teorías conspirativas.

Uno podría haber pensado que Totnes y algunas otras ciudades como ésta serían los últimos lugares donde encontraríamos simpatía por la política autoritaria.

Sin embargo, la investigación de la BBC mostró que, aunque puede que no haya un solo líder dominante en funciones, los sentimientos antiautoridad de la nueva era pueden transformarse en intolerancia y fuertes demandas de represalias contra las personas que se considera que organizan las vacunaciones y los confinamientos.

Esto se refleja en el hecho de que algunos creyentes en la teoría de la conspiración sobre la covid piden que quienes lideraron la respuesta de salud pública sean juzgados en “Núremberg 2.0”, un tribunal especial donde deberían enfrentarse a la pena de muerte.

Cuando recordamos que un virulento sentimiento de agravio contra un enemigo u opresor que debe ser castigado es una característica habitual de la cultura autoritaria, empezamos a ver cómo las líneas divisorias entre la mentalidad libertaria y la perspectiva autoritaria se han desdibujado en torno a la covid.

Una inquietante encuesta realizada a principios de este año por el King’s College de Londres incluso encontró que el 23% de la muestra estaría dispuesto a salir a las calles en apoyo de una teoría de la conspiración del “Estado profundo”.

Y de ese grupo, el 60% cree que el uso de la violencia en nombre de tal movimiento estaría justificado.

Dos respuestas a la misma ansiedad

Un enfoque psicológico puede ayudarnos a comprender la dinámica de esta desconcertante fusión.

Como han demostrado Erich Fromm y otros, nuestras afinidades ideológicas están vinculadas a estructuras inconscientes de sentimiento.

En este nivel, el autoritarismo y el libertarismo son productos intercambiables de la misma dificultad psicológica subyacente: la vulnerabilidad del yo moderno.

Los movimientos políticos autoritarios ofrecen un sentido de pertenencia a un colectivo y de estar protegidos por un líder fuerte.

Esto puede ser completamente ilusorio, pero aun así proporciona una sensación de seguridad en un mundo de cambios y riesgos amenazantes.

Como individuos, somos vulnerables a sentirnos impotentes y abandonados. Como grupo, estamos a salvo.

El libertarismo, por el contrario, parte de la ilusión de que, como individuos, somos fundamentalmente autosuficientes.

Somos independientes de los demás y no necesitamos protección de las autoridades. Esta fantasía de libertad, como la fantasía autoritaria del líder ideal, también genera una sensación de invulnerabilidad para quienes creen en ella.

Ambas perspectivas sirven para protegernos contra la sensación potencialmente abrumadora de estar en una sociedad de la que dependemos pero en la que sentimos que no podemos confiar.

Si bien políticamente divergentes, son psicológicamente equivalentes. Ambas son formas que tiene el yo vulnerable de protegerse de las ansiedades existenciales.

Por lo tanto, hay una especie de lógica de seguridad al alternar entre ellas o incluso ocupar ambas posiciones simultáneamente.

En cualquier contexto específico, es más probable que el autoritarismo tenga el enfoque y la organización necesarios para prevalecer.

Pero su fusión híbrida con el libertarismo habrá ampliado su base de apoyo al seducir a la gente con impulsos antiautoridad.

Y tal como están las cosas actualmente, corremos el riesgo de ver una polarización cada vez mayor entre, por un lado, esta forma defensiva de política combinada impulsada por la ansiedad y, por el otro, los esfuerzos por preservar modos no defensivos de discurso político y basados en la realidad.


Artículo de Barry Richards Role – The Conversation (3 febrero 2024)

¡Abajo el neoliberalismo!, pero ¿qué es el neoliberalismo?

El Neoliberalismo, junto a la Constitución, concentra las iras del movimiento social del 18/O. Pero exactamente ¿qué es? ¿Sólo una forma de organizar la economía y el Estado? Con ánimo de enriquecer el debate el autor analiza las principales definiciones y debates en torno a un concepto que se puede encontrar en el origen de las AFPs o el CAE, y que ha sido defendido por economistas (Chicago Boys y otros) que “se han presentado como expertos en pensiones, salud, educación y no lo son”.

El neoliberalismo está en el centro del movimiento social en Chile. Pero, ¿qué es? No es una pregunta fácil de responder. No hay una sola definición y el mismo término se usa para enfatizar cosas muy distintas. Algunos, incluso, han dicho que no deberíamos usar un concepto con definiciones tan diferentes. Pero, así pasa con casi todas las palabras que usamos para discutir nuestra vida en común. Capitalismo, democracia, modernidad, mercados, clases sociales, son todos conceptos que usamos de muchas formas y no por eso los dejamos de lado. Son términos que nos permiten pensar y dialogar sobre asuntos colectivos en discusiones donde muchas veces la definición de los términos es parte de la discusión.

El concepto de neoliberalismo nos permite pensar críticamente sobre lo que caracteriza el momento histórico que vivimos. Es importante, sin embargo, tener en cuenta que cuando describimos el presente como neoliberal podemos estar invocando diferentes tipos de énfasis y problemas.

En pos de ayudar un poco en la conversación, lo que sigue es un intento por organizar las formas en que hablamos de neoliberalismo. La propuesta es que (sin pretender exhaustividad, la discusión es tan grande que es inabarcable) en las ciencias sociales el término se usa como respuesta a cinco preguntas diferentes.

Uno, el neoliberalismo es una respuesta a la pregunta por el momento actual del capitalismo. Describe el tipo de capitalismo post-1973.

Dos, el neoliberalismo describe una forma específica de gobierno de los problemas sociales. Es un tipo de gobierno que usa al mercado como modelo.

Tres, se refiere a una red de producción de conocimiento. El neoliberalismo es la red que construye el ‘técnico’ de think tank,

Cuatro, describe una particular forma de vida cotidiana, la experiencia de lidiar con los roles que el neoliberalismo imaginó para nosotros.

Cinco, el neoliberalismo corresponde a un nuevo espacio de disputa de formas de acción colectiva.

En lo que sigue se desarrollan estos cinco puntos:

1.- El neoliberalismo es una fase del capitalismo

La gente que trabaja en investigación en economía política se pregunta por las etapas del capitalismo. Desde esta perspectiva, neoliberalismo es el nombre que denomina la fase del capitalismo que empieza en 1973.

El capitalismo se puede caracterizar por el conflicto básico entre los dueños de las empresas y aquellos que deben trabajar para asegurar su existencia. Desde la revolución industrial, los trabajadores se organizaron como actores colectivos en su lucha por mejores condiciones laborales y de vida. En respuesta a este conflicto, durante el siglo veinte el Estado fue adquiriendo un nuevo rol.

En especial entre los 30s y los 60s, los gobiernos de los países capitalistas asumieron un papel de mediador en el conflicto entre empresas y trabajadores. El Estado pasó a ser algo así como el que ponía la mesa para que las organizaciones de trabajadores y de empresarios lograran acuerdos para seguir funcionando. Gobernar era una forma de mediar. A su vez, el gobierno de la época tomaba un rol activo en la administración de la economía con tal de empujar el desarrollo industrial.

Desde el Golpe de 1973 en Chile -y desde los gobiernos de Thatcher y Reagan para el resto del mundo- las prioridades giraron radicalmente.

El gobierno neoliberal perdió interés en el desarrollo de la industrialización nacional y dejó de asumir un rol de mediador del conflicto entre empresas y trabajadores. La meta de los gobiernos neoliberales es producir las condiciones para el crecimiento económico. Por eso es que el ministro de Hacienda pasó a ser el ministro más importante de todos. El supuesto ya no es, como en los 60, que la economía encierra un conflicto que requiere mediación. La nueva convicción es que si mejoran las estadísticas de crecimiento, mejorará la vida de todos. Pero no es que el gobierno neoliberal deje de actuar. Es muy activo, pero de una forma diferente. Algunos ejemplos de política económica en este contexto son la invención de la idea del Banco Central autónomo, la firma de tratados de libre comercio, liberación de mercado cambiarios, atracción de inversión extranjera, etc.

Para el caso de Chile, quizás una de las políticas económicas más relevantes fue el sistema de previsión y pensiones que se implementó desde la Constitución de 1980. Las reformas laborales de la dictadura no solo prohibieron la acción política organizada (negociación por sector, etc.). Ahora todos son obligados a formar parte de un sistema donde ya no se diferencia según el sector en que trabajas sino que por la empresa que administra tu pensión.

Las AFPs, a su vez, ilustran otra de las características del capitalismo neoliberal. La economía se construye de una forma en que el sistema financiero se hace cada vez más central. Las AFPs son tanto un sistema de pensiones, como un instrumento para alimentar al mercado de capitales. Desde ahí, la suerte de todos los trabajadores se conecta inexorablemente al crecimiento. Si las inversiones de los fondos de pensiones no son rentables, las jubilaciones empeorarán.

En estas nuevas condiciones, la empresa cambia también. La gran empresa ya no es simplemente nacional. Los tratados de libre comercio, el mercado cambiario, los sistemas financieros globales, hacen posible que las organizaciones implementen sus cadenas productivas entre países. Por ejemplo, las grandes tiendas en Chile, ya no dependen de empresas textiles en el país, sino que ellas mismas comienzan a producir donde existan condiciones más favorables, por ejemplo, en China. La política económica no intenta protegerse frente a estos cambios. La nueva política económica busca liderar la adaptación. El mantra es competitividad, flexibilidad, emprendimiento, crecimiento, innovación. Nada de esto cambió dramáticamente durante los gobiernos post-dictadura.

2.- El neoliberalismo es una forma de gobernar los problemas públicos

Una segunda pregunta surge de investigación en historia del pensamiento político.

El punto central desde esta perspectiva es que el neoliberalismo no es simplemente un cambio en la economía, el neoliberalismo es una nueva forma de gobernar y entender los problemas colectivos.

El concepto clave en el pensamiento neoliberal es mercado. La transición del liberalismo clásico al ‘nuevo liberalismo’ (neo significa nuevo), es que se abandona la idea de que el rol de los gobiernos es simplemente dejar que los mercados existentes funcionen.

Desde la perspectiva neoliberal, el gobierno debe crear activamente las condiciones para el desarrollo de nuevos mercados. Esto no solo implica un cambio en la forma de administración de la economía, cambia también como se concibe y organiza la solución a los problemas públicos. Lo que hace el gobierno neoliberal es crear políticas públicas que empujan a sectores enteros a que sean organizados según los atributos que los economistas le asignan al mercado.

Unos de los ejemplos más importantes en Chile es la educación escolar. Las reformas iniciadas durante la dictadura asumen la mirada propuesta por el economista de Chicago Milton Friedman. Según Friedman la educación pública es mala e ineficiente. No es que él haya estudiado cuando las escuelas funcionan bien o mal. Para Friedman un sistema donde las decisiones las toman funcionarios públicos que administren un sistema centralizado es siempre ineficiente.

Por el contrario, si la educación se organizara de una forma parecida a como se supone que funcionan los mercados mejorarían tanto la eficiencia como la calidad. La solución que inventó Friedman es el voucher. El voucher es un instrumento de política pública que cambia como se distribuyen los recursos del sistema escolar. Con el voucher son las familias –mediante la elección de escuelas– las que deciden donde gastar los fondos públicos. Las escuelas, por su parte, pasan a ser vistas como organizaciones que deben competir unas con otras por atraer estudiantes.

El rol del gobierno es organizar todas las áreas de políticas sociales según los atributos que los economistas le asignan a los mercados. El mantra es: competencia, elección, proveedores privados. Los mismos principios –aunque con diferentes instrumentos– se fueron aplicando a la educación, la salud, las políticas de contaminación, el transporte público, la energía, el agua, incluso en asuntos como la construcción de prisiones, viviendas sociales, e infraestructura.

No sólo cambian las áreas que se privatizan. Cambia también la forma de administración del sector público. El supuesto deja de ser que la administración pública responde a principios de organización diferente a las empresas privadas. Así -con lo que se conoce como la Nueva Administración Pública- se empiezan a introducir formas de competencia en las organizaciones del sector público.

Obviamente, sería erróneo decir que nada cambió con la vuelta de la democracia. Los gobiernos de la Concertación implementaron muchos programas sociales en diversas direcciones. Lo que no cambió fueron los principios generales. Quizás el ejemplo más radical es el Crédito con Aval del Estado. Con el fin de aumentar el acceso a la educación universitaria, lo que el gobierno (de izquierda) hace es inventar un instrumento (el CAE) que genere un nuevo mercado para los bancos.

Desde los 90, sin embargo, se fue generando un nuevo tipo de reformismo. Las nuevas políticas públicas empiezan a asumir que los mercados no funcionan solos, pero que se necesitan a expertos e instituciones que los ayuden a hacer bien su tarea. Por ejemplo, si la competencia en educación escolar no aumenta la calidad por si sola, la solución no es dejar de esperar que sea la competencia el principio de organización básica, sino que se construye un sistema de aseguramiento de la calidad que ayude a las familias a tomar decisiones mejor informadas.

Otros ejemplos son el AUGE, el Transantiago y las diferentes reformas al sistema de pensiones. Ninguna de esas políticas cambió el principio de que los mercados son la solución a problemas públicos; lo que intentan es introducir nuevos instrumentos o diseños con el fin de hacer que los mercados funcionen como mejor solución.

Por su parte, las empresas públicas siguen siendo administradas como si estuvieran en competencia. Basta pensar en TVN. El único canal público es una organización que se financia por su capacidad de atraer publicidad y se le evalúa según su éxito relativo en competencia con los otros canales.

3.- El neoliberalismo es una red de producción de conocimiento

Una tercera discusión proviene de la historia del pensamiento económico. Desde esta literatura el neoliberalismo es descrito como una muy exitosa red de producción de conocimiento. Lo que se ha investigado en este contexto es cómo es que el pensamiento neoliberal pasó de un movimiento relativamente marginal, a constituirse en el discurso dominante en el gobierno de tantos países.

El neoliberalismo como movimiento intelectual empieza en un encuentro en Paris en 1938 (“El Coloquio Walter Lippmann”) y se fue consolidando en las diferentes reuniones de la Sociedad Mont Pelerin (algunos de los nombres claves de este momento son gente como Friedrich Hayek, Walter Eucken, Milton Friedman, Gary Becker, Ronald Coase y James M. Buchanan), para para luego ir repartiéndose en múltiples centros de pensamiento (los famosos think tanks) por el mundo.

Para el caso de Chile, el punto clave es la red que se construyó en torno a los Chicago Boys. Chicago Boys es el nombre que se le dio a un grupo de economistas, la mayoría educados en la Universidad Católica, que se beneficiaron de un acuerdo de intercambio de estudiantes con la Universidad de Chicago. Gracias al intercambio, el grupo de economistas chilenos terminó participando en cursos de post-grado en el período en que algunos economistas claves de la red neoliberal (Friedman, Becker, Stigler, Harberger) trabajaban en Chicago. Estos mismos economistas, cuando volvieron a Chile, terminaron escribiendo el famoso El Ladrillo, el documento que terminó estableciendo las bases para las reformas económicas y sociales de los siguientes años en el país.

Los Chicago Boys no son solo importantes por las reformas que iniciaron. Son muy importantes también por la nueva red de producción y discusión de conocimiento que ayudaron a establecer. El invento clave es la figura del tecnócrata. El éxito de los Chicago Boys fue convencer a las autoridades de la dictadura de que ellos eran expertos en lo que estaban haciendo. Uno podría decir que si de algo sabían era en algunos temas de economía (política monetaria, inflación). Lo que hicieron los Chicago Boys –y los economistas que siguieron llegando luego a las oficinas de ODEPLAN, desde donde se organizaron las reformas sectoriales- fue convencer al resto de que ellos eran expertos en todo. Educación, pensiones, recursos naturales, salud. Esto no era cierto.

Lo que muestran estudios posteriores es que los economistas lideraron reformas de sectores que jamás habían estudiado, ni tenían experiencia previa. Sin embargo, lograron ser vistos como ‘técnicos’.

En esto, sin duda, les ayudó la convicción en lo que José Piñera -quizás el más importante de los economistas en las reformas sectoriales- denominó como ‘teoría económica básica’. El supuesto era que uno no necesitaba investigar cada área de reforma, pues, sabían de antemano que la administración pública es siempre ineficiente, y la competencia, la elección, la descentralización, y la propiedad privada harán las cosas mejor.

Los economistas inventaron la figura del experto ignorante. El experto ignorante se presenta como científico, pero no hace ciencia. Es un científico que no cree en la necesidad de investigar, pues no cree que la realidad empírica pueda contrastar lo que asume como dogma. El truco es que para ser efectivo el experto ignorante necesita que los otros actores relevantes en la toma de decisiones los tomen como si fueran expertos. Desde los 80s, lo que hacen los antiguos boys es construir una infraestructura institucional en que el experto ignorante siga cumpliendo un rol central. Ahí surgen una serie de muy bien financiados centros de pensamiento. El más importante, tanto en nivel de recursos como de influencia, es el Centro de Estudios Públicos, aunque hay otros, como Libertad y Desarrollo.

Los centros de pensamiento se fueron haciendo actores claves en la discusión pública. Son ellos los que producen documentos que informan a los parlamentarios y gobiernos. Las noticias de TV y los diarios empezarán a tratar a los no expertos como si fueran los expertos. Así, cada vez que se debate un asunto público, los medios entrevistan a los representantes de los centros de pensamiento. La izquierda, por su parte, en vez de poner en cuestión la figura del experto ignorante, y de los centros de pensamiento como sitio de producción de conocimiento válido, empezaron a copiar la estrategia. Cada expresidente trata de fundar su propio think tank, y cuando se hace necesario construir comisiones de expertos, los gobiernos de la Concertación siempre han caído en la trampa de tratar a los representantes de los centros de pensamientos como si fueran expertos de verdad.

El trabajo de los tecnócratas no se ha limitado a influir en la discusión pública. Igualmente relevante ha sido la construcción de una red prácticamente hegemónica en la formación de administradores de empresas. Durante los 70s, los Chicago Boys intervienen y exterminan otras formas de pensar la economía en las universidades públicas. Además, crean un nuevo modelo de educación de la ingeniería comercial, donde se asume que la base técnica en la educación del administrador es la teoría microeconómica a la Chicago. Esto es muy importante, pues, esta teoría trae consigo formas específicas de concebir asuntos como competencia y estrategia, contabilidad e impuestos, el rol de la empresa en la sociedad, la sub-contratación, el sueldo mínimo, el medio ambiente, etc.

Desde fines de los 80s, este modelo de formación de administradores comenzó a expandirse con el despliegue de las universidades privadas que pasaron a ser parte de la red de formación de gestores formados en economía a la Chicago. Con el tiempo esta forma de concebir la empresa se transformó en el sentido común de los grandes empresarios y en sus vehículos de discusión, como los cuerpos económicos en los diarios, los congresos de empresas, etc.

4.- El neoliberalismo describe una particular forma de experiencia de la vida cotidiana

Un cuarto tipo de pregunta viene de investigación de antropología, sociología y psicología social que investiga la experiencia cotidiana. Desde la vida cotidiana, el neoliberalismo se vive como una serie de papeles que se nos imponen, y lo que intentan las investigaciones en este contexto es describir cómo es que las personas experimentan y viven con estos nuevos roles.

Un área que ha sido bien analizada en Chile es el caso de las escuelas. La relación entre familias, estudiantes y profesores ha cambiado radicalmente. Por supuesto, todos siguen relacionándose, pero se les ha impuesto un nuevo guión en esta interacción. Por ejemplo, de las familias se espera que actúen como si fueran consumidores. Se les ha impuesto que deben escoger, se les responsabiliza y además se espera que digieran todo tipo de información sobre rankings, pruebas estandarizadas, etc.

Lo que los estudios muestran no es que las familias simplemente repitan el guión que imaginó Friedman para ellas. Lo que hay es el lento desarrollo de prácticas y tácticas de cómo navegar este nuevo rol. Por ejemplo, sobre cómo identificar un colegio seguro. Algo similar pasa con los que trabajan en los establecimientos educativos. Distintos estudios han seguido la identidad que construyen los profesores de colegios, ya sean privados o municipales, cuando son parte de un sistema cada vez más complicado de producción de competencia.

Así como con los profesores, otros estudios han investigado cómo es que las personas lidian con la figura del trabajador flexible. Un ejemplo notorio es el área del retail. No hace muchos años atrás, los supermercados organizaban a sus trabajadores en oficios. Los empleados tenían una práctica con la que se identificaban. Por ejemplo, trabajo en panadería, carnicería, pescadería, o las mismas cajeras. Hoy, en cambio, se espera que los trabajadores sean flexibles, que puedan pasar de una tarea a otra. Esto genera una reformulación de la identidad y de lo que significa identificarse con una ocupación. Otros han analizado las nuevas caras del trabajo ‘industrial’ en Chile. Por ejemplo, mujeres que participan en la producción de ropa donde deben coser y cumplir metas desde sus casas, o trabajadores en el sector forestal y minero que mediante complicados mecanismos de subcontratación no tienen ninguna relación judicial directa con las empresas que los emplean. Mientras la subcontratación se justifica como una decisión económica, para los que lo padecen se vive como una manera de destrucción de las formas de representación que los trabajadores tenían para defenderse.

Otra área en que hay diversas investigaciones es sobre la experiencia de ser endeudados. En un contexto de sueldos muy bajos, baja inflación relativa, y regulación financiera laxa, las empresas del comercio han encontrado en los créditos de consumo una forma de construir consumidores a partir de clientes pobres. Lo que los estudios etnográficos describen es la experiencia de la deuda. Hay muchas historias de procesos traumáticos, deudas sin control, el stress de deber a muchas fuentes.

A su vez, así como en el sistema escolar, estudios muestran que las familias van desarrollando tácticas creativas para navegar las condiciones que enfrentan. Uno de los ejemplos es el caso de las dueñas de casa sin ingreso. Las casas comerciales sistemáticamente otorgan crédito a dueñas de casa, pues sus estadísticas le han demostrado que son buenas pagadoras. Esto ha generado un nuevo tipo de actividad e identidad económica. El cupo de la tarjeta de las dueñas de casa se transforma en un ingreso virtual al que pueden acceder las personas sin tarjetas, o con tarjetas con menos cupo. Las dueñas de casa pasan así a ser intermediarias claves en emergentes redes sociales de préstamo.

Otros tipos de áreas de experiencia cotidiana relevante son cómo se experimenta la ciudad, las frustraciones y tácticas de la movilidad cotidiana, qué significa viajar en metros y buses reventados de gente, la experiencia de los hospitales, del AUGE, de las AFPs, de los servicios que otorgan beneficios a los más pobres, etc.

5.- El neoliberalismo y los nuevos espacios para la acción colectiva

La quinta, y última, pregunta se refiere a las formas de acción colectiva que surgen en un contexto neoliberal.

Uno de los aspectos claves del momento neoliberal es la desmovilización de las categorías de representación colectiva anteriores. En el capitalismo industrial (o en la versión de capitalismo desarrollista en América Latina), la política reconocía y representaba a las personas como trabajadores. Además, en países como Chile, existían otras categorías sociales de representación, por ejemplo, según la situación habitacional, como pobladores, o como trabajadores del campo. Lo que pasa en Chile desde la dictadura es que el gobierno simplemente deja de reconocer categorías como “trabajador”, obrero, o “empleados públicos”. A cambio, la dictadura ofrece otras formas de identidad colectiva.

Una categoría clave de la época es la del inversionista. Con la privatización de las empresas públicas y las AFP se buscaba que los trabajadores se vean a sí mismos como pequeños capitalistas. La ficción legal que hace posible las AFP es que los trabajadores son dueños de la cotización obligatoria y lo que hacen es invertir su dinero mediante los fondos de pensiones. Similarmente, las políticas habitacionales que empiezan con la dictadura intentan transformar el problema de vivienda de un asunto de organización colectiva a uno de pequeños y atomizados propietarios.

Quizás una de las figuras más importantes es la construcción del pobre. Obviamente, no es que la pobreza empiece con la dictadura. Lo que cambia es como se gobierna la pobreza. El pobre deviene una estadística que se mide sistemáticamente en términos de líneas de pobreza y canastas básicas. A su vez, la política subsidiaria hace que sean aquellos que cumplan ciertos parámetros estadísticos, los que se demuestren como pobres, los que reciban subsidios y apoyos públicos.

Un asunto que ha interesado a la sociología nacional es entender las nuevas formas de representación política que surgen en este nuevo contexto. Un tipo de trabajo ha analizado como es que los gobiernos de la Concertación no hicieron ningún esfuerzo sostenido en recuperar formas de representación colectiva a nivel de vecindario o de trabajadores. Tal como en la dictadura, la política social se siguió orientado a la figura del pobre.

Otra línea de investigación, que se desarrolla principalmente en los 90s, se preguntó si el nuevo tipo de actor colectivo es el consumidor. Mucha de la discusión de la época asumía en un tono optimista que el nuevo espacio público es el Mall, que la nueva forma de mostrarnos frente a otros es según lo que compramos, y que, el consumidor remplazaría al trabajador como categoría de representación colectiva. De hecho, los partidos y candidatos políticos tomaron esto muy en serio y empezaron a pensar sus votantes como consumidores. El focus group, la encuesta, el asesor de marketing, –y más tarde las redes sociales, como Facebook– se transformaron en los nuevos mediadores entre ciudadanos y políticos. Tanto la derecha como la izquierda asumió que lo que tenía al frente eran consumidores.

Lo que los grandes movimientos sociales de los últimos años han ido demostrando es que si bien el neoliberalismo ha erosionado las categorías de representación colectiva tradicionales –el empleado público, el obrero-, los nuevos movimientos no se contentan con aceptar los personajes que el neoliberalismo les ha propuesto. Quizás el mejor ejemplo es el movimiento de los estudiantes en el 2011. El CAE los trató como inversionistas. El guion decía: la educación terciaria es una inversión en capital humano con retornos privados, los préstamos son la forma de financiar esta inversión. El movimiento estudiantil respondió: ¡no somos inversionistas somos deudores! El deudor no recibe réditos, el deudor gana un sueldo que no le alcanza para vivir y pagar su deuda, el deudor es perseguido por las agencias crediticias, el deudor no puede acceder a otros créditos y además debe lidiar con que sus padres empiezan a jubilar con pensiones miserables. El movimiento del 2011 transforma la experiencia de la deuda educativa, un asunto que se presenta como una decisión individual, en un problema colectivo y político.

Lo que parece enseñar el movimiento de los estudiantes es de donde surgen los nuevos colectivos. Los partidos y movimientos de trabajadores del capitalismo industrial surgen de la experiencia básica de la explotación. Los trabajadores responden colectivamente a la explotación en la mina, la industria, el trabajo pesquero. Hoy, pareciera, no son sólo los trabajadores en cuanto trabajadores que son explotados. Las personas en Chile experimentan explotación como usuarios de un sistema escolar que los obliga a competir, como pasajeros de un sistema de transporte que los trata como masas, como usuarios de un sistema de pensiones que los administra como pequeños inversionistas, como dueñas de casa que deben trabajar por la deuda con la casa comercial. Lo que vemos son colectivos que no surgen del trabajo, pero tampoco del consumidor feliz que se imaginó la publicidad y la sociología de los 90, sino que de la sensación de explotación cotidiana que ha ido apareciendo consistentemente en los estudios cualitativos de las últimas décadas.


Columna de Opinión de José Ossandón (8 noviembre 2019) – CIPER Chile