El mar Mediterráneo: la frontera más mortífera del mundo

De formas distintas y con protagonistas diferentes, la cuestión de la inmigración en el Mediterráneo ha estado desde hace años en la agenda europea. Las soluciones planteadas a menudo han venido por medidas muy restrictivas de la inmigración y por plantear esta cuestión como un tema de seguridad nacional. De lo que no cabe duda es que los tres países de la Europa mediterránea han tenido cada uno su propia crisis.

Grecia fue el primer país en vivir una de estas primeras crisis migratorias. En apenas un año, entre 2015 y 2016, llegaron a las costas griegas cerca de un millón de personas huyendo de los conflictos en Oriente Próximo, especialmente de Siria, Irak y Afganistán. Para el país heleno fue imposible gestionar tal volumen de personas, menos todavía en lugares tan pequeños y una logística tan compleja como las islas griegas del Egeo. Es por ello que se abrió la llamada Ruta de los Balcanes, con destino a Austria, Alemania y otros países de la Unión Europea. La solución por parte de Bruselas fue negociar con Turquía una generosa ayuda económica a cambio de que Ankara garantizase la acogida de estos refugiados y evitase que llegasen a territorio europeo. Desde entonces, la medida ha tenido un efecto muy poderoso sobre las llegadas a Grecia.

En el caso italiano, la pauta migratoria es bastante distinta. Ha sido un destino más regular al estar expuesto a las dinámicas migratorias del continente africano, potenciadas además por el caos en el que se ha convertido Libia, un Estado fallido a todos los efectos.

Tras dificultarse estas dos rutas, el flujo migratorio ha girado hacia España. No obstante, la afluencia de migrantes hacia la frontera española no ha alcanzado cifras tan altas como las que ha llegado a soportar Italia y por supuesto mucho menos de las que ha llegado a ver Grecia durante la gran crisis migratoria.

La disputa Irán vs Israel

La tensión en Medio Oriente está en ascenso.

Irán lanzó en la noche de este sábado un ataque con drones contra Israel, de acuerdo a medios estatales locales que atribuyeron la información a la Guardia Revolucionaria iraní, una rama de las Fuerzas Armadas.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, convocó a su gabinete de guerra e informó que los “sistemas defensivos” del país se han desplegado para enfrentar el ataque.

La expectativa por una posible respuesta bélica iraní se había incrementado en las últimas horas, luego de que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijera el viernes que esperaba un ataque por parte de Teherán “más temprano que tarde”.

Es el último episodio de una vieja enemistad.

Israel e Irán llevan años enzarzados en una rivalidad sangrienta cuya intensidad fluctúa en función del momento geopolítico. Su pulso se ha convertido en una de las principales fuentes de inestabilidad en Medio Oriente.

Para Teherán, Israel es el “pequeño Satán”, aliado en Medio Oriente de Estados Unidos, al que llaman el “gran Satán”.

Israel acusa a Irán de financiar a grupos “terroristas” y de perpetrar ataques contra sus intereses movido por el antisemitismo de los ayatolás.

La rivalidad entre los “archienemigos” ha dejado una enorme cantidad de muertos, a menudo resultado de acciones encubiertas en las que ninguno de los gobiernos admite su responsabilidad.

La guerra en Gaza no ha hecho sino empeorar las cosas.