Sebastián Piñera (1949-2024): “No haber logrado un acuerdo constitucional que fuera aprobable debilitó a la derecha”

“No me arrepiento”, dice el ex-Presidente Sebastián Piñera al recordársele que fue durante su segundo mandato -en 2019-, y para encauzar el estallido social, que se abrió el proceso constitucional, que tuvo dos tiempos -la Convención (2021) y el Consejo (2023)– fallidos. “¿Qué opciones tenía nuestro gobierno el 12 de noviembre del año 2019?”, replica. Y sentencia: “Seguimos el camino del diálogo y no el de la fuerza. Fue una muy buena decisión”. Eso sí, lamenta lo que denomina la pérdida de construir una Constitución en democracia.

¿Lo sorprendió el resultado del plebiscito constitucional de diciembre?

No. Todas las encuestas públicas conocidas marcaban con mucha claridad una ventaja del “En contra” por sobre el “A favor”. Pero además era lo que uno intuía. Y creo que nos perdimos una gran oportunidad. Tuvimos una segunda oportunidad y la perdimos.

¿Por qué cree que se dio ese resultado?

Hubo algunos factores claves. La propuesta de los expertos es una buena propuesta. Pero se confundió, en parte, lo que es un programa de gobierno con lo que es una Constitución. Un programa de gobierno es un plan que una coalición le propone al país para un gobierno, una Constitución es un marco de unidad que debe durar décadas y décadas. Los dos principales errores de nuestro sector fueron, en primer lugar, poner en duda la Ley de Aborto en tres causales, porque eso alienó a las mujeres. Si usted ve los resultados, la gran derrota se produjo entre las mujeres y entre los jóvenes. Y, en segundo lugar, hubo cosas absurdas como, por ejemplo, el tema de las contribuciones, que no es un tema constitucional. Es un tema de política pública. Hubo dos errores, entre otros, que nos hicieron perder una gran oportunidad y volvimos, después de cuatro años, a fojas cero.

Los dos factores que usted marca son enmiendas que impulsó el Partido Republicano. ¿Atribuye esos errores a los republicanos en particular o fue Chile Vamos que no supo neutralizar la hegemonía de una derecha más radical?

La principal responsabilidad la tiene quien era mayoría en el Consejo Constitucional, que era el Partido Republicano. Pero también es cierto que Chile Vamos tenía los votos suficientes para haber podido lograr un acuerdo para una Constitución que fuera aprobable por la opinión pública y que eliminara estos gustitos, errores y excesos.

¿Un acuerdo con la centroizquierda dice usted?

No bastaba un acuerdo de Chile Vamos con la izquierda porque se requerían tres quintos de los votos. Era fundamental que concurriera el Partido Republicano. Era lograr un buen acuerdo con Republicanos y no permitir excesos, errores o gustitos que finalmente terminaron significando la derrota.

¿Por qué usted cree que Chile Vamos no hizo ese esfuerzo?

Creo que faltó conducción, liderazgo. Los consejeros de Chile Vamos actuaron en forma cada uno bastante autónomo e independiente, no hubo una conducción o una visión estratégica, porque el gran objetivo era una buena Constitución, una nueva Constitución, pero una Constitución que pudiera ser aprobada en el plebiscito.

¿Esa responsabilidad de conducción era de las directivas?

Creo que ahí hubo una falla de estrategia, de planificación, de coordinación, de visión.

¿De las directivas o los propios consejeros?

Ambos. Ambos.

Dice usted que se volvió a fojas cero después de estos dos fracasos. ¿No cree que se ganó estabilidad luego de que la izquierda diera por cerrado el proceso y validara la actual Constitución?

Creo que hubiera sido mejor haber aprovechado esta magnífica oportunidad en democracia de aprobar una nueva, buena Constitución. Eso habría dado mucho mayor estabilidad y fuerza al marco institucional y permitirnos dejar de discutir permanentemente en torno a ese marco y concentrarnos en las grandes prioridades de los chilenos. Seguridad, crecimiento… empleo, inversión, salud, educación, etc. Además nos permitía levantar la vista de este pantano y ver las maravillosas oportunidades que ofrece el mundo moderno, que estamos mirando de lado y en cierta forma dejando pasar. Hubiera sido mejor aprobar una nueva Constitución que simplemente volver a fojas cero con la misma Constitución actual.

Pero usted mismo dice que había ripios, que la propuesta tenía más de programa de gobierno que de nueva Constitución. ¿Cuál era la ventaja de aprobar esa propuesta del Consejo?

Digo que perdimos la gran oportunidad de haber logrado un buen acuerdo constitucional. Que incorporando valores básicos como la unidad del país, el respeto a una democracia verdadera, con Estado de Derecho, con separación de poderes, más derechos sociales, haber garantizado mejor valores esenciales como la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades, la igualdad entre hombres y mujeres, la protección del medio ambiente. Todas cosas que pudimos haber incorporado a la Constitución y que hubieran requerido un mejor acuerdo entre Chile Vamos y Republicanos. El oficialismo desde el primer día acordó rechazarlo todo, no era ese el camino, se intentó, pero no se logró. El camino era habernos puesto de acuerdo entre nosotros, de presentarle al país una buena Constitución que pudiera ser aprobada por la opinión pública. Y eso no lo logramos.

¿Le cree a la izquierda cuando señala que no va a abrir un nuevo proceso constitucional?

La actual Constitución es la misma, pero con quorums más bajos de reforma. Por tanto, se pueden reformar leyes orgánicas como, por ejemplo, Banco Central, Fuerzas Armadas, Fiscalía, Sistema Electoral, simplemente con la mayoría absoluta de los miembros en ejercicio. Por tanto, es una Constitución que tiene menos garantías de estabilidad. Creo que la izquierda va a seguir insistiendo en revivir su visión constitucional, como lo hizo cuando tuvo poder en la Convención y planteó una propuesta aberrante. Yo creo que eso va a volver a ocurrir en el futuro.

Es decir, ¿usted no cree que ganamos en certidumbre?

Ganamos en certidumbre, pero no hemos conquistado la verdadera estabilidad y seguridad que da un acuerdo en democracia. Un gran acuerdo para que todos entiendan que la Constitución es respetable y debe ser respetada por todos. Y no esta situación actual en que algunos sienten que pueden pasar por encima de la Constitución cada vez que quieran.

En algún minuto la clase política se convenció de que el cambio de la Constitución resolvía los problemas de Chile, a propósito del estallido social. Usted también pareciera que se convenció de eso cuando dio luz verde al proceso constitucional. ¿Cómo lo mira ahora con cierta perspectiva y cómo se convenció de ello en su minuto?

Aquí hay una pregunta y una afirmación.

Despéjelas usted mismo…

En algún momento la izquierda planteó que la culpa de todos los males de Chile era el sistema neoliberal. Signifique lo que signifique. Y agregó que todas las soluciones a estos males estarían en una nueva Constitución, que fue la que ellos propusieron en la Convención. Eso es un error garrafal. Los países requieren una Constitución que sea aprobada y respetada por todos, pero las constituciones no resuelven todos los problemas como pretendía la izquierda. Ese fue un ejercicio de populismo y demagogia pura. Las constituciones son el marco, pero a partir de eso hay que construir las soluciones que el país necesita. Nunca creí que la Constitución era la solución a todos los problemas.

Esa era la afirmación. Ahora, la pregunta.

Efectivamente nosotros el 12 de noviembre de 2019, después del estallido brutal de violencia, sin límites, sin piedad, que no respetaba nada y nadie, propusimos al país ese triple acuerdo que era por la paz, una mayor justicia social y por una nueva Constitución. Quiero recordar que el día que hicimos la propuesta, toda la oposición, desde la DC al PC, publicó una carta esa mañana del 12 de noviembre, en que decía que el proceso constitucional estaba lanzado, que lo había resuelto la calle, y por tanto que era un hecho consumado. Cuando leí esa carta en la mañana no lo podía creer. Esa carta fue un grave error. Porque la soberanía reside en la gente, no en la calle, y mucho menos en los violentistas.

Aun así usted dio su visto bueno a la apertura de un proceso constitucional…

Por supuesto que sí, porque creía y sigo creyendo que los países sabios no se pasan toda su vida y toda su historia dividiendo y confrontándose en torno a la Constitución, sino que esta es el gran marco, le da unidad, proyección y estabilidad a la legítima diferencia y discrepancia dentro de una democracia. Y por eso sí creía que era necesario lograr, después de 40 años de discusión y debate, un buen acuerdo sobre una nueva Constitución en democracia.

¿No fue una decisión que tomó presionado por la clase política?

Por supuesto que eran tiempos muy especiales y había muchas presiones. Había mucha violencia y había mucha angustia, mucha incertidumbre. Y un Presidente tiene que buscar una salida a esa crisis política y de violencia que estaba viviendo el país. Había dos grandes caminos, no había más. Uno era el camino de la fuerza, de sacar a los militares a la calle, el camino de los estados de excepción constitucional. Y el otro camino era el camino del diálogo, de los acuerdos, que es el camino de la democracia. Y nosotros, frente a esa disyuntiva, optamos por el camino del diálogo, los acuerdos y la democracia. Y me alegro de haberlo hecho porque pienso que era definitivamente el mejor camino. El otro pudo haber conducido a una crisis total, incluso a una guerra civil. Ahora, que el camino de los acuerdos no llegó a buen puerto, lo lamento mucho porque, como le decía antes, perdimos una gran oportunidad.

Una parte de la derecha siempre ha señalado que usted “entregó” la Constitución para permitir la continuidad del gobierno y ha tenido una visión muy crítica por abrir ese proceso…

Esa derecha dura y crítica, a veces habla desde el limbo, como si estuviéramos viviendo en Narnia. ¿Qué opciones tenía nuestro gobierno el 12 de noviembre del año 2019? Después del estallido social, el 12 de noviembre fue uno de los días más violentos en la historia de nuestro país. Se produjeron hechos de violencia impresionantes y desconocidos en Chile. Además, gran parte de la izquierda validaba la violencia como un instrumento legítimo en la lucha política. Adicionalmente, se dedicaban a denostar, desprestigiar y criticar a Carabineros de Chile y a Investigaciones, que eran las fuerzas de orden y seguridad que tenemos en democracia. Eran tiempos muy difíciles. Nosotros seguimos el camino del diálogo y no el camino de la fuerza. Y creo que fue una muy buena decisión. Le diría a esa gente que critica, qué opción ofrecían ellos. Una cosa es la política teórica desde la comodidad, de nuestras propias posiciones, y otra cosa es la política real, que es cuando uno enfrenta opciones reales, en que ninguna es buena, en que todas tienen costo y beneficio. Ese día, después de una discusión muy fuerte y muy apasionada en mi oficina, les pedí a todos que se retiraran para poder reflexionar con tranquilidad y en paz. Y ahí tomé la decisión del camino del diálogo. Y no me arrepiento.

¿La derecha resigna algo de su posibilidad de llegar a un nuevo gobierno con este ejercicio fallido del Consejo Constitucional?

Los principios, los valores y las ideas de la derecha reflejan mucho mejor los principios, los valores y la idea del pueblo chileno, que las propuestas de izquierda. Las ideas de libertad, de mérito, de respeto, de disciplina, de responsabilidad fiscal, de libertad de elección, no solamente para elegir presidente o elegir constitucionales, sino también para elegir la salud de nuestras familias, la educación de nuestros hijos, o poder elegir en temas tan delicados y tan importantes como los temas de conciencia, la religión, el culto, la libertad de expresión, son ideas muy adentradas en el alma de los chilenos, y eso se demostró en los últimos tiempos. Obviamente que para lograr ganar la próxima elección presidencial se va a requerir hacer las cosas mucho mejor de como las estamos haciendo.

¿No comprometió la derecha parte de sus opciones teniendo un desempeño fallido en el Consejo?

No haber logrado aprovechar con sabiduría, con prudencia y con inteligencia la tremenda oportunidad de haber logrado un buen acuerdo constitucional, pero al mismo tiempo que fuera aprobable por la opinión pública, debilitó a la derecha.

¿Cuál es su propuesta para la oposición?

La gran misión de la oposición es sacar a Chile de este pantano. Ponerlo en marcha. Hacer que Chile recupere el rumbo, el ritmo y se ponga en marcha hacia lo que todos queremos. Un país más libre, más próspero, más justo. Para eso la propuesta que hago es muy simple. Primero, que dentro de la oposición, y en esto incluyo desde el centro, Chile Vamos y Partido Republicano, logremos un acuerdo con las bases esenciales de una alianza política al igual que lo hizo la centroizquierda para recuperar la democracia.

¿Qué se requiere para ese camino?

Se requieren cuatro pasos. Primero, un gran acuerdo sobre las bases esenciales de ese proyecto de país que a mi juicio debe ser un compromiso claro y categórico con la democracia, el estado de derecho, los derechos humanos; un compromiso con la economía social de mercado libre, abierta, competitiva, y además con responsabilidad fiscal; un compromiso con la derrota a la pobreza y por una mayor igualdad de oportunidades; un compromiso con igualdades básicas, como la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, como la libertad de conciencia, de culto, de expresión, de reunión, de emprendimiento y de elección, y un compromiso también con algunos principios básicos como la protección del medio ambiente y el aprovechamiento de las oportunidades futuras. Esa sería nuestra guía y carta de navegación. Segundo, fijar con mucha claridad las prioridades del próximo gobierno: seguridad ciudadana, crecimiento, empleo, salarios, educación y salud, modernización del Estado y sobre todo desatar las fuerzas de la libertad, de la imaginación, de la creatividad, del emprendimiento, que hoy día están totalmente ahogadas. Tercer criterio, un acuerdo para enfrentar unidos las elecciones unipersonales, gobernadores, alcaldes y presidenciales. Acuerdos de acción o acuerdos de omisión. Y en cuarto lugar, acordar un proceso democrático para elegir el candidato a presidente de esta futura alianza, que podría ser por primarias o por acuerdos y pactos de apoyo de segunda vuelta.

¿No peca de optimismo? Las derechas salieron peleadas tras el Consejo y José Antonio Kast, por ejemplo, ya dijo que no va a participar en primarias…

Digo primaria o pacto de segunda vuelta. Mire, sin optimismo, sin voluntad, sin decisión, sin compromiso, sin pasión, Chile no va a salir de este pantano de mediocridad y estancamiento en que estamos.

Hay veces en que el optimismo es solo voluntarismo… la derecha ha abierto un debate respecto de su futuro y hay una parte importante de esa derecha que no quiere saber nada de republicanos. El centro, Demócratas y Amarillos también han planteado un punto sobre republicanos…

Este no es un camino que esté pavimentado y con alfombra y cubierto de arcos de rosas. Este es un camino duro, difícil, pero urgente y necesario. Estoy consciente de todas esas dificultades, pero mientras más grandes son las dificultades y mientras más grande es el valor y la misión de esa gran alianza, más fuerte tiene que ser nuestro compromiso y nuestra voluntad de lograrlo.

¿Qué rol va a cumplir usted para que se cumplan estos pasos?

Quiero colaborar como ex-Presidente a que la oposición logre unirse en torno a esta gran misión, a este gran proyecto, a esta gran tarea, que es grande, que es noble, que es urgente, que es necesaria. Y que es sacar a Chile de esta situación de pantano, mediocridad, estancamiento, frustración, en que estamos.

¿Ha sido proactivo en esa misión que se autoimpone?

Estoy trabajando en esta misión desde hace algún tiempo.

¿Qué rol tienen que jugar las figuras mejor posicionadas del sector, como José Antonio Kast y Evelyn Matthei?

Sin duda que ellos son hoy día las dos figuras mejor posicionadas y por tanto tienen una responsabilidad muy especial en no dejar que los árboles les impidan ver el bosque. Esta es una tarea no solamente de un partido ni de Chile Vamos. Esta es una tarea tan grande, tan difícil, tan noble, tan necesaria, tan desafiante, que requiere una gran alianza para tener mayoría política en el Congreso, para tener mayoría social y cultural en la gente, para poder hacer estas grandes transformaciones.

¿Y cree que Matthei y Kast tienen ese liderazgo con estos rasgos que usted plantea?

Creo que tienen las condiciones para ejercer ese liderazgo. Y creo que Chile Vamos, además, no debe actuar al ritmo o a la música que pone Republicanos. Debe actuar al ritmo y a la música de lo que demanda el país. Esta propuesta de una gran alianza para una gran misión es lo que Chile hoy día necesita.

¿Usted no es de los que creen que Republicanos quieren reemplazar a Chile Vamos, así como el Frente Amplio intentó en su minuto reemplazar al eje de la centroizquierda más tradicional?

Una cosa pueden ser las intenciones de algunos, pero hoy día no estamos para ese tipo de motivaciones o intenciones. Hoy día Chile vive un momento tan delicado, tan crítico, que exige y requiere conductas mucho más grandes que las que hoy día en cierta forma en Chile se ubican. Lo he dicho otras veces, sobran izquierdas y derechas, y lo que falta es más profundidad y más altura. Desde mi cargo de único ex-Presidente de nuestro sector, quiero colaborar a que nuestro sector no se agote en pelea y rencilla interna y pequeña entre los partidos, sino que asuma su gran responsabilidad histórica de sacar a este país, a nuestro país, al único país que tenemos, de este pantano y ponerlo nuevamente en marcha.

¿No se siente a veces un poco solo en ese ímpetu? Uno ve que la derecha más bien está en un ánimo todavía de reacomodo, lamiéndose las heridas…

Hay tiempos y tiempos. Ya pasó el tiempo de lamentarse las heridas. Ahora es el tiempo de asumir nuestra gran responsabilidad histórica. Y por supuesto que a veces uno se siente solo; pero yo soy, por naturaleza, optimista, perseverante y apasionado con las cosas que creo que son buenas para Chile.

Dijo que el fracaso del proceso constitucional debilitó a la derecha. ¿Cree todavía que su sector tiene la primera opción de ser gobierno en la próxima elección?

Sí, definitivamente sí. Por todo lo que le acabo de decir. Porque el actual gobierno no lo ha hecho bien. Hoy día tenemos un país, un país más dividido, más estancado, más empobrecido, más inseguro. Y eso no es lo que el país quiere y aspira y lo pide a gritos todos los días.

¿Usted valora los giros que ha dado el gobierno respecto de sus propias convicciones en el último tiempo? Los temas son muchos: seguridad, Araucanía, el diálogo con el mundo privado. El Presidente Boric ha sido explícito, y en estas páginas el fin de semana pasado el alcalde Tomás Vodanovic (RD) decía que fueron una oposición sumamente mezquina con usted…

Leí la entrevista del alcalde Vodanovic y, por supuesto, siento que la oposición que tuvo nuestro gobierno fue muy pequeña, muy mezquina, muy partisana, con poca grandeza y poca generosidad. Y eso le hizo mucho daño a nuestro país. Por supuesto que valoro los cambios de posición o los reconocimientos que ha hecho el actual gobierno, incluyendo al Presidente Boric. Lo que estoy diciendo es que cuando uno durante mucho tiempo se opone majaderamente a una agenda de seguridad que el país necesitaba con urgencia, cuando durante mucho tiempo valida, valora, justifica, incluso apoya la violencia, cuando durante mucho tiempo cae en el populismo y la demagogia de prometer lo que sabe que no es bueno para el país y que no se puede cumplir, genera un daño muy grande. Y, por tanto, cuando uno se arrepiente y cambia, no elimina el daño causado.

Parte de los cambios del gobierno respecto de su postura fue el acuerdo de SQM y Codelco por el litio, ¿no? ¿Le pareció una buena resolución del problema?

Chile está en una posición absolutamente espectacular. Tenemos sol, cobre, litio, cobalto, tierras raras, tenemos hidrógeno verde. Tenemos un tremendo potencial para resolver y contribuir a resolver, no solamente en Chile, sino que a nivel mundial, el problema del calentamiento global. Y por eso nosotros quisimos aprovechar la enorme oportunidad del litio en el momento oportuno. Licitamos cinco derechos a explotar litio que fueron ganados en una competencia limpia y transparente por cinco empresas. Ninguna de ellas, de las existentes en Chile, que eran Albemarle y Soquimich, que si bien participaron, no ganaron porque las otras ofertas fueron mejores. Y eso nos habría permitido a nosotros haber ganado participación y haber recuperado el lugar que nos corresponde en la industria del litio. Chile dejó de ser el primer productor. Hoy día es Australia. Y tal como vamos, vamos a ser superados prontamente por Argentina. Esa licitación la botó el actual gobierno. Y ahí perdimos dos años. Finalmente se recurrió a un camino más corto, que era en vez de crear una empresa nacional del litio buscar esta asociación entre Codelco y Soquimich. Mire, yo no conozco los detalles exactos de… pero pienso que en general es un acuerdo razonable.

¿Razonable? Usted hubiera preferido una licitación por lo que se entiende.

Efectivamente. Pero había problemas con la licitación. Usted sabe que era la continuidad.

El gobierno fue muy crítico de todo el tema de las platas políticas en el que estuvo involucrado SQM y cuyo principal accionista es Julio Ponce. Queda claro que usted no habría optado por un acuerdo directo con SQM, pero su gobierno ¿podría haber suscrito un acuerdo con SQM y que no se desatara la polémica?

Son preguntas tan hipotéticas… La verdadera diferencia es que creo que nosotros como oposición tenemos una actitud mucho más seria, mucho más responsable, mucho más patriótica que la que tuvo la oposición que tuvimos que enfrentar nosotros durante nuestro gobierno.

¿En su mandato los ministros tenían reuniones como las que se han conocido ahora de miembros del gabinete de Boric en la casa de Zalaquett?

Naturalmente que el Presidente y los ministros tienen como parte de sus funciones escuchar, reunirse, compartir, informar, recibir sugerencias, comentarios. No toda reunión privada es una reunión que requiera ser regulada por el lobby. Sin embargo, cuando se reúnen ministros de un área, por ejemplo Economía y Medio Ambiente, con empresarios de un sector, la salmonicultura, para discutir temas no generales, sino que específicos de ese sector, creo que eso sí requiere estar regulado por la Ley de Lobby.

Le pregunto si sus ministros tenían este tipo de actividades o no…

Mire, reuniones con gremios por supuesto que sí. Este tipo de reuniones, no. Está muy bien generar diálogo con el mundo privado. Y por eso nosotros muchas veces invitábamos a La Moneda a las organizaciones gremiales, las organizaciones sindicales, las organizaciones empresariales, a conversar y discutir, pero transparentemente, arriba de la mesa. Estas malas prácticas dañan mucho el buen propósito, que es que debe haber un diálogo fluido, transparente y permanente entre el sector público y, cierto, los distintos sectores de la sociedad. Pero hay que hacerlo siempre en forma transparente.

¿Usted mantendría al general director de Carabineros, Ricardo Yáñez, una vez formalizado en una causa?

Creo en la independencia y autonomía de las instituciones para cumplir su función. Y, por tanto, no pretendo interferir con eso, y dejar que las instituciones funcionen. Sin perjuicio, las instituciones tienen que funcionar en forma oportuna. Este es un caso que ya lleva más de cuatro años. Y creo que no es prudente tener casos de esta naturaleza y de esta magnitud, abiertos, desformalizadamente, cierto, sin información durante tanto tiempo. Así que yo espero que estos casos se resuelvan. En nuestro gobierno sí teníamos una definición sobre eso. Quiero decir que cuando nos tocó enfrentar las brutales consecuencias de violencia y destrucción del mal llamado estallido social, fijamos como criterio para enfrentar esa situación un doble objetivo, resguardar el orden público y proteger a los ciudadanos y al mismo tiempo respetar los derechos humanos y proteger la libertad de las personas. Y en ese doble objetivo, tanto el general Yáñez como el general Rozas siempre colaboraron.

Usted me decía que en su gobierno tenía un principio. ¿Y cuál era ese principio?

Era analizar cada caso en su mérito.

La ex-Presidenta Michelle Bachelet retomó protagonismo político. ¿Cuánto compromete sus planes que ella eventualmente decida repostular a La Moneda?

Mi decisión es independiente de la decisión de la ex-Presidenta Bachelet.


Entrevista realizada a Sebastián Piñera el 24 de enero de 2024 – La Tercera

Sebastián Piñera Echenique (1949-2024): El Estallido social de 2019

“Tenemos una gran misión, dejar atrás el subdesarrollo y la pobreza”. Era el 11 de marzo del 2018 cuando Sebastián Piñera volvía a asumir por segunda vez la Presidencia de la República. En ese momento el gobernante de derecha no solo era el líder de su coalición política, Chile Vamos, sino que también el principal referente del sector.

El día que el mandatario recibió de vuelta la piocha de O´Higgins de manos de la expresidenta Michelle Bachelet no imaginó los desafíos que se le venían por delante. Al año siguiente enfrentaría el estallido social que puso en jaque a su gobierno y lo allanó a anunciar un proceso constituyente a contrapelo de su sector. Dos años después estuvo obligado a enfrentar otro golpe inesperado: la pandemia del coronavirus frente a la que se jugó porque Chile tomara la delantera en la importación de vacunas.

Cuando asumió en 2018 el principal desafío del presidente Piñera era combatir materias clave para la ciudadanía como el manejo del orden público, la situación del Servicio Nacional de Menores (Sename) y una agenda para reimpulsar la economía. Para enfrentar el nuevo desafío renovó a parte de sus equipos, pero también recurrió al “piñerismo” con ministros de experiencia en su anterior gobierno.

La primera dificultad de Piñera vino desde el Congreso Nacional. Piñera tuvo que hacerse cargo del desafío de tener minoría tanto en el Senado como en la Cámara de Diputadas y Diputados. Para enfrentar ese hecho fue clave la estrategia que impulsó: llamar a grandes acuerdos entre los distintos sectores. De esta manera buscaba emular la política de los acuerdos impulsada por el fallecido expresidente Patricio Aylwin en cinco temas clave como la seguridad, salud, desarrollo económico, la paz en La Araucanía y la infancia. La primera señal vino incluso con un acto público sobre esta materia.

“Hoy llegamos nuevamente a esta casa de todos los chilenos y, una vez más, con el firme y urgente propósito y misión de hacer justicia y mejorar la dignidad y la calidad de vida de todos nuestros niños”, dijo Piñera en una cadena nacional en su primer día que asumió.

Para la difícil misión de generar consensos, Piñera designó a Gonzalo Blumel (Evópoli) como ministro de la Secretaría General de la Presidencia, a cargo de las relaciones políticas entre La Moneda y el Poder Legislativo. Rápidamente en el Congreso Nacional la situación se ponía cuesta arriba, ante la imposibilidad de llegar a acuerdo en las distintas materias. Pese a esto, el gobierno insistió en el punto a lo largo de todo el segundo mandato.

En su primer año de mandato, Piñera buscó dar señales para controlar la inmigración irregular e hizo intentos por convertirse en un liderazgo internacional. En ese marco, en febrero de 2019, invitado por el gobierno colombiano de Iván Duque viajó a Cúcuta en la frontera con Venezuela para participar en un acto de ingreso de ayuda humanitaria en Venezuela. Un gesto que resultó controvertido durante toda su gestión.

También ese año hubo hitos beneficiosos para el gobierno, como el triunfo de Chile el 1 de octubre cuando la Corte Internacional de Justicia en La Haya le dio la razón ante la demanda limítrofe de Bolivia.

El 14 de noviembre de ese 2018 hubo otro hito que marcaría la segunda gestión de Piñera en La Moneda: la muerte del comunero mapuche Camilo Catrillanca, por parte de uniformados de carabineros. Un homicidio tuvo costos políticos para el gobierno, luego de que algunas autoridades dieran respaldo a la versión inicial de las policías, que posteriormente fue descartada. La crisis le costó la salida al intendente de La Araucanía, Luis Mayol, y provocó una interpelación al entonces ministro del Interior, Andrés Chadwick.

El estallido social

El 18 de octubre del 2019 sucedió el peor golpe para el segundo gobierno de Piñera. Ese viernes una turba de personas comenzó a saltarse los torniquetes del Metro -luego de que se anunciara un alza en el pasaje del transporte– mientras otras decenas de personas se apostaban a Plaza Italia para protestar. Luego comenzaron los destrozos, los actos vandálicos y la quema de lugares públicos.

Lo que vino después fue la peor crisis política que tuvo el gobierno. Los actos vandálicos ocurrían todos los viernes, mientras el gobierno tuvo que recurrir a las Fuerzas Armadas. La violencia policial -que en sus casos más extremos se expresó en la mutilación ocular de protestantes y de ciudadanos como Fabiola Campillai– obligó al mandatario a cambiar sus equipos. La salida más significativa fue la del entonces ministro del Interior, Andrés Chadwick, quien no solo era uno de los orejeros más cercanos a Piñera, sino que también su primo y amigo. Después de su salida el personero de la UDI enfrentó una acusación constitucional que lo inhabilitó de ejercer cargos públicos por cinco años. Tras la salida de Chadwick, Gonzalo Blumel asumió como ministro del Interior. Su figura era vista como un rostro más dialogante.

Por las calles, la gente asomaba con una serie de demandas como pedir el cambio de la Constitución, mejorar las AFP y terminar con el sistema del Sename. Fue en ese entonces, que Piñera y su gobierno comenzaron a buscar una salida al conflicto.

Pero el problema también era interno, pues La Moneda estaba dividida entre dos bandos: Aquellos que promovían una salida a través de un diálogo político, y los que buscaban mano dura y mayor control del orden público. Finalmente ganó la primera postura, lo que se tradujo en el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” del 15 de noviembre del 2019.

Todos los sectores políticos se pusieron de acuerdo en interminables reuniones, en las que se determinó que el cambio de la Constitución de 1980 podía dar una salida pacífica al proceso, con el fin de acoger demandas ciudadanas. Con el tiempo, la paz se fue logrando en la calles, pero el estallido social fue recordado como la época más difícil para el Mandatario, que incluso lo tuvo con una histórica baja aprobación de un 6% en en la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP).

El propio expresidente con el tiempo abordó lo que fue el estallido y el año pasado en el diario español El País dijo: “Fue un golpe de Estado no tradicional”.

La crisis de la pandemia

El 2020 todos los gobiernos del mundo fueron azotados por la peor pandemia de la historia. Por ese año se desató la crisis del covid-19 y el gobierno de Piñera tuvo que hacerse cargo de enfrentar los problemas de la crisis sanitaria. Rápidamente se provocaron problemas no enfrentados anteriormente, como tener que hacerse cargo de las restricciones de la movilidad entre las personas, o enfrentarse a la competencia internacional por la compra de vacunas.

En ese entonces Piñera -y su ministro de Salud, Jaime Mañalich– debían hacerse cargo para de buscar la reducción en el número de contagiados y de fallecidos y también de enfrentar el dilema de la disponibilidad de camas para los enfermos y los ventiladores respiratorios para la Unidad de Cuidados Intensivos. El gobierno debía enfrentarse además al flanco político de la oposición que criticaba por este tema, y también por parte del Colegio Médico en ese entonces liderado por Izkia Siches.

Además, se generaban otros flancos como el cuestionamiento a la veracidad de las cifras de fallecidos. Mientras, el gobierno se desplegaba internacionalmente con intensas negociaciones para conseguir vacunas de empresas como Sinovac o Pfizer.

El 13 de junio de ese 2020 la pandemia salpicaba políticamente al gabinete y el ministro Mañalich salió en medio de un desgaste por la crisis y tensiones con sus pares. En un cambio de gabinete se dio paso a la llegada de Enrique Paris, quien se convertiría en otro referente del manejo de la pandemia. La salida de Mañalich fue difícil para el gobierno. El doctor había sido también ministro de Salud durante la primera administración de Piñera, y fue uno de los primeros en anticipar la magnitud de la pandemia diciéndole que “esto es lo más importante que va a pasar en su gobierno”.

Pero pese a los costos, el manejo le trajo grandes activos para el expresidente en materia de legado: Chile mostró uno de los índices más bajos en mortalidad según Our World in Data, además fue catalogado como uno de los países con mayores dosis de refuerzo de vacunas contra el covid por cada 100 habitantes y el Fondo Monetario Internacional (FMI) destacó a Chile dentro de los 15 países del mundo que más aumentó el gasto para enfrentar la pandemia.


Fuente. La Tercera (6-febrero-2024)

Sebastián Piñera Echenique (1949-2024) – Los cuatro legados del expresidente Piñera

En una de sus columnas en el diario español El País, el destacado historiador español Santos Juliá recordaba la mutación que hubo entre los historiadores y cientistas sociales, cuando consideraron que “el estudio del pasado por, en y para sí mismo no tiene interés alguno. La historia solo vale en la medida en que de ella pueda extraerse algo que nos sirva hoy de alguna utilidad”.

Esta generalización se puede extender a políticos que se empeñan en construir su propia visión del pasado, fabricando una memoria para que la compartan sus partidarios y la opinión pública, con el propósito de acrecentar su capital político y seguir actuando en política.

Dicha generalización me surge tras la lectura de la entrevista que dio el ex Presidente Sebastián Piñera al diario El Mercurio el domingo 15 de octubre, en la cual opinó sobre la coyuntura política y el proceso constituyente, anunciando que trabajará activamente por el “A favor”, y sobre las elecciones presidenciales.

La entrevista ayuda a comprender cómo Piñera reconstruye su historia y en particular su fallido desempeño durante el estallido del 18 octubre de 2019, que marcaría la memoria de los chilenos respecto de su segundo Gobierno, de la cual se quiere apartar.

Dos veces Presidente y el político más importante de la derecha después de Pinochet, aunque descarta aspirar por tercera vez a volver a La Moneda, anuncia su regreso a la política activa, proponiéndose “ser un muy buen expresidente, que significa lograr que Chile Vamos pueda expresarse en plenitud, cumplir su misión y sobre todo, mejorar la calidad de la política”.

Los presidentes dejan legados que se pueden apartar de los objetivos que quisieron alcanzar cuando estuvieron en La Moneda, sin conseguirlos, lo cual define su ubicación en la historia. Piñera se empeña en romper ese pasado, contando su propia versión de la historia, como lo hace en esta ocasión, convencido de ser creíble.

Primer legado: su responsabilidad en la magnitud del estallido social

El ex Presidente Piñera, políticos de derecha e intelectuales y columnistas de la ex Concertación, no consideran las causas y la naturaleza del estallido social. Solo destacan los graves hechos de violencia cometidos por grupos minoritarios contra bienes públicos y privados y Carabineros, que actuaron con extrema violencia, causando centenares de heridos. Solo se refieren al “octubrismo” como un fenómeno social que consideran inaceptable.

No quieren reconocer que la sociedad civil despertó, y que se expresó una semana más tarde en una multitudinaria y pacífica manifestación en Santiago, superior a un millón de personas, la más grande desde la campaña del No en el plebiscito de 1988.

Había en la ciudadanía un malestar latente hacia el sistema económico (“el modelo”), ocasionado por los graves abusos de empresas privadas (La Polar, farmacias, pollos, “Confortgate”) y de servicios públicos (Aguas Andinas), las desigualdades en el acceso a la salud y educación, el fracaso de las AFP, la mala distribución de los ingresos, que se sumó a la baja confianza en los partidos, la política y en los empresarios por los casos de financiamiento ilegal de campañas parlamentarias. En pocas palabras, una crisis de legitimidad del sistema económico, que heredaba el pecado original de haber sido impuesto por la dictadura, sin consultar a los afectados, y que teñía un sistema político cuyo legado era una democracia semisoberana, concebida para prolongar “el modelo”.

El 18 de octubre de 2019 Piñera no supo qué hacer. No tomó decisiones, cayó en una parálisis decisoria que provocó un vacío de poder que aumentó la violencia de las minorías que la empleaban. Entrada la noche decretó zona de Estado de Emergencia de la provincia de Santiago, cuya dirección recayó en el general de Ejército Javier Iturriaga. En esos momentos, la violencia se extendía por la capital como reguero de pólvora, con estaciones del Metro incendiadas por activistas enloquecidos, que desbordaron las capacidades de Carabineros.

Desde el Ministerio de Defensa y rodeado de militares, Piñera dio un discurso en el cual planteó que el país “estaba en guerra contra un enemigo poderoso e implacable”, palabras inadecuadas para referirse a la delicada situación y que todavía le penan.

El general Iturriaga debió contradecir al entonces Presidente en la conferencia de prensa que dio la mañana del lunes 21 de octubre. Afirmó: “No estoy en guerra con nadie, soy un hombre feliz”.

Piñera volvió sobre este episodio en la entrevista en El Mercurio. Recordó haber rechazado esas palabras y sostuvo que empleaba a menudo el término “guerra” como un recurso retórico:

“Yo siempre uso mucho la palabra guerra en forma retórica: guerra contra la pobreza, guerra contra la violencia. Por tanto, cuando el general (Iturriaga) dice esas palabras, le manifesté: ‘Usted es el jefe de la Defensa. Yo lo he designado para defender a Chile de un enemigo que está quemándolo todo. Así que creo que tenemos que tomarnos muy en serio la magnitud de la violencia del adversario, del enemigo que estamos enfrentando’”.

Piñera no consideró el hecho de que los militares (y Carabineros, integrados al Ministerio de Defensa durante décadas) lo entienden de otra forma: como un concepto central que orienta su vocación de estar preparados para la guerra si el país es amenazado desde el exterior.

La aclaración del general Iturriaga, que Piñera rechazó ese día, tuvo una consecuencia política positiva: puso límites a una posible acción represiva de los militares, aunque Carabineros parecieron haber seguido al pie de la letra las palabras del Presidente.

Segundo legado: debilitamiento de la Presidencia

El estallido social desnudó las limitaciones de los recursos de liderazgo presidencial y la inteligencia emocional de Piñera. Esta última se refiere a la capacidad para enfrentar situaciones particularmente difíciles y actuar con mesura y decisión. No hacerlo, puede provocar un impacto perjudicial al proceso político y bloquear fortalezas del Mandatario.

Su parálisis decisoria en horas y días críticos se explica porque Piñera no es un político, como los anteriores presidentes chilenos, y no sabe cómo debe actuar en momentos difíciles. Él es un hombre de negocios, que amasó una fortuna en la dictadura transando acciones, desarrollando las tarjetas de crédito y proyectos inmobiliarios. Recién en diciembre de 1989 entró de lleno a la política, cuando fue elegido senador.

Nunca tuvo participación política, ni siquiera en sus años de estudiante de Economía en la Universidad Católica (1968-1971), en los tiempos de la reforma universitaria y la “revolución en libertad” del Presidente Eduardo Frei Montalva, que politizó a estudiantes y académicos.

Al entrar al Senado, Piñera no dejó de ser un hombre de negocios, para dedicarse a la actividad política que desconocía. Por el contrario: continuó la expansión de sus intereses y aumentó su fortuna con esmero, empujado por la convicción de que esta es un recurso fundamental para llegar a ser Presidente de la República. Nunca separó los negocios personales del interés común que debía guiarlo en su actividad parlamentaria, sin plantearse que incurría en graves conflictos de intereses.

Piñera aprovechó al máximo los recursos políticos de que dispuso desde el Senado e incrementó su fortuna en forma exponencial. De los cien millones de dólares en que se estimaba su fortuna en 1989 (Daza y del Solar, 2018), en menos de dos décadas ella se multiplicó en una magnitud inédita en ese breve tiempo, y llegó a bordear los tres mil millones de dólares, por lo que entró como uno de los ocho chilenos del selecto grupo de los billonarios de Forbes.

Piñera no entendió (y sigue sin hacerlo) que la política es una actividad a tiempo completo, una carrera, como argumenta Anthony King (1981), durante la cual se aprenden sus normas formales e informales y se configuran relaciones personales más allá de las diferencias políticas.

En su reconstrucción de la memoria del 18-O esquiva la autocrítica sobre decisiones controvertidas. Por el contrario, critica a exministros, a los servicios de seguridad, a la oposición. Las periodistas que le entrevistan escriben que “(Piñera) vio quebrarse ministros y subsecretarios cuando la calle ardía”, para luego dejar hablar al Mandatario: “No resistieron. Muchos dejaron el gobierno. Yo mantuve la entereza y la fuerza”.

Responsabiliza a los servicios de inteligencia de no haberle advertido antes de la posibilidad de que ocurriera una explosión social como la del 18-O. “Una semana antes del 18 octubre, les pregunté uno por uno: ‘¿Hay algo distinto de los overoles blancos, distinto de los atentados terroristas de la zona sur? ¿Hay algo en materia de riesgo para la seguridad del país y la población que yo como presidente debiera saber?’. Ninguno me advirtió nada”.

Tercer legado: el desplome de Chile Vamos

Hemos argumentado que Piñera tuvo debilidades al ejercer sus funciones de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno que agravaron el conflicto social. Además, no se hizo cargo de la tercera función de los presidentes: liderar la coalición de partidos que lo apoyaban, lo cual significaba preocuparse de conservar sus apoyos electorales para que la acción del Gobierno no quedara interrumpida por el triunfo de la oposición en las próximas elecciones presidenciales. Los presidentes Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos se empeñaron y tuvieron éxito, cada uno con su estilo y experiencia, en que la Concertación se mantuviera en el poder durante cuatro gobiernos consecutivos.

Piñera no fue líder de la coalición gobernante. No se preocupó del estado de los partidos de Chile Vamos, que se debilitaron en las elecciones al final de cada uno de sus dos gobiernos, entregando en dos oportunidades la banda presidencial a un candidato de izquierda: en 2014, a la ex Presidenta Michelle Bachelet, candidata de la Nueva Mayoría formada por los partidos de la ex Concertación y el PC, y en 2022, a Gabriel Boric, candidato de Apruebo Dignidad, formada por el Frente Amplio y el PC.

Las derrotas de Chile Vamos en las elecciones presidenciales de 2013 y 2021 fueron aplastantes. En la primera, la abanderada presidencial del sector, Evelyn Matthei, que fue ministra del Trabajo en el primer Gobierno de Piñera, recibió en primera vuelta solo 25% de los votos, siendo aventajada por la ex Presidenta Michelle Bachelet por más de 20 puntos, 46,7%; en segunda vuelta, Matthei alcanzó 37,6% y Bachelet logró un impresionante 62,2%, el mayor porcentaje electoral desde 1989.

En las elecciones parlamentarias de 2013, los candidatos de Chile Vamos tuvieron una grave derrota que permitió a la centroizquierda e izquierda tener, por primera vez desde 1989, mayoría en ambas cámaras. Esto hizo posible que Bachelet impulsara reformas institucionales en educación, tributaria y laboral, antes negadas a los otros presidentes de la Concertación por tener mayoría solo en una de las cámaras.

En las elecciones presidenciales de 2021, el candidato presidencial de Chile Vamos, Sebastián Sichel, exministro de Piñera en su segundo Gobierno, sufrió una aplastante derrota, ubicándose en el cuatro lugar, con 12,8%, y los candidatos de Chile Vamos también fueron golpeados en las elecciones parlamentarias, cayendo del 35% en las elecciones de 2017 a 20%.

La irrupción de José Antonio Kast y de su partido permitió a la derecha conservar el porcentaje alcanzado en las elecciones parlamentarias de 2017 por RN y la UDI, pero que bajó fuertemente en las del 2021. Ese vacío lo llenó Republicanos, que logró un 10,54%, similar al recibido por RN y la UDI en estos comicios. Este apoyo electoral se expandió en las elecciones del Consejo Constitucional de 2023: los partidos de Chile Vamos eligieron 11 consejeros y los Republicanos el doble, 22, obteniendo un 35,4% de los votos, el porcentaje más alto que obtiene un partido desde 1989.

Cuarto legado: una derecha radical y el liderazgo de J. A. Kast

El cuarto legado está estrechamente vinculado al anterior: Piñera hizo posible el surgimiento de una nueva derecha, bajo el liderazgo de José Antonio Kast, un objetivo para nada buscado por él. Piñera responsabilizó a Kast, candidato presidencial en la primera vuelta de 2017, que recibió 7,9% de los votos, por haberle impedido obtener una alta votación, como lo había logrado en las elecciones de 2009, y tuvo que contar con los votos de Kast para ser elegido Presidente en la segunda vuelta de 2017.

En su entrevista en El Mercurio, el ex Presidente desconoce el éxito de Kast en las elecciones del Consejo Constitucional, dando su apoyo a Evelyn Matthei, “la mejor figura que hoy tenemos en Chile Vamos. Y José Antonio Kast es la mejor figura que tienen los republicanos”.

No se resigna a que Kast esté en primera vuelta, planteando no primarias, sabiendo que este las rechazaría, sino que aspira a “un plebiscito amplio dentro de la centroderecha para escoger nuestro liderazgo presidencial”.

La irrupción de Kast pone fin a la era de Piñera como principal político de la derecha. Es un político de carrera (King, 1981), con amplia experiencia, la que lo separa del ex Mandatario. Nació en 1966 e ingresó al Movimiento Gremial cuando era estudiante de la Universidad Católica, y en 1987 fue su candidato a la presidencia de la FEUC, siendo derrotado en segunda vuelta.

Entró de lleno a la política en 1996, siendo elegido concejal (1996-2000); fue diputado UDI (2002-2018), jefe de bancada (2007, 2008 y 2011), secretario general del partido (2012-2014) y candidato a presidente de esta colectividad en 2008 y 2010, siendo derrotado en ambas ocasiones.

Intentó ser candidato por tercera vez en 2015, pero chocó de nuevo con el veto de los “coroneles”, lo que lo impulsó a renunciar a la UDI y seguir su carrera: formó un nuevo partido y compitió en las elecciones presidenciales de 2017.

Piñera deja un legado de debilitamiento de Chile Vamos y contribuye a que Kast, un político profesional, ocupe el espacio dejado por esa coalición. Los partidos conservadores exitosos tienen organización territorial y autonomía del poder económico (Ziblatt, 2017). Ninguno de estos requisitos cumplió la derecha bajo el liderazgo de Piñera, pues este no fue líder de la coalición de gobierno y él mantuvo una relación directa con el sector financiero.

Más que ignorar el liderazgo de Kast y los republicanos, o caricaturizarlos (“alza de la ultraderecha”), se requiere examinar las causas que llevaron a que la derecha, 50 años después del golpe de Estado, sea la principal fuerza política. Tiene la mayoría en el Consejo Constitucional y pueden ganar la próxima elección presidencial. Sin entrar a calibrar su desempeño en estas semanas, Kast y Republicanos han conseguido un notable éxito político, que llevó a la derecha hasta una posición de liderazgo, favorecida por el desplome de los partidos de la ex Concertación y la extrema debilidad del Gobierno de Gabriel Boric.

Los cuatro legados de Piñera, a saber, su responsabilidad en la magnitud del estallido social, el debilitamiento de la institución de la Presidencia, el desplome de Chile Vamos y el surgimiento de una derecha radical encabezada por Kast, ensombrecen su última Presidencia y lo dejan en la historia como una figura que no alcanzó el nivel de estadista que sí lograron otros de su sector en la historia, por más empeño que ponga en lavar su imagen.


Artículo de Carlos Huneeus – El Mostrador (20 octubre 2023)

Sebastián Piñera Echenique (1949-2024): El Presidente que llevó a la derecha a La Moneda tras el retorno a la democracia

Los plebiscitos marcaron la historia política de Miguel Juan Sebastián Piñera Echenique.

De hecho, el 27 de agosto de 1980 podría ser considerado su estreno en política. Ese día, acompañó a su padre, el exembajador DC, José Piñera, a una concentración realizada en el Teatro Caupolicán, donde el principal orador fue el expresidente Eduardo Frei Montalva, entonces líder de la oposición a Augusto Pinochet y principal rostro de la campaña del No en el plebiscito de ese año convocado para resolver la vigencia de una nueva Constitución.

En aquel referéndum, realizado el 11 de septiembre de 1980, se impuso el texto constitucional, cuya base aún se mantiene a pesar de las reformas de 1989 y 2005.

Aunque en años posteriores, algunos detractores de Piñera pusieron en duda su participación en el llamado Caupolicanazo, una fotografía confirmaba su presencia.

Dos bandos

En los años de dictadura, Piñera se dedicó a los negocios, a las consultorías y las actividades académicas. Sin embargo, en 1988 volvió a la escena política al involucrarse someramente en el plebiscito de ese año en que se iba dirimir la continuidad de Pinochet en el poder. Entonces, Piñera nuevamente estuvo por el No y colaboró financieramente con la campaña gracias a la fortuna que ya comenzaba amasar en esos años.

Según relata su “Biografía no autorizada” de Loreto Daza y Bernardita del Solar, Piñera se había beneficiado de las bondades del régimen económico, a pesar de que por su historia familiar ligada a la DC era opositor a la dictadura. “Siempre navegó entre ambos bandos. Se opuso a Pinochet, aunque aplaudió las reformas económicas que impulsó el régimen militar”, señala el libro.

Sin embargo, en 1989, pasaría a la primera línea política, al asumir como jefe de campaña del entonces candidato presidencial del oficialismo de la época, el exministro de Hacienda, Hernán Büchi.

El paso tuvo un costo, debió cortar su lazo con la DC, pero, por otro lado, le permitió postular como candidato a senador por la Región Metropolitana en un cupo de RN ofrecido por el secretario general del partido, Andrés Allamand. Tras ser elegido, retribuyó el gesto y fichó en Renovación Nacional.

Pese a ser parte de la oposición al primer gobierno del Presidente Patricio Aylwin, desde el Senado colaboró con la llamada política de acuerdos de los años 90, que se caracterizaron por un intenso plan de reformas en el campo laboral, tributario, social y político, especialmente en materia de libertades civiles.

En esos años, junto a Allamand, Alberto Espina y Evelyn Matthei (todos ellos diputados de RN) integró la llamada “patrulla juvenil”, conformada bajo el alero del senador y presidente del partido, Sergio Onofre Jarpa.

No obstante, una filtración de una conversación telefónica entre Piñera y su amigo, el empresario Pedro Pablo Díaz (a quien le pedía que incidiera para que el periodista Jorge Andrés Richards acorralara a Matthei en una entrevista televisiva), expuso las profundas rivalidades que existían en aquel grupo de emergentes legisladores, en los que todos ellos ya daban indicios de su interés por postularse a la Presidencia.

El hecho golpeó a todos los involucrados por igual y retrasó las aspiraciones para llegar a La Moneda de Piñera y Matthei. Esta última, terminó renunciando a RN para irse a la UDI.

La carrera definitiva

El fallecido empresario e ingeniero comercial tuvo su revancha el 13 de mayo de 2005 en el Consejo Nacional de Renovación Nacional. Ese encuentro marcó el hito fundacional de su carrera presidencial definitiva.

En aquel cónclave, los partidarios de Piñera se enfrentaron a los militantes que proponían volver a apoyar a quien era el presidenciable indiscutido en esos instantes: Joaquín Lavín (UDI).

Finalmente, con el apoyo de más de dos tercios de los casi 400 delegados presentes, el ingeniero comercial de RN fue proclamado candidato a La Moneda.

El hecho provocó un quiebre en la derecha y Piñera y Lavín tuvieron que medirse en la primera vuelta presidencial, en la que también postulaba Michelle Bachelet (PS). En esos comicios, pasaron a segunda vuelta el candidato de RN y la abanderada socialista y de la Concertación.

A pesar de que Bachelet se impuso en el balotaje, el hecho ungió a Piñera como el presidenciable definitivo de la derecha. Con esas credenciales, volvió a presentarse como candidato en las elecciones de 2009, en las que triunfó en segunda vuelta en contra del expresidente Eduardo Frei.

Su elección marcaba el regreso de la derecha a La Moneda. Desde la Presidencia de Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964), que el sector no triunfaba en elecciones democráticas para conducir el país. Una de las claves de su victoria fue que logró ampliar por primera vez la base electoral de su sector en una contienda presidencial, sumando a sectores de centro e independientes que antes habían apoyado a la Concertación.

Terminado su primer gobierno en 2014, Piñera mantuvo el liderazgo del sector con el que regresaría al palacio gubernamental en 2018.

El otro plebiscito

Tras el estallido social de octubre de 2019, el entonces Mandatario volvió a dar un paso sorpresivo e incómodo para su conglomerado, tal como lo había sido su crítica contra los “cómplices pasivos” de la dictadura en 2013, con motivo de los 40 años del Golpe Militar. En noviembre de 2019, fue un activo promotor del acuerdo constitucional en que la mayoría de las fuerzas políticas accedían a cambiar la Carta Fundamental. De hecho, al mismo Piñera le correspondió convocar al plebiscito de 2020 que abrió el primer fallido proceso constituyente, que finalmente no pudo elaborar un texto que convenciera a la mayoría del país.

En una de sus últimas entrevistas, el fallecido expresidente también lamentó que fracasara el segundo proceso que se abrió una vez que había dejado La Moneda.


Fuente. La Tercera (6 febrero 2024)