La caída del Muro de Berlín

El derribo material del Muro de Berlín se produjo el 9 de noviembre de 1989, pero su desmoronamiento político había comenzado mucho antes, en el marco de la fragmentación del llamado “Bloque del Este”, liderado por la Unión Soviética. La distensión entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la URSS, que se produjo a comienzos de la década de 1970, se manifestó también en las relaciones entre los países de Europa occidental y los satélites europeos soviéticos. El punto candente eran, sin duda, las relaciones entre la República Federal Alemana (RFA) y la República Democrática Alemana (RDA), pertenecientes, respectivamente, a los bloques occidental y oriental.

Significativamente, las relaciones entre ambas Alemanias comenzaron a modificarse en el terreno económico, dentro del contexto del creciente intercambio entre la Comunidad Económica Europea (CEE), que reunía a la mayoría de los países europeos occidentales, y el Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON), que englobaba a los países euroorientales hegemonizados por Moscú. En forma contradictoria, mientras la URSS alentaba el intercambio con la CEE, a fin de aliviar sus propios problemas económicos, Walter Ulbricht, secretario general del Partido Socialista Unificado (SED), se oponía a la apertura de su país en relación con Alemania occidental.

Apertura política y distensión

En 1970, cuando el socialdemócrata Willy Brandt ganó la mayoría parlamentaria en la RFA e inició su política de apertura hacia el Este (Ostpolitik), la URSS se apresuró a firmar un tratado comercial con Alemania occidental. Oponerse a este acuerdo le valió a Ulbricht ser sustituido por Erich Honecker, un comunista más “conciliador”. A partir de este momento, si bien, los intercambios entre ambas Alemanias se intensificaron según el Abrenzung (política de clarificación), Honecker mantuvo en el interior de su país, el estricto control económico y político ejercido por el SED. Prueba de ello fueron las obras de ampliación del Muro de Berlín. En un efecto contraproducente, la circulación de productos germano-occidentales, de mejor calidad, y la fortificación del Muro incrementaron la atracción de los ciudadanos de la RDA por “el modo de vida occidental”. Las víctimas por intentar cruzar el Muro hacia Berlín Oeste aumentaron, así como también los intentos de fuga.

Al mismo tiempo, el plan estadounidense de desplegar misiles nucleares en Alemania occidental, con la mira puesta en los centros vitales soviéticos, crispó la situación a ambos lados del Muro. Los estalinistas del comunismo germano-oriental amenazaron con volver a las viejas épocas de Ulbricht, cuyo máximo símbolo era el Muro. De forma simultánea, en Alemania occidental, centenares de miles de manifestantes, en su mayoría jóvenes, salieron a la calle para expresar su repudio al armamento nuclear, al proyecto de misiles estadounidense y a la existencia del Muro.

La “cuestión alemana”

Con la vista puesta en la reunificación, el gobierno de Alemania occidental era el más interesado en intensificar los vínculos económicos con el Este. En octubre de 1988, la RFA concedió a la URSS un préstamo de 3.000 millones de marcos, vitales para la maltrecha economía soviética. Como contrapartida, Gorbachov reconoció en público la anomalía histórica que significaba la existencia de dos Alemanias y se comprometió a que, en un futuro no muy lejano, Alemania volviese a ser una sola nación. Fue un paso más hacia la caída del Muro; también hacia la disgregación del Bloque del Este y, finalmente, de la propia Unión Soviética.

La “cuestión alemana” se convirtió en un tema obligatorio de la política internacional. Y los acontecimientos se precipitaron dentro de la misma Alemania comunista. Nuevas trabas para la circulación hacia Berlín Oeste y las evasiones masivas hacia las embajadas de Checoslovaquia, Hungría y Austria para poder acceder indirectamente hacia la RFA precipitaron los hechos: Honecker fue desplazado del partido y reemplazado por Egon Krenz.

La caída del muro

Después de incontables intrigas, Günter Schabowski, miembro del Politburó del SED, anunció en conferencia de prensa que todas las restricciones habían sido retiradas. La retransmisión en directo de su anuncio por televisión cundió como un reguero de pólvora. Decenas de miles de personas se abalanzaron sobre el Muro, y los guardias fronterizos, ya sin ningún control oficial, abrieron los accesos. Sin una orden concreta, sino bajo la presión de la gente, el punto de control de Bornholmerstrasse se abrió a las once de la noche, seguido de otros puntos de paso, tanto en Berlín como en el resto de la frontera con la RFA. Así fue como, en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, veintiocho años después de su construcción y cuando ya superaba los 45 km de largo, cayó el Muro de Berlín. Los ciudadanos de la RDA fueron recibidos con grandes muestras de entusiasmo por la población de Berlín Oeste. Los bares cercanos al Muro ofrecían bebida gratis y, hermanados por la emoción, hasta los desconocidos se abrazaban entre sí. En la euforia, muchos berlineses de uno y otros sector escalaban el Muro y, con cualquier elemento, hasta con las manos, iniciaron la demolición.

Con este trasfondo fue tratada la “cuestión alemana” en la cumbre de Malta (2 de diciembre de 1989), donde se reunieron los líderes de Estados Unidos y la Unión Soviética. Pese a que no llegaron a ningún acuerdo, la cuestión de fondo era el alineamiento que adoptaría la futura Alemania reunificada. Mientras la URSS asociaba la reunificación con la neutralización alemana, Estados Unidos era partidario de una reunificación y su integración a la OTAN, donde la RFA era miembro.

La cumbre 2+4

En la siguiente cumbre, celebrada en Washington (31 de mayo-3 de junio de 1990), Estados Unidos planteó públicamente a Moscú sus exigencias, con una serie de atenuantes:

  • compromiso alemán de renunciar a las armas nucleares, químicas y bacteriológicas;
  • respetar las fronteras constituidas en el perímetro de las dos Alemanias, sin ningún reclamo territorial, y
  • mantenimiento de las bases soviéticas en la parte oriental del país por un período determinado de años, con obligación por parte de la nueva Alemania de colaborar en su financiamiento, incluso a la hora de desmontar sus instalaciones.

Durante la cumbre, a petición soviética, se sumaron las otras dos potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial -Reino Unido y Francia-, y ambas Alemanias, por lo que se denominó a esta reunión como la “Conferencia 2+4”. En julio de 1990, la OTAN se reunió en Londres y todos sus miembros asumieron como propios los compromisos contraídos en Washington. El 16 de julio, durante una visita oficial a la URSS, Gorbachov le comunica a Helmut Kohl -canciller de la RFA-, su consentimiento para que la Alemania reunificada permaneciese en la OTAN. A cambio, Kohl se comprometió a reducir los efectivos militares germanos en 370 mil efectivos para 1994. La reunificación fue consagrada oficialmente el 3 de octubre de 1990. El 2 de diciembre se celebraron elecciones generales en toda Alemania: en la antigua RFA, el canciller Kohl obtuvo el 44,3% de los votos y, en la exRDA, donde el comunismo había gobernado desde 1945, nada menos que el 41,8%, sin mayor incidencia de las formaciones de izquierda.

Fantasías y realidades

De todos modos, la integración de ambas Alemanias en una sola no fue fácil. Con el correr del tiempo, las dificultades reales que surgieron en la tarea de homogeneizar dos experiencias sociales tan contrapuestas diluyeron la efusividad de los abrazos de 1989 al pie del Muro. Los alemanes de la exRDA advirtieron que la democracia era mucho más intrincado que el desbordante consumismo. La antigua pertenencia al comunismo marcó experiencias contradictorias:

  • por un lado, la desaparición de un Estado proveedor de necesidades básicas más o menos satisfechas -salud, vivienda, educación- sembró añoranzas y disgustos;
  • por otro, la subsistencia de desigualdades laborales y salariales entre los “orientales” y los “occidentales” fue vivida por los primeros como un hecho irritante y, por los segundos, como la oportunidad de contar con mano de obra barata y de obtener grandes beneficios, sobre todo con la especulación inmobiliaria.

Este “desencuentro” subyace a hechos insólitos: por ejemplo, es en el territorio de la antigua RDA donde proliferan con más fuerza los grupos neonazis. A su vez, los herederos del viejo partido comunista buscaron reacomodar en la nueva Alemania con distintas siglas y variados acuerdos con otras tendencias. A comienzos del siglo XXI, junto con un vasto grupo de disidentes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), fundaron un nuevo partido, bautizado como Die Linke (La Izquierda), presidida por Oskar Lafontaine, quien formó una alianza con Los Verdes. Ha sido con Angela Merkel cuando, por primera vez, una exciudadana de la RDA alcanzó el cargo de canciller (2005-2021). Es también la primera mujer que, en la historia de Alemania, ha ejercido tan alto cargo.


Fuente. Historia del siglo XX Time – La caída del Muro de Berlín (2011)