La batalla por la Constitución en el Norte de Chile: historia de la guerra civil de 1859

El descontento con la carta fundamental de 1833, el autoritarismo achacado al gobierno de Manuel Montt y el centralismo del país, que agobiaba el desarrollo económico de Copiapó, fueron algunos elementos que gatillaron la insurrección que cerró la convulsa década de 1850. Un hombre, Pedro León Gallo, fue el líder tras la revuelta.

Apenas pisó el edificio de la Intendencia, los aplausos sonaron fuerte. Pedro León Gallo, un empresario minero que bordeaba los 29 años, era proclamado como nuevo intendente de Copiapó. Era el primer líder local puesto por acción de la ciudadanía en el cargo. Hasta entonces las autoridades regionales eran oscuros burócratas designados desde Santiago. Pero ese día, el 6 de enero de 1859, la ciudad nortina inició un alzamiento. Habían varios motivos. Principalmente, querían ser los dueños de sus certezas.

El mito señala que el ascenso fue propiciado por una elección. Pero los expertos lo desestiman. “Pedro León Gallo no fue electo como Intendente -explica el historiador Joaquín Fernández Abara, quien ha escrito investigaciones sobre el período-. De hecho no hubo elección ni instancias deliberativas al momento de que asumiera la Intendencia. Los insurgentes no realizaron un Cabildo Abierto, pese a que sí existían precedentes al respecto, cómo el que se había hecho durante el levantamiento de La Serena en el marco de la guerra civil en 1851. Él fue aclamado por los rebeldes la misma noche de alzamiento y su nombramiento comunicado por un bando. Existe testimonio que menciona que esta situación habría generado malestar en algunos de los adherentes al movimiento. Sin embargo, con posterioridad los rebeldes si buscaron legitimarse en instituciones locales, a través del apoyo y los votos de confianza de los Municipios de Copiapó y Caldera y de la Junta de Minería de Copiapó”.

Los rebeldes sacaron un decreto de tono evidentemente fundacional. “Por cuanto el pueblo de Copiapó ha recobrado su libertad en la noche que precede, operándose un cambio consiguiente en el personal de las autoridades, el pueblo de Copiapó ha hecho el nombramiento siguiente; Nombrase Intendente de la provincia de Atacama al ciudadano don Pedro León Gallo”.

Eran las siete de la mañana y la noche había sido larga. Una asonada liderada por el artesano Pedro Pablo Zapata, acompañado de 20 hombres, había ocupado el cuartel de policía. Allí se encontraron con una resistencia feble de los efectivos. El oficial Salvador Urrutia simpatizaba con el movimiento y facilitó las cosas. Pronto, una masa de personas irrumpió en las salas, y destrozó el lugar. Desde allí, los insurrectos ocuparon la cárcel y los edificios públicos de la ciudad.

“Este hecho fue turbulento y dominado en muchos momentos por el bajo pueblo que destruye las rejas, asalta salas de los juzgados, incluso algunos de los asaltantes y de los reos que huyen de la cárcel se embriagan y siguen en esta condición protestando”, detalla el investigador Guillermo Cortés Lutz en su artículo Las etapas de la Revolución Constituyente: su sistematización para su estudio y comprensión.

Pedro León Gallo, líder de la Revolución Constituyente de 1859

Aterrado, el intendente titular, José María Silva Chávez, huyó. Sus pesadillas se hacían carne. El día anterior había proclamado un bando en que prohibía las reuniones de más de cuatro personas, pues intuía que algo se estaba gestando en su contra. No lo pudo evitar. Gallo le ofreció asilo en su casa. No lo aceptó. Dejó la ciudad apenas con un par de adeptos. Entendió que los tiempos habían pasado muy rápido y él había quedado atrás.

Cinco días después la noticia se conoció en la capital. “Hoy, a las 9 de la mañana, tuvimos la primera noticia de la revolución de Copiapó -escribió en su diario el joven Benjamín Vicuña Mackenna-. Todo el día ha habido mucha animación, contento, noticias y mentiras. El Gobierno lo supo por un parte telegráfico a las 5 de la tarde de ayer traído por un vapor de Coquimbo. Arreglé hoy mis papeles del Sitio para quedar expedito por si nos llevan a la Penitenciaría”.

Por entonces el futuro Intendente de Santiago se encontraba en la soledad de la prisión. Había sido arrestado en diciembre del año anterior, justo el día en que pretendía hacer historia. Junto a otros contertulios del Club de la Unión habían pactado reunirse para firmar un acta de adhesión exigiendo una Asamblea Constituyente. Enterado, el gobierno de Manuel Montt prohibió la reunión y arrestó a todos quienes llegaron a la cita. Las tropas entraron al edificio tras derribar una puerta y sacaron a los rebeldes desde los salones. Mientras estos eran conducidos por el centro de Santiago cantaron, a media voz, el himno nacional. Nunca sonó tan bien eso de “o el asilo contra la opresión”.

Entre los prisioneros estaban Manuel Antonio Matta y Ángel Custodio Gallo, hermano de Pedro León. No lo sabían por entonces, pero años después serían protagonistas de la discusión política al fundar el Partido Radical, el que daría cauce institucional a las demandas que habían inspirado, precisamente, el alzamiento que protagonizaban en ese caluroso verano del 59’.

Radicales, constituyentes y mineros

Lo que inspiraba la rebelión era un ideario liberal que había comenzado a madurar a partir de las revueltas protagonizadas a comienzos de la década y los años sucesivos. Pero también había otros factores. “En el levantamiento de 1859, convergen el descontento contra el gobierno de Manuel Montt y sus prácticas políticas autoritarias, la deslegitimación de la Constitución de 1833 y una fuerte crítica al ordenamiento centralista del Estado Chileno”, explica Fernández Abara, autor de libros como Regionalismo, liberalismo y rebelión. Copiapó en la Guerra Civil de 1859 y diversos artículos académicos y capítulos de libros sobre el conflicto de ese año.

En rigor se criticó el orden conservador consagrado a partir de la constitución de 1833. “La oposición cuestionó tanto la legitimidad de origen como la legitimidad de ejercicio de la Constitución”, asegura Fernández. “La legitimidad de origen se objetó, en cuanto se adujo que esta habría sido el producto de un Golpe de Fuerza: el levantamiento de 1829 que selló su triunfo en la Batalla de Lircay en 1830, llevando al poder a los pelucones. Los opositores también cuestionaron la legitimidad de los contenidos de la Carta Fundamental. Esto pues sostenían que permitía el ejercicio de prácticas políticas autoritarias por parte del Poder Ejecutivo, especialmente por la facilidad que daba al Presidente para ejercer facultades extraordinarias. En este sentido, los ‘Estados de Sitio’, utilizados frecuentemente por los gobiernos del período, fueron fuertemente criticados por los opositores. De este modo Montt pasó a ser tildado por los opositores y su prensa como ‘tirano’ o ‘dictador’. Del mismo modo el carácter presidencialista y centralista de la constitución fue puesto en entredicho”.

Por ello, es que jóvenes más radicales como Vicuña Mackenna y sus compañeros, en Santiago se agruparon en el Club de la Unión y editaron un periódico al que titularon La Asamblea Constituyente. Pedían sin rodeos un cambio de la Carta Magna. En esos días, eran el grupo de ideas más avanzadas en el espectro liberal, y se mostraron contrarios a la alianza entre liberales y los conservadores desafectados del gobierno de Montt. Para ellos, había que emprender un camino progresista, que también incluía el desarrollo de la educación para los sectores más postergados y el laicismo de la sociedad.

No era la primera vez que se proponían algo así. Ocho años antes, en 1851, un grupo de muchachos de origen acomodado -entre ellos, Vicuña Mackenna- intentó un levantamiento en las calles de Santiago con el apoyo de un regimiento, a fin de impedir el ascenso de Montt a la presidencia. El llamado “Motín de Urriola”, sumado a otras revueltas en regiones, también fracasó, pero el ideario liberal, perduró.

Además desde las provincias había descontento. “Las críticas a la Constitución de 1833 enfatizaron la demanda por descentralización, sosteniendo que esta y la legislación que especifica en el ámbito de la administración territorial – la Ley de Régimen interior y especialmente la Ley de Municipalidades de 1854- habían restado capacidad de deliberación política e incluso de ejercer funciones administrativas a los ciudadanos de las localidades, poniéndolos en manos de los agentes del Ejecutivo”, complementa Fernández.

Es por ello que en noviembre de 1858 se creó el Club Constituyente en Copiapó. Allí participaban varios personajes importantes de la zona y su presidente era Pedro León Gallo. Además, Pedro Pablo Zapata -el hombre que lideró el asalto al cuartel de policía- fundó un Club de Artesanos, que tenía a más de un centenar de socios, y que después se plegó al levantamiento del año siguiente.

Por entonces, el norte de Chile era un territorio importante. “Desde comienzos de la década de 1830, con el descubrimiento de Chañarcillo en 1832, y las vetas de cobre y plata, el paisaje del norte cambió radicalmente y a partir de entonces el devenir de las provincias de Atacama y Coquimbo, quedó estrechamente ligado a la minería, actividades a la que en el decenio siguiente se unió la metalurgia. Las peculiaridades socio-económicas que se derivaron de esas actividades fueron de importancia fundamental para el desarrollo local y nacional”, explican Luis Ortega y Pablo Rubio en su artículo La guerra civil de 1859 y los límites de la modernización en Atacama y Coquimbo.

Mineros chilenos (Atlas de la historia física y política de Chile, Claudio Gay)

El auge permitió el surgimiento de elites locales con vocación de poder, formadas en el pensamiento liberal, en boga en Europa. Algunos de ellos también integraron logias masónicas, que ya se habían extendido por Valparaíso y Santiago. Y pronto demandaron incorporarse a las decisiones del país. “Ya a mediados de la década de 1850 algunos de los mineros o comerciantes en cobre y plata iniciaron su desplazamiento a Valparaíso, y luego a Santiago…Son los mismos apellidos que estaban vinculados a la ‘habilitación’ o la compra y/o procesamiento de metales -explican Ortega y Rubio-. Y ese desplazamiento era el mejor reflejo de lo que eran sus aspiraciones sociales y políticas: incorporarse a la elite santiaguina, y a través de ello, acceder al poder político”.

Precisamente, uno de los clanes favorecidos por el auge de la minería, fue el de los Gallo. “Eran una de las familias más ricas de Chile -detalla Fernández-. Incluso el padre de Pedro León, Miguel Gallo Vergara, había comprado la veta descubridora del mineral de Chañarcillo a Juan Godoy. Junto con una multiplicidad de posesiones mineras, fueron parte de los financistas del Ferrocarril Copiapó-Caldera y poseían propiedades rurales en el valle de Copiapó y la Zona Central. Los hermanos mayores, Ángel Custodio y Tomás eran parlamentarios opositores en Santiago, mientras que el joven Pedro León, era regidor -lo que actualmente entenderíamos como concejal- en Copiapó”.

Será desde ese puesto, en que Gallo gane notoriedad pública. En agosto de 1858, el intendente Silva Chávez mandó azotar a dos soldados de la guardia nacional por presumible desacato. Ello causó la indignación de Pedro León, quien lo interpeló públicamente, respaldado por otras autoridades municipales, como su primo Felipe Santiago Matta. En secreto, el intendente movió sus piezas e hizo destituir al joven regidor. Eso motivó la indignación de la elite local, y de algunos pares santiaguinos.

Fue una muestra más del descontento local. El fermento para la rebelión estaba en el aire, faltaba la organización. Las noticias del arresto de los conjurados de la Asamblea Constituyente aceleró las cosas, y tanto en la capital como en Copiapó se iniciaron los preparativos para el asalto al poder. Santiago Matta fue enviado por los nortinos a Santiago para conseguir armas. Sin embargo, los liberales locales le miraron con recelo y no accedieron. Tendrían que actuar solos. La noche del 5 de enero ocurrió la insurrección y el ascenso de Gallo como intendente. La “revolución constituyente” estaba en marcha.

“Esa carta mezquina y tirana”

Una vez en el poder, los constituyentes actuaron rápido. “La figura de Gallo adquirió las características de un caudillo, en cuanto logró congregar un importante nivel de apoyo tanto a través de su carisma como del ejercicio del clientelismo: en efecto, al ser una de las principales fortunas mineras, pudo movilizar a su red de empleados y trabajadores, a la vez que utilizar su dinero para financiar la creación y mantención de unidades militares”.

Por ello, Pedro León ordenó abrir las maestranzas y trabajar a toda prisa en la construcción de material bélico. “Hacia fines de abril de 1859, el Ejército Constituyente llegó a movilizar 1645 hombres, lo que correspondía casi a un 4% de la población masculina de la Provincia de Atacama. Los rebeldes construyeron carros blindados para el Ferrocarril Copiapó-Caldera, emitieron moneda propia -el llamado Peso Constituyente- e incluso realizaron una improvisada industria de armamento, fabricado cañones gracias a la importante presencia de técnicos y maestranzas en la zona”, cuenta Fernández Abara.

“Se fundieron armas y cañones y 15 piezas de caballería, lo que denota claramente la impresionante capacidad militar en Atacama -detallan Ortega y Rubio-. Se armó a unos 700 hombres, divididos en dos batallones de infantería, al mando de Felipe Santiago Matta y del oficial de policía Urrutia. Además se dispusieron dos escuadrones de caballería”.

Para fabricar las monedas, la familia Gallo hizo una importante donación. “Se utilizaron más de 1000 marcos de plata en barras, proporcionadas por el propio Pedro León Gallo más barras de plata donadas por su madre Candelaria Goyenechea -añaden Ortega y Rubio-. En no más de diez días se fabricaron más de mil monedas de 1 peso y 10 mil de cuarenta centavos”.

En los salones y edificios públicos de Copiapó también operó un cambio simbólico. Los rebeldes crearon una bandera propia -azul con una estrella dorada en el centro- e incluso encargaron la composición de un himno, el que se cantó con fervor. La “Canción Popular Constituyente”, una suerte de Marsellesa atacameña escrita por el poeta Guillermo Matta, que en sus líneas dejaba en claro los motivos de la revuelta.

“Esa carta mezquina y tirana/vil resabio de una era sangrienta/de que abusa el poder que sustenta/que se llama la Constitución/se reforme por hombres patriotas/ilustrados que el pueblo proclame”, reza en parte una de sus estrofas.

Pero no todo sería acotado a los grandes empresarios. “Había un importante número de pequeños y medianos propietarios minero -lo que diferenciaba socialmente a los propietarios mineros del norte con los propietarios rurales del Chile central-. A la vez había una importante proporción de artesanos – trabajadores productores de bienes por cuenta propia- y obreros calificados, gracias a las actividades de servicio a la minería. Estos sectores tuvieron también un importante protagonismo político en el período previo a la guerra. Dichos sectores adhirieron al liberalismo y además plantearon sus demandas, cómo una mayor igualdad y participación democrática a la vez que protección para sus industrias. Estos sectores eran movilizados no sólo a través del clientelismo, sino también a través de un proceso de politización ciudadano, con periódicos, campañas electorales, discurso y la creación de clubes políticos”, explica Fernández Abara.

La gloria a los pies del cerro

Apenas conocieron la noticia del alzamiento y la destitución del intendente, en La Moneda pensaron que se trataba de una revuelta más. Con el paso de los días cayeron en cuenta de su error. Pero antes debieron atender algo más urgente: hacer frente a insurrecciones más cercanas, en Aconcagua, Talca y Colchagua. Aunque en ninguna de esas provincias los rebeldes formaron una fuerza considerable, sino que eran más bien montoneras mal armadas. Con mucha dificultad el gobierno sofocó las rebeliones, pero le había entregado un valioso tiempo a los constituyentes para preparar a su ejército.

De esta manera, en febrero, sin que nadie lo molestara, Pedro León Gallo decidió emprender la invasión de la provincia de Coquimbo. Una ceremonia solemne en la plaza de Copiapó, en que no faltaron las bendiciones y los discursos exaltados, lo despidió. Tras ocupar Carrizal, Freirina y Vallenar, el 10 de marzo los rebeldes se apostaron en La Higuera. Cerca de allí, por fin ser verían las caras con el poder central.

El 14 de marzo el ejército constituyente enfrentó a las tropas del gobierno en la Batalla de Los Loros, a los pies del cerro Brillador. El destino quiso que los insurrectos tuvieran que vérselas con un viejo conocido. “En dicha batalla Gallo derrotó al Coronel José María Silva Chávez -el exintendente derrocado en enero-, quien fue el padre de Roberto Silva Renard, el que estuvo al mando de las tropas que perpetraron la matanza de Santa María de Iquique”, explica Fernández Abara. Silva huyó a Valparaíso a bordo de la corbeta Esmeralda.

Al día siguiente, a las 15.30 horas, Pedro León Gallo entró a La Serena. Fue recibido con vítores y aplausos por una población que le consideró una suerte de libertador. “Sin embargo, una vez en control de la ciudad los ocupantes ‘dieron rienda suelta’ a su entusiasmo que se materializó en la publicación en los periódicos locales de ‘diatribas contra el lujo y la ociosidad del clero’, lo que alienó a parte de la población”, añaden Ortega y Rubio.

Batalla de Los Loros (Ilustración de Alberto Márquez Allison)

Envalentonado con el logro, el ejército constituyente se aventuró un poco más al sur, y ocupó también Illapel y Ovalle. Aunque consiguió reclutar más hombres, no contaban con fusiles para todos, y su armamento “hechizo” resultó de calidad inferior al que tenía el ejército regular. Pero no tendrían mucho tiempo más. El gobierno de Montt dispuso de una nueva fuerza expedicionaria, más poderosa que la entregada al mando de Silva.

A ello se sumó que parte de los liberales de Santiago no apoyaron de forma decidida a Gallo. Simplemente, la imagen de un afuerino entrando triunfante a Santiago les producía escozor. En tanto, el líder trató de manera infructuosa de conseguir más armas en Perú y Bolivia, pero no tuvo éxito. Llegarían al enfrentamiento decisivo con más convicción que munición.

El general Juan Vidaurre Leal, al mando de tres mil soldados enfrentó a los rebeldes en la batalla de Cerro Grande, el 29 de abril. Además de proporcionar un ejército mejor equipado el gobierno tomó otras medidas. Logró sobornar a los oficiales Salvador Urrutia y Manuel Vallejos para que sabotearan la munición de los constituyentes. Reemplazaron la pólvora de las balas que emplearía la primera división, por granos de café y todo lo que pudieron hallar. Eso y el mayor calado de las tropas del gobierno, provocó la derrota de los copiapinos.

Herido en la refriega, Gallo consiguió huir hacia la ciudad de San Juan, Argentina. El gobierno sofocó por completo la revuelta y dictó sentencias para los insurgentes. Condenó a muerte a varios de ellos -incluyendo a Urrutia y Vallejos por insubordinación- aunque la mayoría debió partir al exilio, tal como en el caso de Matta y Vicuña Mackenna. Recién a comienzos de la década siguiente, bajo el gobierno de José Joaquín Pérez, una amnistía les permitió regresar. A partir de entonces, su lucha se trasladó al plano institucional, desde el Congreso. Gallo incluso se atrevió a ser candidato a la presidencia de la república en 1866, aunque no tuvo éxito.

Recreación histórica de soldados del ejército constituyente

“Si bien los rebeldes perdieron la guerra, el hecho de que el gobierno de Montt hubiera vivido dos guerras civiles, la de 1851 y la de 1859, llevó a que al término de este se produjera un proceso de apertura política, a través de la nominación de un candidato moderado: José Joaquín Pérez, en lugar del candidato de línea dura -quien daba señales de continuidad con las políticas autoritarios presidencialistas de Montt- Antonio Varas. Esto generó una transición hacia un orden liberal y la inclusión de los antiguos opositores en el gobierno”, detalla Fernández.

En la década siguiente comenzaron las primeras reformas a la carta fundamental. “Por esos años se establecieron las bases para la reducción del poder y el período presidencial; se garantizó la libertad de prensa, de asociación y reunión; se reformó el sistema electoral de manera de hacerlo más proporcional y se limitaron las posibilidades de intervención del ejecutivo en los procesos electorales al traspasarse el control de ellos de los intendentes a las juntas de mayores contribuyentes. De otra parte, el poder legislativo ganó presencia en el Consejo de Estado, que hasta entonces había estado controlado por el ejecutivo”, explican Ortega y Rubio.

Gallo, Matta y Vicuña Mackenna continuaron en la vida pública hasta su muerte. Nunca más se animaron a protagonizar una insurrección. Vicuña será historiador, impulsará desde la intendencia obras como el “camino de cintura”, y la remodelación del cerro Santa Lucía. En tanto, para una nueva constitución se deberá esperar hasta 1925.


Fuente. Artículo de Felipe Retamal – Culto La Tercera (6 noviembre 2019)